Alianzas sin recato entre partidos y aliados; cambiar de bando, práctica constante
Figuras históricas quedarán fuera del juego en el Congreso; renovación de 30%
Domingo 5 de octubre de 2014, p. 20
Río de Janeiro, 4 de octubre
Los brasileños llegan este domingo a las urnas luego de una caminata que se definió principalmente por las sorpresas. Desde que empezó el año, lo único seguro es que el 5 de octubre habría elecciones. Todo lo demás fue una veloz secuencia de dudas y sorpresas.
Hasta abril, por ejemplo, se sabía a ciencia cierta que la candidata del PT sería la actual presidenta Dilma Rousseff, y que del lado de los más tradicionales adversarios de los petistas el nombre sería Aécio Neves, del neoliberal PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña).
El tercer contrincante, del PSB (–Partido Socialista Brasileño) era una incógnita: tanto podría ser Eduardo Campos, gobernador de Pernambuco, un político joven y hasta entonces leal a Lula da Silva y al PT, como Marina Silva, que luego de haberse transformado en una transfuga de partido en partido terminó por abrigarse bajo esa ala generosa. Prevaleció la candidatura de Campos, pero con una peculiaridad: la candidata a vicepresidente, la misma Marina Silva, presentada como postulante principal obtenía casi el triple de declaraciones de voto en sondeos y encuestas electorales.
Hasta mediados de agosto el escenario parecía nítido: Dilma era la franca favorita, con posibilidades concretas de relegirse en la primera vuelta, Aécio Neves era su competidor directo y a Eduardo Campos le tocaba hacerse conocido para lanzarse en las elecciones de 2018. Muchos se preguntaban si poner a Campos como candidato en lugar de su vice no había sido un error estratégico.
Sin embargo, el destino se encargó de dirimir esa duda: Campos murió en un accidente aéreo, Marina asumió la candidatura y el panorama electoral fue sacudido por un inesperado temblor. En pocas semanas Silva, ambientalista radical y misionera de una de esas sectas evangélicas que brotan como hongos por todo Brasil, irrumpió como un fenómeno formidable. Arrinconó a Aécio Neves con semejante fuerza que hasta sus más fieles aliados dieron el juego por perdido. Amenazó a Dilma Rousseff –hasta entonces franca favorita– a punto de dejar atónitos a sus estrategas de campaña. Era el nacimiento de lo que la misma Marina proclamaba, con aires mesiánicos, la nueva política
.
En muy poco tiempo ella se acercó a Dilma en los sondeos relacionados a la primera vuelta electoral, y logró una ventaja de casi diez puntos en las proyecciones para la segunda y decisiva vuelta. Y fue entonces que el juego empezó en serio, y la vida real se impuso.
El discurso de Marina Silva, palabras vacías girando alrededor de un eje hueco, fue desgastando su imagen santificada. En cuatro semanas –casi el mismo tiempo en que ella había subido a los cielos como un fenómeno– el mito se desplomó. Dilma logró recuperar terreno, consolidarse como líder de todos los sondeos y encuestas, y vio como disminuía el rechazo a su candidatura mientras mejoraba la aprobación a su gobierno.
El sábado, víspera del momento en que 143 millones de brasileños irán a las urnas, los sondeos indicaban que Aécio Neves había superado a Marina Silva y se dirigía, en plena curva ascendiente, a disputar la segunda vuelta con Dilma Rousseff. Indicaban también que la actual mandataria había se consolidado como favorita para relegirse en la disputa final este domingo 26 de octubre.
Las de hoy son las elecciones más tensas y sorprendentes de los últimos 25 años en Brasil. De junio hasta ahora se vio de todo un poco, y no solo entre los que disputan la presidencia.
Las alianzas entre los principales partidos que respaldan a Dilma Rousseff mostraron una infidelidad constante. Mientras Marina Silva disparaba como un cohete imparable, en varias provincias aliados del PT se bandearon de lado sin escrúpulo alguno. Y cuando la candidata mesiánica empezó a deshacerse como polvo, esos mismos aliados volvieron a casa con cara de marido arrepentido, jurando amores eternos.
Del lado de Aécio Neves, se verificó movimiento similar: cuánto más él se hundía en los sondeos, más sus aliados defendían la necesidad de ser realistas y acercarse al fenómeno fulgurante que Marina Silva parecía ser. Cuando Neves empezó a repuntar y a sorprender inclusive a sus más optimistas seguidores, todo se invirtió: el mismo ex presidente Fernando Henrique Cardoso empezó a convocar a una unión nacional supra-partidaria para derrotar al demonio principal, el PT.
En las urnas hoy puede ocurrir cualquier cosa, inclusive una victoria de Dilma Rousseff en la primera vuelta. Nadie puede prever, con un margen mínimo de lucidez y seguridad, cuáles serán los porcentajes de votos que Aécio Neves y Marina Silva alcanzarán.
Hay que ver, además, cómo se darán las elecciones provinciales. De esos resultados dependerá el reacomodo de fuerzas no sólo entre los aliados del PT (se considera, hoy por hoy, que Dilma tiene, aunque en una segunda vuelta, una relección asegurada), como entre las corrientes internas del partido de Lula da Silva.
La misma duda surge cuándo se intenta saber cuál será el papel de Marina Silva y su partido si no logra ir a la segunda vuelta. Ella es un elemento extraño dentro del PSB. El partido se encuentra dividido en tres: el grupo de Marina, y una doble división entre los socialistas considerados auténticos
. Nadie se arriesga a decir qué papel tendrá Silva en caso de que quede, como todo indica, fuera de la disputa final. En relación con los auténticos
del PSB, se sabe que existe una firme división entre los que defienden una alianza con Aécio Neves, y los que, empezando por el actual presidente del partido, Roberto Amaral, defienden una vuelta a los brazos del PT.
Se verá, por fin, cuál será la nueva composición del Congreso. Se espera una renovación de al menos 30 por ciento de la Cámara de Diputados, y otro tanto en el Senado. Algunas figuras históricas quedarán fuera del juego, y nadie se arriesga a predecir cómo será el escenario que enfrentará el próximo gobierno, tanto si gana Dilma como si ocurre la poco probable victoria de su adversario, quien tendrá que negociar para alcanzar esa cosa exótica a que llaman gobernabilidad
.