n cierta ocasión le preguntaron a Renoir cuál era la moda en vestidos de mujer que más le había gustado pintar, a lo que respondió que lo que más le gustaba era la moda que nunca pasa de moda: el desnudo.
El desnudo (y sobre todo, el femenino) es tema inagotable en el arte, porque no hay nada más versátil en su forma, en su movimiento y en sus expresiones que el cuerpo; y no hay nada más atractivo y a la vez más perturbador que el cuerpo desnudo.
La contemplación de un cuerpo desnudo produce una compleja mezcla de deseo contenido, restricciones morales, prejuicios y emociones encontradas, que nos confrontan con la fuerza de la expresión y la vulnerabilidad de la desnudez expuesta. La sutil asimetría de los cuerpos imperfectos (porque todos los cuerpos son imperfectos) es el gran atractivo y posiblemente donde reside su gran belleza.
Al igual que Renoir (y tantísimos otros), Antonio Gritón ha descubierto esa fascinación por el cuerpo. Cada semana se reúne en su estudio con un grupo de colegas, amigos y allegados; acomoda mesas y sillas, y extiende telas floreadas por el piso para crear el escenario donde posará la modelo en turno. Mientras todos los demás trazan líneas y bocetos de la joven en sus distintas poses, Gritón saca una colorida paleta de óleos brillantes y se lanza en pleno trance a captar la esencia de las emociones más profundas y las expresiones más sutiles de esos cuerpos, que son mucho más que líneas, curvas y formas: son historias, emociones, recuerdos y anécdotas de mundos reales mezclados con los imaginarios.
La emoción guía, conduce y a la vez trastorna nuestras percepciones, y cada objeto hacia el que está referida nuestra emoción va cargado de nuestra propia historia.
En la exposición Mujeres desnudas, paisajes y seres de otros mundos, cada cuadro es una mujer, es un nombre, una vida, un color que domina y es a la vez un paisaje. Paulina es la luminosidad de ojos dorados; Viridiana es la que habla de poesía contemporánea; Angie resplandece entre flores y tatuajes.
En todos se percibe la fuerza de ‘lo femenino’; no solamente en la serie de pinturas que son el resultado directo de las sesiones con las modelos; incluso los paisajes huelen a perfume y hasta esos seres de otros mundos que parecen sacados de un manga japonés tienen un toque femenino.
En cada una de las obras hay un encuentro de sujeto y objeto (sujeto-mujer/ objeto-cuerpo), una confrontación de lo femenino con lo masculino y una interrelación entre idea y naturaleza. Pero ninguno de los dos opuestos predomina nunca sobre el otro se mantienen en una oposición dialéctica equilibrada, gracias al color y la tonalidad sugeridas.
George Steiner dijo que la imagen artística es una ficción verdadera, y lo podemos corroborar en la obra de Gritón quien, en el acto de pintar, lo percibido, el recuerdo y la invención van de la mano guiando cada una de sus pinceladas.
Con esta exposición Antonio Gritón alcanza lo que Jean Cocteau decía sobre la pintura abstracta que, según él, tenía la capacidad de crear naturalezas, ya que su origen no es la imitación de lo que existe, sino la creación de realidades nuevas.
De esta manera, Gritón crea paisajes con tintes naturales pero que no recrean
nada de lo real, porque el paisaje en realidad no existe; y desnudos que, aunque esos sí son reales y cada uno lleva su nombre, hay que inventarlos con la imaginación, porque la imagen no es la representación de lo visto, sino de lo captado a través de la más abierta y franca emoción.
La exposición se inauguró el pasado 6 de octubre en la Galería Stella Magni, localizada en Parral 30, en la colonia Condesa, a tres cuadras del Plaza Condesa.
* Crítica de arte