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Durante cinco años buscó saber de su hijo, un policía federal desaparecido

El velorio frente a Gobernación, la última voluntad de una madre

Me enfermé de cargar años de tristeza, rabia y coraje porque el gobierno siempre me engañó, se lee en una manta al pie del féretro

A mi madre la mató la incertidumbre, dice su hija Teresa

Foto
El sacerdote Alejandro Solalinde celebra una misa de cuerpo presente en la calle de Bucareli, ante el féretro de la señora Margarita Santizo. Su hija Teresa sostiene una fotografía en la que aparecen su madre y su hermanoFoto Yazmín Ortega Cortés
 
Periódico La Jornada
Sábado 18 de octubre de 2014, p. 7

La última voluntad de la señora Margarita Santizo, quien desde hace cinco años buscaba a su hijo Esteban Morales, un policía federal desaparecido en Michoacán, fue que llevaran su cuerpo frente a la Secretaría de Gobernación (SG).

El cáncer hepático la venció el jueves. Murió sin saber el paradero de su único hijo varón, que tenía 28 años al desaparecer. Sus últimas palabras aparecen en el piso, en el improvisado funeral sobre la calle de Bucareli, frente a la puerta del Palacio de Covián, donde despachan los responsables de la estrategia de seguridad del país.

Me enfermé de estar cargando años de tristeza, rabia y coraje porque el gobierno siempre me engañó. Nunca, nadie buscó a mi hijo, ni la Procuraduría General de la República (PGR), ni la SG ni la Policía Federal (PF). Puras promesas. Hasta con el Presidente estuvimos y son puras mentiras. La Policía Federal no busca ni a los suyos, menos a los miles de desaparecidos, se lee en la manta.

El titular de la SG, Miguel Ángel Osorio Chong, no fue ayer a su despacho. Posiblemente trabajó en la oficina alterna de Polanco, atendiendo el más reciente encargo presidencial: coordinar la búsqueda de otros desaparecidos, los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa, Guerrero.

Este viernes, alrededor de las tres de la tarde, fue colocado el féretro frente a Gobernación.

Desesperado recorrido

Funcionarios de la dependencia dijeron que al parecer la intención de la señora era ser llevada al centro de mando de la Policía Federal, en Iztapalapa, otra de las dependencias que doña Margarita visitó en su desesperado y doloroso recorrido para encontrar algún rastro de Esteban, que tenía sólo tres años de antigüedad en la PF. Era un elemento especializado, por lo que fue adscrito a trabajos de reacción inmediata.

En años recientes, como lo han hecho miles de madres, hermanos, primos, hijos, abuelos… ella topó con la burocracia. Desde Chalco, estado de México, donde vivía, se trasladaba a Michoacán o a la capital del país.

Teresa, su hija, lleva en la mano un rosario de madera y lo primero que pide es que los policías federales hagan una guardia de honor a su hermano. Pero los uniformados sólo observan desde lejos las exequias, la protesta posmortem de quien sólo detuvo físicamente la enfermedad.

Al velorio asistieron mujeres, en su mayoría. Todas buscan a un familiar. Una de ellas, madre de Jesús Horta Pérez, secuestrado en Valle de Chalco, también en 2009, acusa al gobierno de la situación que padecen.

El gobierno es culpable por permitir que lleguen a altos puestos los criminales. Por eso ellos saben dónde están, pero no quieren indagar, dice.

También Araceli se planta a un lado del féretro; es familiar de uno de los siete federales desaparecidos pocos días antes de Esteban y sus compañeros. Está la madre de una agente del Ministerio Público Federal, de la unidad antisecuestros, desaparecida en Durango. A ella tampoco la buscan las autoridades, sólo su familia.

Del féretro de Margarita pende una manta con la imagen de su hijo con la leyenda Se busca. Policía Federal, la corporación cuyos mandos le recomendaban a cada rato –relata Teresa– no haga nada porque puede entorpecer la investigación. Nosotros vamos a buscar.

“Mi mamá, antes de morir, me dijo que la trajera aquí. Me dijo ‘llévame, es mi última voluntad, para ver si así se acuerdan que soy Margarita Santizo y ando buscando a mi hijo que es Policía Federal y se llama Esteban Morales Santizo. Ya no lo voy a ver, pero que quede algo grabado, y ¿sabes qué?, para que las demás personas tengan fuerza de seguir buscándolos, porque son muchos.”

El peregrinar de Margarita terminó el jueves. Levantó infinidad de actas en muchas dependencias. Todas olvidadas. De nada le sirvió ir hasta arriba, incluso con el presidente Felipe Calderón, como parte del Movimiento por la Paz.

La gente desaparecida se queda en un número, dice Teresa. “Tú vas, preguntas y te dicen ‘es que no hay nada, los andamos buscando pero no hay nada’. A mi mamá le hicieron pruebas de ADN; logró hablar con funcionarios de alto nivel. No pasó nada.”

Por la noche, Bucareli está en penumbra. Ese tramo sólo se ilumina con las veladoras. Hasta ahí llega el padre Alejandro Solalinde a celebrar una misa de cuerpo presente.

Teresa abraza una foto donde aparecen su hermano y su mamá, sonrientes.

A mi mamá la mató la incertidumbre de irse a acostar en la noche sin saber qué le pasó a su hijo, sin saber qué le hicieron. Eso mató a mi madre.