El centro ceremonial azteca es el más antiguo y más alto, más que Machu Picchu
Estar en el Monte Tláloc es sentirse en las nubes junto a los dioses
Localizado en Texcoco, a 4 mil 100 metros sobre el nivel del mar, fue reconstruido; es un proyecto del INAH, explica Isaías Hernández
El visitante se encuentra con una calzada que los arqueólogos limpiaron; algunas paredes fueron levantadas con las piedras originales, en un trabajo de 6 meses
Martes 21 de octubre de 2014, p. 9
Texcoco, Méx, 20 de octubre.
A 4 mil 100 metros de altura se halla un centro ceremonial azteca al que aún hoy llegan personas para rendir culto a una deidad ligada a los ciclos de la siembra y de la vida: Tláloc, dios de la lluvia, deidad de las aguas celestes, cuyo templo o edificio de adoración fue reconstruido en 30 por ciento, piedra sobre piedra, lo cual se dio a conocer oficialmente el pasado sábado, en un recorrido cuesta arriba, muy arriba.
Los arqueólogos involucrados en el proyecto expresan su orgullo por haber colaborado en levantar paredes derrumbadas hace siglos por órdenes de fray Juan de Zumárraga, quien creyó que tirando edificios acabaría con el pecado, con el fanatismo, con los sacrificios, pero no contaba con que Tláloc era más que una piedra tallada.
Para llegar hasta la punta de esa montaña, autoridades del municipio organizaron una caravana el sábado pasado, encabezada por Delfina Gómez Álvarez, presidenta municipal de Texcoco, que partió desde el centro de este municipio. En camionetas y algunos autos la comitiva aterida por el frío llegó a eso de las seis de la mañana. Retrasos más, retrasos menos, cual expedición a lo Indiana Jones, a eso de las ocho y media los motores funcionaron y comenzó la aventura.
Vegetación y fauna
Apenas transcurrida media hora el paisaje se transformó: apareció el bosque. Las ramas albergan el rocío, los troncos de los árboles tienen una humedad benéfica y la fotosíntesis es una explosión de vida plasmada en flores, retoños, vegetación, fauna, como conejos y hasta coyotes, que según la creencia popular un ser humano sólo los ve cuando ellos quieren.
El camino de terracería, accidentado, se cerró y puso a prueba la resistencia de las llantas y balatas, de la suspensión. Uno de los choferes, al que llaman Bomboncito, un policía que vende barbacoa en el mercado texcocano, famoso por ponerle chile habanero a la pancita, le hablaba a su vehículo como si fuera una mula: ¡Andale, chiquita, fiu-fiu-fiu!
Por un largo y sinuoso camino se llegó a un punto donde hay unas cabañas. Los que no desayunaron pidieron algo de comer y beber, pero ahí no hay nada.
Siguió la marcha y 20 minutos después se arribó a unas cabañas donde cocineras y ayudantes prepararon el desayuno para los buscadores de Tláloc. Había huevos cocidos y café. La marcha tuvo que seguir desde ahí, en el poblado de Tequesquináhuac, pero a pie, pues la falda del Monte Tláloc se extiende retadora para quien quiere vencerla, como hace siglos lo hacían los aztecas. Y a caminar.
Cuando ya se estaba a más de 3 mil 500 metros de altitud sobre el nivel del mar, los que padecen presión alta fueron ascendiendo poco a poco para que el cuerpo se adaptara. Unos chavos corrieron para llegar primero. Van a tronar
, vaticinó un arqueólogo. No les pasó nada.
Los escalones antiguos se reconstruyeron lo mejor posible. Son rústicos y hay que esforzarse. Los fumadores pagaron el impuesto del vicio; sentían ahogarse y les dio una tos de perro, silbidito incluido. En algunos puntos no hay escalones, sino piedras por aquí y por allá que hay que pisar a brincos, como equilibristas. Los experimentados prometieron a los más cansados y a un señor con bastón que unos 50 metros adelante el camino era aplanado, pero será como la tierra prometida que nunca se verá. Unos querían tirar la toalla, pero nadie se rajó, ni el del bastón.
Ya estamos cerca. Es el último jalón. Hay neblina y no se ven las ruinas del Templo de Tláloc. En un día soleado ya lo hubieran divisado desde aquí.
A esa hora y a 4 mil metros de altura muchos echaban el bofe. Un paso, otro, otro... El silencio cundió. Llovía, pero esa precipitación es benéfica. La brisa pega en los cachetes y se levanta el mentón para agarrar ese aire puro. ¡Por fin! Se llegó a las ruinas, al sitio de las piedras que miles de esclavos conquistados por los aztecas tallaron y cargaron, hasta morir.
El caminante se encuentra con una calzada que los arqueólogos limpiaron con ayuda de trabajadores, albañiles, tamemes de hoy. Algunas paredes fueron levantadas con las piedras originales, en un trabajo de seis meses, pues se dibujaron para analizarlas y definir cómo estaban en su momento de esplendor.
Ahí, a 4 mil 100 metros de altura, el arqueólogo Isaías Hernández Estrada concedió una entrevista a La Jornada, en la que explicó que lo que se daba a conocer era el avance del Proyecto Cerro Tláloc, dirigido por el arqueólogo Víctor Arribarzágal, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). “Estamos en San Pablo; una parte pertenece al municipio de Texcoco. Aquí hay restos arqueológicos que datan del tiempo de los aztecas. La temporalidad es de mil 300 dC hasta la Conquista española. Estamos a una altura en la que el clima o la respiración para el ser humano es de 70 por ciento, lo cual es desgastante para una persona común.
“Según los restos materiales arqueológicos estas ruinas refieren al tiempo de la fase azteca 3; esto es, mil 300 a mil 400 años hasta mil 530, antes de la destrucción que hicieron los españoles. Tláloc es una de las deidades más importantes para los aztecas. En el Templo Mayor, al lado de Huitzilopochtli, está Tláloc, los cuales están relacionados con fuego y agua. Esa es la dualidad.
Aquí, este centro ceremonial está dedicado sólo a Tláloc. Las crónicas y los códices marcan que hay un templo y un cerro dedicado a este dios. Las crónicas señalan dónde está el cerro, además de que Texcoco fue un sitio muy importante. En 1940 llegó un extranjero que dio las primeras noticias; de ahí, hasta los años 70, cuando personal del INAH hizo otro recorrido y se registró por medio de un dibujo.
Agregó: “En 1990, un polaco con sus alumnos llegó hasta acá. De ahí hasta este proyecto que desarrollamos nosotros. Este templo, fuera de lo científico, denota el clima, la fauna, la neblina, la lluvia. Subir hasta este lugar, que la neblina quede abajo de ti, da una impresión de que estás encima de las nubes, en medio del cielo. Creo que esta percepción la pudieron haber tenido los prehispánicos: estar en las nubes junto a los dioses. Arribarzábal ha estudiado si hay templos o sitios de adoración más altos. Halló que este es el más antiguo y el más alto, más que Machu Picchu, que está a unos 2 mil 500 metros.
El líder de este proyecto comenzó a trabajar en 2000; lo consolidó en 2005 y en 2009 empezó las excabaciones. Por donde subimos hoy, subían los aztecas.