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Canadá: violencia e injerencismo
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n tiroteo ocurrido ayer en las inmediaciones del Parlamento de Canadá, en Ottawa, dejó como saldo dos muertos y varios heridos, y disparó las alertas en el centro político y financiero de esa nación norteamericana. De acuerdo con informes preliminares de fuentes oficiales, el autor de los disparos es un ciudadano canadiense de nombre Michael Zehaf-Bibeau, convertido al islam en 2013.

El hecho se produce dos días después de que otro ciudadano canadiense de fe musulmana, Martin Couture-Rouleau, arrolló con un vehículo a dos soldados en las cercanías de Montreal. Según informes policiales, el agresor había sido interrogado por la policía en varias ocasiones; la última hace dos semanas, ante las sospechas de que se uniría a la organización yihadista Estado Islámico (EI).

Ambas agresiones han elevado los niveles de alerta antiterrorista en el país de la hoja de maple: el Mando Norte de Estados Unidos, creado tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 fue puesto en estado de alerta; otro tanto ocurrió con el Mando de Defensa Aeroespacial de América del Norte, organización creada durante la guerra fría entre Estados Unidos y Canadá.

A reserva de las respuestas que arrojen las pesquisas efectuadas por el gobierno de Ottawa –hace falta esclarecer, por ejemplo, si se trató de dos ataques individuales aislados o formaron parte de una acción concertada– los hechos referidos tienen un factor indisociable: la decisión de Canadá de involucrarse en la aventura bélica que ha emprendido Estados Unidos en contra del Estado Islámico. Significativamente, apenas el pasado martes seis aviones de combate CF-18 Hornet partieron de una base en la localidad de Cold Lake para participar en bombardeos contra las posiciones del grupo integrista.

Con el recuerdo fresco de los atentados terroristas de la década pasada en Madrid y Londres, a consecuencia de la decisión de España y Gran Bretaña de intervenir en la guerra de Irak, no resulta descabellado suponer que algo similar, aunque en escala diferente, pudiera estarse gestando en Canadá: el involucramiento de ese país en un conflicto regional que le es fundamentalmente ajeno –y que se circunscribe, de hecho, al ámbito regional de Medio Oriente– pudiera estar alentando el surgimiento de expresiones de violencia de individuos o sectores radicales de su propia sociedad, además de que expone a ese país a los enconos antioccidentales que genera, en buena parte del mundo islámico, el injerencismo proverbial de Occidente.

La participación de Canadá en la cruzada internacional de Washington contra el EI es doblemente desafortunada si se toma en cuenta que ha sido Estados Unidos, con su historial de intromisiones y aventuras bélicas en Medio Oriente, el que ha instigado la aparición de grupos como el Estado Islámico.

Por último, México debería verse reflejado en este espejo canadiense, sobre todo a partir de la difusión de presuntas afirmaciones del Departamento de Estado de Estados Unidos que ubican a nuestro país como uno de los integrantes de la coalición occidental contra el EI. Aunque la cancillería mexicana ha desmentido esas versiones, es pertinente que el gobierno peñista insista en un deslinde claro, contundente e inequívoco respecto del involucramiento en esa aventura bélica, pues lo último que se requiere en estos momentos es engendrar un nuevo factor de violencia, zozobra e incertidumbre en un panorama nacional de por sí sobrado de tales elementos.