El Payo, tres orejas más por su disposición
Morante de la Puebla, el detallismo; Silveti, estancamiento
Lunes 27 de octubre de 2014, p. a43
–¡Qué emocionante corrida!, le dije al viejo aficionado de al lado.
–¿Cómo dice eso?
–Bueno, me refiero al encierro de Jaral de Peñas lidiado el sábado 25 en la cuarta corrida de feria de Pachuca, donde de nuevo afloró, incontenible y verdadera, la bravura con nobleza y fuerza del mejor toro bravo mexicano, sin exceso de kilos pero problemático comportamiento. ¡Qué manera de honrar la memoria de don Luis Barroso Barona, señor del campo bravo mexicano!, tanto por su hijo, Juan Pedro Barroso Díaz Torre, como por su sobrino, Julio Uribe Barroso, ganadero de Torreón de Cañas, que mandó un magnífico toro para rejones, con el que realizó meritoria labor el joven torero de a caballo Sebastián Torre y templada pega el forcado de cara Héctor Martínez, dándole vigencia a la mejor tradición taurina de México.
–Los de Jaral de Peñas –impedí que me interrumpiera–, sin exceso de kilos pero sobrados de tauridad –personalidad en el toro–, exhibieron un modélico celo criador, así como el nivel de madurez y expresión de los alternantes –Talavante, sobrado; Juan Pablo Sánchez, sublimado a niveles de poesía, sobre todo con su segundo, y Diego Silveti, con un publirrelacionismo que aún no corresponde a su desempeño–, mientras que el de Torreón de Cañas, con codicia y un son de lujo, mostró además el enorme potencial de Sebastián Torre. ¡Salud, don Luis, por su ejemplar fervor ganadero y por los familiares con capacidad para emularlo!
–Oiga, ¿pero qué tiene que ver Pachuca, si estamos en la corrida inaugural de la temporada 14-15 en la Plaza México? –replicó el franciscano asistente al gran coso.
–Pues que el público de éste, sobre todo el ocasional, parece haber perdido la noción de lo que es bravura y, sobre todo, de lo que es someter a un toro con edad y trapío para luego torearlo bonito. Los de Barralva, siempre interesantes, la tarde de hoy resultaron deslucidos pero exigentes, aunque parezca contradictorio, pues en general terminaron soseando luego de cumplir en varas, pero, ojo, con una sosería que demandaba sometimiento como condición para el lucimiento, condición de la que adolecieron el displicente Morante y el afanoso Silveti.
Octavio García El Payo (25 años, seis de alternativa y 36 corridas este año) no vino a ver si podía, sino que con el estilo garrudo que lo caracteriza le tumbó una oreja a su primero al aprovechar una calidad sin fondo, y las dos, un tanto excesivas, a su bello y claro segundo, luego de otra gran estocada. A este torero le lucen los festejos toreados.
Hay que tener mucho cuidado con los padrinazgos antojadizos; les sobra poder pero les falta sensibilidad y convicción para exigirle a sus protegidos. Las dinastías no funcionan en automático ni menos por extemporáneas necrofilias, por lo que a Diego Silveti (29 de edad, tres de matador y 28 tardes) lo sigue acompañando la buena suerte en los sorteos, pero la mala en su desempeño. Brindó su primero a Miguel Herrera, exitoso técnico de la desastrosa selección mexicana de futbol, sin lograr remontar la falta de transmisión del astado, y en su segundo perdió el control la lidia y lo que parecía un promisorio trasteo quedó en otra faena sin estructura. Lo bueno es que regresa para la segunda corrida.
Morante de la Puebla (35 de edad, 17 de alternativa y 30 tardes en España) sale con una faena preestablecida: si el toro es a su estilo o de la ilusión, mejor, se empeña, y si no, hace como que hace y se pone a pinchar, incluso con el de regalo. Qué buen cuento el estilismo acarmelado, sin a.