Opinión
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Ayotzinapa en el teatro de sombras
N

o resuelve nada el cambio de gobernante en Guerrero, como no se ha resuelto nada en el país con la alternancia PRI-PAN-PRI. El país va de mal a peor y lo ocurrido en Iguala es sólo una macabra muestra de la deshonestidad de los políticos del sistema, independientemente del partido al que pertenezcan. Todos ellos son cómplices del ejercicio del poder no sólo de espaldas a la población mayoritaria sino en contra de ésta. El enemigo de ese poder es la sociedad, y más todavía si protesta.

La tragedia de los estudiantes normalistas y de sus familiares que viven en incertidumbre, ya que no han perdido la esperanza de que sean encontrados vivos, es una muestra de la descomposición que impera en las esferas del poder, desde el municipal hasta el nacional. Lo ocurrido en Iguala no debió pasar, pero ahí está todavía sin que conozcamos bien a bien los motivos detrás del crimen. Se sabe quiénes fueron los responsables directos pero no ha quedado claro el móvil. ¿Porque son criminales? Esto no es explicación. El país está lleno de gente buena y de delincuentes. El problema es que éstos llevan la delantera y en su mayoría quedan impunes, pues los que tienen el poder formal para combatirlos han demostrado impericia, cuando no han sido sus propiciadores por estrategias equivocadas.

Cuando se gobierna para los grandes capitales, nacionales y extranjeros, el resto de la población es visto como complemento y a veces como prescindible: mano de obra, en el mejor de los casos. Por lo mismo, los pobres no sólo son la negación sistemática del otro, sino las víctimas de un poder dedicado a privar al otro de todo atributo de humanidad (recordando a Frantz Fanon). Tolerados pero incómodos, y todavía peor: carne de cañón, es decir, a quienes, por pobres, se les expone sin contemplaciones a sufrir cualquier clase de daño, incluso la muerte. Los pobres, diría Pablo González Casanova, son las víctimas preferentes del colonialismo interno, de aquellos que una vez en el poder mantienen y renuevan las estructuras coloniales del pasado para evitar que esos mismos pobres traten de emanciparse y alcanzar su realización en un mundo crecientemente desigual.

Los principales partidos políticos tienen mucha de la culpa de lo que es el país en la actualidad; pero no por ser partidos, sino porque sus bases están compuestas en mayoría por asimilados, es decir, por militantes o afiliados que no los usan sino que son usados. Se habla de democracia, pero esas bases no la exigen en el interior de sus organizaciones, les ceden su soberanía personal y colectiva a sus dirigentes y luego los obedecen como si fueran sus empleados o soldados de un ejército civil. La democracia en un régimen de representación política debe empezar por las mismas organizaciones que contienden por el poder. Si no existe tal democracia, los que llegan al poder actúan al margen o en contra de ella, como testaferros de los llamados poderes fácticos, que son los verdaderos dueños de la economía, es decir, la clase dominante (la que domina, valga el énfasis, que debería ser innecesario). Así conceptuada la democracia sólo le es útil a las élites que dominan desde el poder político y económico, cada vez más identificados. Para los pobres no tiene ningún significado, no existe.

El cambio de gobernador en Guerrero, como antes en Michoacán (para no decir en todo el país), no es producto de la democracia, sino una manera de evitarla realmente. Los acuerdos cupulares no son democráticos. Puede ocurrir que una nueva persona en el ejercicio del poder sea más democrática que otra; se dan casos. Pero aun así se trata de paliativos, de formas cambiantes como las sombras chinescas en las que las manos son las mismas.

La perspectiva no es halagüeña, ni siquiera si los estudiantes desaparecidos son encontrados, esperemos que con vida. El hecho ya está, por lamentable que sea en todos los aspectos. Y para episodios de barbarie como el de Iguala no hay acuerdos políticos que valgan. Los culpables no son sólo los policías y/o criminales, el alcalde y su esposa, ni siquiera el gobernador ahora sustituido. Son los que tienen el poder y que desprecian a quienes no lo tienen, los que gobiernan en contra de los pobres, los que viven de sus privilegios, los que impiden el ascenso social y que tratan de paliar la pobreza con migajas que, irónicamente, tienen su origen (vía impuestos) de esos mismos pobres.

El teatro de sombras es, desde tiempos remotos, para distraer. No más.

rodriguezaraujo.unam.mx