ay muchas razones para el optimismo en medio del horror que vivimos. Los jóvenes han salido a la calle como hacía décadas no lo veíamos, y los no tan jóvenes renovaron un espíritu combativo adormecido por los fracasos. Las calles, pero también las aulas, los cafés y las redes sociales se construyen con esta generación de nuestros hijos y hasta los más renuentes a la participación encuentran forma de hacer sentir su voz.
Estos acontecimientos alientan, siempre con la preocupación de que sean flor de un día. Pero hay un hecho en particular que me ha conmovido, y quiero compartirlo. Se trata de los hijos del presidente auxiliar de la estigmatizada junta auxiliar llamada San Miguel Canoa, al pie de La Malinche en el municipio de Puebla. El edil ha sido encarcelado por órdenes de Rafael Moreno Valle, y si bien presentan argumentos que tratan de justificar jurídicamente este acto, lo cierto es que él y su homólogo de otra junta, La Resurrección, presentaron una demanda de amparo contra el gobierno local por la disposición que les quita el servicio del Registro Civil y les impone una serie de cambios de gran afectación para la gente. Protestas por el mismo hecho han producido decenas de detenidos y la represión del 9 de julio en San Bernardino Chalchihuapan que produjo la muerte de un niño de 13 años y media docena de heridos por los proyectiles de los granaderos, y una recomendación de la CNDH que pretenden hacer humo.
Al detener a Raúl Pérez Velázquez, sus hijos, de 21 y 28 años, se dispusieron a relevar al padre en la dirección de movimiento, de un movimiento que logró no hace mucho deshacerse del dominio de Antorcha Campesina. Lo hicieron tan bien que la inmensa mayoría de la población los respaldó y suplieron la acción de funcionario apresado con comisiones del pueblo, cerrando el paso a las autoridades estatales. Ayer hicieron una procesión para pedir la libertad de los presos, pero la comunidad se ha organizado de muchas maneras, con guardias, alarmas y otras acciones.
Cada vez que los muchachos hablan en público sufren narrando lo que su padre les pide desde la cárcel. Desde el Cereso de San Miguel, los esbirros le hacen hablarles por teléfono para pedirles que dejen la lucha, que a él lo están torturando todo el tiempo, que lo han llevado a una celda de castigo y no lo proveen de comida y abrigo, que lo hacen caminar por las noches para que no duerma, y que lo obligan a usar el celular para presionar a los hijos, a Rocío y Javier. Ellos cuentan esto con lágrimas en los ojos, pero a su padre le dicen: así nos educaste, y no seas ingenuo, el gobierno no te va a dejar libre ni en paz; basta ver lo que han hecho con el alcalde auxiliar de La Resurrección. Conmueve escuchar a estos jóvenes mostrando una decisión de lucha que quizá simbolice a la juventud que estamos viendo venir.
Rocío saca su celular y me dice: nos hicieron una canción, oígala. Con el defectuoso sonido de su aparato escucho un rap que les compuso un conjunto de este pueblo que pasó a la historia por la agresión violenta que en 1968 desató Díaz Ordaz contra los universitarios, y que el cura del pueblo llevó a la práctica respaldado en el arzobispo de triste memoria Octaviano Márquez y Toriz al sonar las campanas a rebato para lanzar a una chusma de fanáticos para que lincharan a unos universitarios, que no eran otros que unos trabajadores de la Universidad Autónoma de Puebla que pernoctaban en el pueblo para ascender al día siguiente a la cima de La Malinche. Felipe Cazals inmortalizó este episodio histórico en un clásico del cine mexicano: Canoa.