Opinión
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Renuencia a la renuncia
V

an a cumplirse 30 años del robo al Museo Nacional de Antropología. Mientras los veladores celebraban la Navidad los ladrones se llevaron 140 piezas de inestimable valor patrimonial. El director del INAH, Enrique Florescano, no se inmutó y siguió en el cargo. Ni renunció, ni lo renunciaron. Obviamente no era culpable del robo, pero sí el responsable de velar por la seguridad del patrimonio a su cargo.

En 2009 se produjo un incendio, al parecer provocado, en una bodega aledaña a la guardería ABC del IMSS en Hermosillo, Sonora. Murieron calcinados 49 niños y 76 más quedaron con quemaduras graves. La bodega era dependencia estatal y el siniestro tenía como finalidad eliminar documentación oficial. El gobernador Eduardo Bours no se hizo responsable y terminó sin problemas su sexenio. Las familias afectadas y la sociedad pidieron la renuncia del director del IMSS Juan Francisco Molinar Horcasitas, pero siguió en el cargo, no tuvo la decencia de renunciar y cargará para siempre con ese estigma.

El gobernador de Guerrero Ángel Aguirre pidió licencia un mes después de los terribles acontecimientos de Iguala. No ha renunciado. No supo, no quiso o no pudo manejar la situación. Y ahora aflora toda la pestilencia que emana de decenas de fosas clandestinas que ponen en evidencia su ineptitud y la impunidad que caracterizó su gestión.

El secretario de Comunicaciones y Transportes Gerardo Ruiz Esparza ha demostrado en repetidas ocasiones que el saco le queda grande. En las licitaciones públicas que ha tenido a su cargo renuncian postores y al final se favorece a empresarios del estado de México. Su proceder ha sido cuestionado públicamente e incluso ha comprometido al Presidente de la República en la última licitación del tren bala a Querétaro; o fue más bien la Presidencia la que comprometió al secretario. Para evitar el escándalo el Presidente tuvo que dar un golpe de timón y cancelar la licitación, con costos considerables para el país. ¿Debe renunciar, deben pedirle la renuncia o cumplía órdenes?

El procurador Jesús Murillo Karam está cansado, después de un mes dando palos de ciego y poniendo en evidencia la ineptitud de la procuraduría para solucionar de manera rápida, expedita y profesional el caso de los normalistas de Ayotzinapa. Las masas reunidas en múltiples marchas y manifestaciones exigen que renuncie. Los padres de familia de los normalistas no le tienen confianza y ha perdido toda credibilidad. Murillo Karam tenía información directa y confiable sobre los usos y costumbres del presidente municipal de Iguala, fue informado personalmente por el perredista René Bejarano y por el propio gobernador de Guerrero. No hizo nada. ¿Debe renunciar?

El secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong tuvo un gesto inusitado al salir en mangas de camisa a dialogar con los estudiantes del Politécnico. Muchos analistas aplaudieron esta nueva manera de hacer política y enfriar el conflicto hasta que pasara la tradicional manifestación del 2 de octubre. Lo que no ha sabido hacer es enfriar el resentimiento popular por la masacre de los 43 normalistas de Ayotzinapa y el vil asesinato de 22 jóvenes, en Tlatlaya, estado de México. Tampoco ha podido evitar que las turbas incendien el palacio de gobierno, el Congreso, el local del PRI en Guerrero y la presidencia municipal de Iguala, e incluso se ataque con bombas molotov a la puerta del Palacio Nacional. No ha demostrado tener un manejo adecuado de situaciones conflictivas.

Hace una semana el periodista Jorge Ramos, que trabaja en los medios estadunidenses, pero también escribe en la prensa nacional, se atrevió a publicar un artículo en el que consideraba pertinente la renuncia del presidente Peña Nieto. Su argumento era claro, el tema estaba planteado por múltiples sectores de la sociedad y era un tópico en las redes sociales. Había que hablar del asunto. Según el periodista el Presidente actuó con incomprensible indiferencia y negligencia. Es más, no ha dado la cara, no ha salido a los medios, no ha concedido entrevistas, se ha escondido y está inmovilizado ante una situación de crisis extrema que demanda un liderazgo claro y decidido.

El tema de la renuncia del Presidente ha sido tocado en los medios y las opiniones son encontradas. Pero lo que le echó gasolina a la combustión y el hartazgo nacional fue su viaje a China. Nadie puede justificar la pertinencia del viaje en estos momentos.

Al parecer, forma parte de cierta cultura política nacional la renuencia a la renuncia, tanto del funcionario cuestionado o responsable, como de la autoridad que considera un fracaso de su administración pedir la renuncia de un subalterno. Por años tuvimos que aguantar al góber precioso en Puebla, a Ulises Ruiz en Oaxaca y a tantos otros.

Pero más allá de la responsabilidad directa o indirecta de tal o cual funcionario de marras, hay un asunto de dignidad, gallardía, valentía y decencia para renunciar o, de perdida, ofrecer la renuncia.

Sin embargo, esta actitud es prácticamente inexistente entre la clase política nacional.

Renunciar de manera irrevocable implica una actitud de independencia que puede ser interpretada como suficiencia, traición, falta de respeto y fidelidad al grupo o caudillo de turno. Poner en la mesa la renuncia implica poner en aprietos a un superior que tiene que tomar la decisión y hacerla pública. Pedir la renuncia puede interpretarse como un error político al haber elegido a ese funcionario, una debilidad ante presiones externas, el reconocimiento de que no se cuenta con un equipo eficiente, probo y profesional.

En suma, nadie renuncia y a nadie le piden la renuncia. Un destilado muy refinado de la cultura política nacional que atraviesa toda la sociedad, la academia, la administración pública, los partidos y la clase política nacional.

Excepciones existen, y hay que reconocerlas.