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Pinta 10 cuadros de manera simultánea, porque uno solo es aburrido, dice en entrevista

Friedeberg exhibe un budín ecléctico en una galería de la colonia Juárez
 
Periódico La Jornada
Martes 18 de noviembre de 2014, p. 6

“Todos somos unos inútiles, esperamos nuestro día de cremación, o desaparición, o que nos fusilen, o nos metan a un helicóptero y nos lancen a la bahía de Acapulco. Pero no queremos afrontar esa verdad. ¿No sería terrible que la humanidad despertara un día con un papelito en el pecho diciendo ‘te vas a morir el día 17 de febrero de 2017’?

Imagínate, ya nadie saldría a trabajar, todo mundo se pondría a llorar. La mitad de las personas correría a las iglesias a rezar. Es un gran regalo que nos ha dado Dios al no decirnos el día en que vamos a morir, expresa el artista mexicano Pedro Friedeberg (Florencia, 1936), conocido por su humor, cinismo e imaginación.

¿Artistas?, mejor agricultores

Entrevistado con motivo de Doctorado en cariátides: introducción al aburrimiento, exposición de 64 obras (43 pinturas y 21 esculturas), inaugurada hace unos días en la Galería Ethra, el pintor acepta que es una muestra digna de un museo.

Claro, todas mis exhibiciones son dignas de muchos museos, pero las personas, o los mu-seos, me tienen miedo, creo. ¿Por qué? Sienten una vibración de sarcasmo, ironía y grosería, a lo mejor, por eso no me invitan, porque los museos tienen que estar llenos de gente que pinta cuadros minimalistas o conceptualistas o hacen instalaciones o traen, por ejemplo, el último baño roto de su casa, con la tubería hecha pedazos. Lo creen intelectual y una protesta. Lo entiendo muy bien, pero me aburre muchísimo.

También, señala, tantos que quieren ser artistas porque ya nadie quiere ser agricultor, y concluye: Deberían ser agricultores. Hacen falta frijoles, flor de calabaza y chiles, no tanto arte. ¿Con hache?, se le pregunta en referencia al movimiento de Los Hartos, fundado en 1961.

“Con hache es bueno –contesta–. Lo malo es que éste, refiriéndose a la obra de la muestra, es arte sin hache, arte casi de a de veras. Es como 60 por ciento arte y 40 por ciento charlatanería, cinismo, un relleno. Un budín ecléctico.”

En 2010 Friedeberg fue sujeto de una gran exposición, que reunió obra de medio siglo en el Museo del Palacio de Bellas Artes. ¿En qué le fue provechoso? Me trajo un .0001 poquito más de popularidad. Pero, usted es popular. “La gente es muy hipócrita. En la muestra hay un cuadro El que os adula, os aborrece. Toda esa gente que dice, ‘ay, maestro, quien sabe qué, pero en el fondo... Es una especie de cortesía del siglo XXI, decirse cosas bonitas para hablar cosas feas detrás de uno”.

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Pedro Friedeberg, con su escultura Piedrita del riñón del Coloso de Rodas, 2014, incluida en la exposiciónFoto Yazmín Ortega Cortés

Aunque la mayoría de la obra es inédita, algunas piezas que emplean timbres postales fueron expuestas en el Museo de la Filatelia, en Oaxaca. El título de la exposición retoma el nombre de uno de los cuadros, ya que el expositor ha sido un estudioso de las esculturas griegas conocidas como cariátides, que en realidad representaban a las esclavas persas que cargaban las piedras para construir el Partenón. Es una imagen a lo mejor antifeminista y políticamente incorrecta, pero muy agradable en lo estético.

Obras maestras dedicadas al olvido

Pedro Friedeberg dice que sus intereses siempre han sido múltiples. Sus cuadros están poblados de elementos gastronómicos, perspectivas arquitectónicas como siempre, músicos egipcios tocando el arpa, trompetas, tortugas, jaguares, fórmulas matemáticas, la cúpula de una catedral vista en un viaje a San Petersburgo.

A veces emplea las mismas figuras, por ejemplo, no puede faltar el ratón Miguelito para rellenar.

El entrevistado dice tardarse un promedio de siete meses en cada cuadro: “Pinto un día sí y luego ocho días no en un cuadro, porque empiezo otro. Siempre pinto como 10 simultáneamente. Pintar siempre el mismo es muy aburrido. Luego, uno lo tiene que dejar descansar para saber si le va a añadir algo, quitar algo, tirarlo a la basura o regalarlo a un museo. Nunca se sabe el destino de un cuadro.

Donde se pintan los cuadros, también les cocinan. Se les pone pimienta, sal, luego se ponen a hervir un ratito. Después se pasan a otra olla, se le echa aceite extravirgen y salen unas obras maestras. Puras obras maestras dedicadas al olvido.

Los títulos de sus piezas siempre llaman la atención: A veces doy en el clavo, otras no. Los cuadros de René Magritte tienen muy buenos títulos, pero él no se los ponía. Una vez al año organizaba una fiesta con los mejores poetas de Bélgica, quienes le daban unos títulos perfectos a sus obras.

–¿Ha tratado de hacer eso?

–Sólo conozco a tres poetas y están muertos: Guadalupe Amor, Ramón López Velarde y Xavier Villaurrutia. Pita Amor, quien era mi amiga, me dio unos títulos muy buenos. A un cuadro, sin verlo, le puso Te odio apestoso jazmín, y le quedó muy bien. Se vendió luego luego, no sé si por el cuadro o el título.

La muestra Doctorado en cariátides: introducción al aburrimiento permanecerá en la Galería Ethra (calle Londres 54, colonia Juárez) hasta el 30 de enero de 2015.