Opinión
Ver día anteriorMartes 18 de noviembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Las rutas de Paz en París
M

ayo, días del apogeo primaveral en París, cuando Jacques Bellefroid y yo nos encontrábamos, año tras año, de manera casi ineluctable, con Octavio y Marie José Paz, entre las calles de Seine, Jacques Callot y Jacob. La conversación se disparaba a cuatro voces, con entusiasmo y, sobre todo, con placer. Diálogos entrecruzados, ininterrumpidos a pesar del paso del tiempo sin vernos. Como si nos hubiésemos telefoneado esa mañana y hubiéramos platicado durante una larga noche en vela consecutiva a una imaginaria e interminable charla del día anterior. ¿No decía Roland Topor que con nadie se sigue, sin cesar, una conversación sino con quien se habla todos los días?

Sin embargo, pasaban meses entre cada encuentro. Las palabras mágicas que nos permitían esa plática sin tregua eran, quizás, las del ritual que, sin quererlo, seguíamos al pie de la letra: ¿Qué hay de nuevo?, preguntaba Paz. Como no saben qué es el modernismo, pasaron al posmodernismo, respondía Bellefroid. La risa de Octavio brotaba como el agua clara de un manantial. Su sentido del humor, su curiosidad y su aversión a la solemnidad despojaban de su máscara al hombre protegido tras el pontificado, donde lo encarcelaban admiradores y enemigos, él mismo.

Después, nos instalábamos en la terraza de un café o emprendíamos un recorrido de París favorable más a sus reminiscencias que a sus recuerdos. A veces, me preguntaba muy quedo: ¿Cómo están? No ignoraba mi amistad con las dos Elenas. Si no elegía tal calle era por rechazo a volver sobre sus pasos en el pasado. L’Ancienne Comédie, por ejemplo. No obstante, por ella comienza la Ruta Octavio Paz que, a través del Instituto Cervantes, propone Alain-Paul Mallard, con motivo del centenario del nacimiento del poeta mexicano, a quien se rindió homenaje en París durante unos días.

El Instituto Cervantes ha ideado, aprovechando la historia y el encanto del laberinto parisiense, rutas de personajes y temas: Buñuel, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Unamuno, Balenciaga, Revolución francesa y españoles, Rayuela, también Cortázar. Estos paseos son amenizados con fotos, documentos y anécdotas.

La primera cita del recorrido, en un edificio de l’Ancienne Comédie, el cual es descrito como el lugar de encuentros con surrealistas, tales como André Breton, Max Ernst o Benjamin Peret, de quien se vuelve próximo amigo. ¿Cómo imaginar, en este contexto, la alusión a los escándalos ahí vividos, cuando Garro le echa en cara su infidelidad con Bona Mandiargues, mientras ella misma vive una pasión amorosa con otro hombre?

Los homenajes son difíciles cuando algunos protagonistas siguen en vida. Silencios, autocensuras, tabúes, reinan durante las mesas redondas, las conferencias, presentaciones, análisis de la vida y la obra. Se transforman, así, a causa de los mismos elogios ditirámbicos, sin distancia, repetitivos, en segundos entierros, así sean de primera clase.

Por ello, aparte de la Ruta de Octavio Paz, patrocinada por su viuda, Marie José, el otro acto que escapa de los lugares trillados fue la aparición del libro Octavio Paz dans son siècle (Gallimard), de Christopher Domínguez Michael.

Cabe señalar dos curiosidades. Primera, el libro no ha aparecido aún en español (Conaculta-Aguilar). Segunda, la traducción al francés por Gersende Carmenen, quien fue decisiva en el recorte para la edición en esta lengua, tiene menos de 300 páginas de las 700 en español. Personas e intrigas desconocidas en el extranjero haría incomprensible parte de su lectura.

Libro apetecible, labor de orfebrería entre la vida y el siglo de Paz, no satisface mi apetito, al contrario, lo despierta aún más. Leerlo en su lengua original lo merecen biografiado y autor.

Si las biografías son raras en México, hay excepciones como el Santa Anna de González Pedrero, en Francia tienen un público de lectoras fieles de edad. La de Domínguez sobre Paz se leerá, acaso, paradójicamente, más en francés que en español.