éxico se encuentra en un momento decisivo. Desde hace tiempo prevalece en muchas zonas del país una situación en la que ha desaparecido el estado de derecho. La tesis de un estado fallido, frecuentemente usada para describir las condiciones generales existentes durante la última administración panista, puede seguirse utilizando dada la persistencia de lo que resultan ya regularidades nacionales, en las que se presentan desapariciones como la de Ayotzinapa, y lo que se ha llegado a describir como evidentes masacres en el caso de Tlatlaya.
Indudablemente al gobierno federal le corresponde la responsabilidad fundamental, aunque no exclusiva, de esta situación. Por eso se ha planteado que, frente al deterioro de las condiciones de funcionamiento de la vida nacional, el titular del Poder Ejecutivo tendría que tomar acciones trascendentes. Evidentemente no lo va a hacer, porque ello significaría reconocer la existencia de una crisis nacional provocada por la incapacidad del equipo gobernante para resolver problemas centrales para un número significativo de ciudadanos.
El grupo que gobierna puede no aceptar explícitamente que existe una situación de crisis nacional, pero para ellos lo que ha estado ocurriendo ha provocado que su proyecto económico y político se haya derrumbado. La cuidadosa escenografía montada en el país y en el extranjero, para convencer de que México había superado las condiciones de inseguridad por la vía de no hacer pública información, quedó rotundamente desacreditada. La imagen de cambio económico, sustentada en la capacidad del gobierno federal y sus grupos parlamentarios para aprobar reformas fundamentales para la apertura a fracciones importantes de los grandes capitales petroleros internacionales, está desmoronándose con la persistencia de un crecimiento muy por debajo de lo comprometido y, sobre todo, por el impacto de la vulnerabilidad gubernamental.
La crisis les llegó, además, aderezada con descubrimientos de propiedades inmobiliarias inadmisibles. Las consecuencias económicas de esta situación no tardarán en evidenciarse. Se enfrentaba ya un panorama económico general complicado, dada la persistencia de dificultades de las economías europeas, a las que se han sumado los resultados desfavorables en Japón, que junto con la victoria republicana en las elecciones intermedias estadunidenses prefiguran un entorno externo que golpeará las exportaciones del país. El precio del crudo, pese a las coberturas externas que lo protegen, configura otro factor negativo.
Lo más negativo, sin embargo, es la situación que se vive en México. La respuesta estudiantil a la incapacidad gubernamental para enfrentar adecuadamente la desaparición de los estudiantes guerrerenses da cuenta de que se está llegado verdaderamente al límite. Ya no son suficientes las declaraciones, mucho menos las advertencias. Hace falta que sucedan cosas. El gobierno tiene que entender que si para un importante sector hay una situación crítica es menester enfrentarla. Para hacerlo hay que empezar por abrir canales para que se puedan expresar abiertamente las discrepancias.
Las recientes decisiones de la Suprema Corte negando las consultas solicitadas, con base en argumentaciones sobre los ingresos fiscales que derivan de la manera en la que el Legislativo definió las restricciones a la consulta ciudadana, dan cuenta de esta misma manera de funcionar. Los grupos parlamentarios que conforman una mayoría a favor de las reformas aprobadas deben recapacitar, reformulando estas restricciones con el fin de permitir que un recurso político importante tenga posibilidades reales de uso.
Negar que se viven condiciones nuevas, en las que un actor político relevante: el movimiento estudiantil se ha puesto en marcha, con razones que tienen valor para buena parte de la sociedad sería muy peligroso. Sostener que se trata de intentos desestabilizadores tampoco sirve. Por el contrario hay que asumir que las dificultades nacionales demandan ser tratadas de maneras también nuevas en las que la construcción de mayorías parlamentarias no es suficiente. Parece ser la hora de cambios trascendentes.