ontra todo pronóstico razonable, el Festival Internacional de Cine de Los Cabos acaba de realizar su tercera edición pocas semanas después del paso devastador del huracán Odile. Sin ánimos decaídos, con una lista de invitados más extensa y prestigiosa que el año pasado, y una selección de películas que refrenda la propuesta original del evento: ser una plataforma de intercambio comercial y artístico entre las cinematografías canadiense, mexicana y estadunidense.
Concentrar la programación de un festival internacional en la producción de sólo tres países favorece una comprensión cabal de la evolución y contrastes, en temáticas y propuestas formales, de industrias fílmicas con escasas oportunidades reales de dialogar entre sí. Aunque en prin-cipio el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) debiera servir de estímulo para intercambios y negociaciones fructíferas entre las tres naciones firmantes, lo evidente es un creciente desequilibrio en el terreno comercial y cultural. Y es que lo que comúnmente se opone en las comparaciones es la fabricación en serie de blockbusters hollywoodenses y una producción fílmica mucho más modesta en las naciones vecinas. Cuando en cambio se comparan y contrastan producciones independientes más atentas a la búsqueda artística, el diálogo se vuelve posible y más democrático. Esa rara oportunidad la propicia y favorece el Festival de Los Cabos.
Algunos títulos emblemáticos en el evento señalaron así coincidencias y contrastes. Luego de presentar en Los Cabos el año pasado la notable cinta El club de los desahuciados (Dallas buyers club), el realizador canadiense Jean-Marc Vallée propone ahora en la producción estadunidense Alma salvaje (Wild), la hazaña de una joven deportista (Reese Whiterspoon) empeñada en caminar mil 800 kilómetros como una heroica prueba de resistencia personal. Basada en un caso real, la ilustración del caso es reiterativa en su sucesión cansina de flash-backs explicativos, y tan convencional y previsible como un libro de superación personal.
Un ritmo similar se percibe en La cautiva, del veterano canadiense Atom Egoyan, aunque aquí el registro de tragedias personales provocadas por una red de secuestradores pedófilos ofrece un interés mayor y una sugerente atmósfera claustrofóbica. Un desasosiego existencial define a su vez a los personajes de El reino de la belleza, del quebequense Denys Arcand, pero sus aventuras sentimentales transcurren en un inocuo marco de frivolidad y en el convenciona- lismo de infidelidades y reacomodos previsibles. Muy lejos todo ya de las radiografías sociales que fueron La decadencia del imperio americano y Las invasiones bárbaras.
Por su parte, Mommy, del franco-canadiense Xavier Dolan, tiene al menos el sello provocador de un cineasta seriamente atento, aún en el aparente bluff de sus psicodramas estridentes, a las contradicciones de una sociedad neurótica y narcisista, cuyos excesos describe en divertida clave auto paródica.
En la propuesta estadunidense independiente hay títulos interesantes: Escucha, Philip, de Alex Ross Perry, con los agrios pesares de un novelista en conflicto con el mundo entero y en difícil reconciliación consigo mismo; Huéspedes continuos, de Jesse Moss, exploración del mundo del desempleo a partir de la hostilidad de una comunidad rural renuente al trato hospitalario; y sobre todo Boyhood, de Richard Linklater, fascinante recorrido en un rodaje de 12 años de duración –tiempo real en una crónica puntual– por las difíciles experiencias iniciáticas de un niño, desde sus seis años hasta su ingreso a la universidad y su primer descubrimiento amoroso. Al margen del estreno inminente de esta cinta, habría que insistir en la conveniencia de programar en el circuito cultural ciclos de un cine independiente de Estados Unidos y Canadá sin mayor oportunidad de difusión en la cartelera comercial.
De la selección mexicana cabe mencionar a las dos cintas ganadoras del festival: Güeros, de Alonso Ruizpalacios, y Llévate mis amores, de Arturo González Villaseñor. La primera, una intensa crónica urbana en el corazón de una revuelta estudiantil y la segunda, un emotivo documental sobre las Patronas, las mujeres que ofrecen comida y apoyo solidario a los migrantes centroamericanos a bordo del tren La Bestia en su paso por México. Dos cintas que tienen como distinción mayor tomar oportunamente el pulso social de la actualidad nacional y conducir sus relatos con vigor y sobriedad artística. Otras cintas nacionales con narrativas sólidas y novedosas fueron El incidente, de Isaac Ezban; Asteroide, de Marcelo Tobar, y El regreso del muerto, de Gustavo Gamou.
Con las omisiones inevitables y muchas cintas aún no vistas, un primer balance provisorio: cero y van tres, tres ediciones bien organizadas, tres contrastantes naciones vecinas, tres muestras de un cine independiente. Enhorabuena.
Twitter: @Carlos.Bonfil1