Medidas de autoridades migratorias hacen más peligrosa la travesía de centroamericanos
Mujeres continúan la búsqueda de familiares desaparecidos en México en su paso hacia EU
Miércoles 26 de noviembre de 2014, p. 12
San Sebastián Tenochtitlán, Hidalgo.
A partir de la imposición del Programa Frontera Sur, en agosto de este año, que comprende operativos severos del Instituto Nacional de Inmigración y la Policía Federal para bloquear las rutas de la migración centroamericana hacia la frontera norte, todas las medidas del gobierno están orientadas a empeorar la travesía, a hacer más peligroso e incierto el paso de este flujo imparable de jóvenes que buscan salir de la pobreza y la violencia de sus países al dirigirse hacia el norte
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Con este mensaje, Marta Sánchez Soler recorre desde hace cinco días plazas públicas y albergues para migrantes desde Tenosique, Tabasco, hasta San Luis Potosí, al frente de la Décima Caravana de Madres Centroamericanas que buscan en territorio mexicano a sus hijos e hijas. Resistentes y tercas, más de 40 mujeres marchan en cada etapa del itinerario portando las cuatro banderas del istmo continental, gritando por el megáfono: Hijo, escucha, tu madre está en la lucha
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En la jornada de ayer, que viajó desde Atitalaquia, Hidalgo, hasta San Luis Potosí, se hizo una escala en un pequeño pueblo hidalguense de nopaleras polvorientas, San Sebastián Tenochtitlán, para vivir una emotiva celebración, uno de los encuentros madre-hijo de esta décima edición de la caravana que sus organizadores decidieron llamar Puentes de esperanza. Fue el rencuentro de Yanel Navarro Valle, quien salió de su pueblo a los 17 años, perdió el contacto con su familia hondureña y pudo, al fin, abrazar a su madre, María Delmis Valle.
Hace cuatro días, el sábado 22, habían celebrado en Coatzacoalcos el rencuentro de dos hermanos, también de Honduras. Leonila Guerra, originaria de Comayagua. Había inscrito el nombre de su hermano Oswaldo en una lista de desaparecidos en México de una Ong de su región. Él había emigrado hacía 17 años y vivía en Jaltipa, Veracruz. Gracias a las redes sociales y el trabajo de investigación del Movimiento Migrante Mesoamericano, se localizaron. Así Oswaldo se enteró de que sus padres murieron con la pena de saberlo desaparecido.
Buscar a un migrante centroamericano desaparecido en México es peor que buscar una aguja en un pajar. Pero “no es misión imposible si los familiares y los colectivos solidarios no se limitan a tocar las puertas institucionales, donde ni siquiera reconocen su existencia, sino que como sociedad aprendemos a contribuir con esta búsqueda, comenta Rubén Figueroa, encargado de las investigaciones del Movimiento Migrante.
Fueron dos pistas, refiere, las que le dieron certeza de la verdadera identidad de un peón conocido como Alexis, retraído y que ni siquiera recordaba bien a bien su lugar de origen. Primero, el nombrecito, Yanel, muy característico de los catrachos. Y luego, cuando lo fui a buscar casi furtivamente, le pregunté qué sentía cuando oía pasar el tren. Entonces se puso a llorar y dijo que quería ver a su familia
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Fue un laberinto de conexiones, viajes, contactos directos y por Internet los que llevaron a Figueroa, tabasqueño, a conectar el dato que le pasó hace nueve meses un periodista de Honduras, sobre una madre, doña María Delmis, que tenía un hijo desaparecido.
Estos encuentros son producto de investigación de campo, redes que colaboran detectando migrantes extraviados y también de las redes sociales que permiten conexiones insospechadas. Cada uno de estos encuentros es celebrado por el resto de las mujeres que integran la caravana, procedentes de Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras, con oraciones, aplausos y muchas lágrimas. Muchas mujeres viven como propia la alegría de tragedias que llegan a su fin, cuando un migrante desaparecido deja de serlo.
La historia de Yanel, que ya no es Alexis, es similar a la de cientos de miles de sus paisanos. Tenía 17 años cuando hizo el intento de llegar a la frontera de Estados Unidos a lomo de La Bestia, pero en una de las escalas ya no pudo trepar a los vagones en marcha y sólo vio cómo sus primos, sus compañeros de viaje, se alejaban de él para siempre. Extraviado, vagaba por la llanura hidalguense, donde conoció a un ranchero adinerado, Baldomero Anaya, quien lo llevó a trabajar a uno de sus ranchos. Mal pagado, aislado, en ocasiones maltratado, permaneció ahí 16 años, calcula, viviendo como un ermitaño entre vacas y gallinas.
Una o dos veces a la semana bajaba a un rancho vecino por comida. Ahí conoció un poco de solidaridad humana en la familia Mendoza Martínez. La hija mayor, Rocío, fue quien empezó a sospechar que Alexis podía ser un migrante centroamericano extraviado cuando le llegó por el Facebook la información de estas búsquedas. Nueve meses tardó el proceso que terminó este mediodía en un efusivo convivio, con algunos jarritos de pulque de por medio y una radiante María Delmis como reina de la fiesta. Yanel decidió hoy mismo regresar a su pueblo, El Guantecillo, departamento de Morazán, uno de los rincones más pobres dentro del país más pobre de Latinoamérica.
El Movimiento Migrante gestionó ante el Instituto Nacional de Migración sus documentos provisionales para viajar.
Esta historia es rara avis en el panorama de los migrantes. Solamente en el caso de Honduras, según la percepción de Rubén Figueroa, 90 por ciento de los migrantes que pierden contacto con sus familias y nunca llegan a su destino no están en ningún registro oficial. Sólo las organizaciones lo hacen.
Cofamipro, por ejemplo, que tiene su sede en Progreso-El Yoro, norte de Honduras, tiene una lista depurada de 456 migrantes a los que se les perdió el rastro en México. Al abrigo de las caravanas organizadas por el MMM han encontrado desde 2000 a 230. La Red Comifa, base en Tegucigalpa y que recibe casos del centro y el sur del país, tiene información de más de 600 migrantes que se buscan.
Han encontrado a 20 de 2002 a la fecha.