a tensión central. El momento actual expresa a una sociedad agraviada. Por un lado, desde hace varios años las movilizaciones, las protestas y los análisis de expertos subrayan una falencia central en la convivencia nacional: los abusos de la autoridad contra la ciudadanía bajo diversas formas que llegan incluso a asesinatos de inocentes y desapariciones forzosas. Gabriel Zaid resumió esto con una frase luminosa: la razón como arbitrariedad que no escucha razones
. Por otro lado, en muchas mantas en las manifestaciones, en exigencias sociales de grupos organizados o gremiales, en peticiones de comunidades y en solicitudes de agrupamientos ciudadanos se expresa otra reclamo central: el abandono del Estado de sus funciones en materia de seguridad humana, es decir seguridad pública y protección social.
El estado de la sociedad. Desde un perspectiva democrática, ambas demandas convergen en la necesidad de una reconstrucción del Estado y más específicamente, de un Estado que esté imbricado en la sociedad, es decir donde ésta asume la autoridad y legitimidad del Estado porque está construyéndolo, supervisándolo, vigilándolo y con capacidad de exigir rectificaciones que son indispensables en toda empresa humana.
No cantar victorias anticipadas. No hay nada peor que juzgar una estrategia que requiere actos repetitivos como un triunfo irreversible cuando se tienen éxitos tempranos. Ya pasó antes y ahora vuelve a ocurrir. No hay nada irreversible cuando se promulgan transformaciones que afectan intereses. Las reformas no son actos fundadores sino procesos de deliberación y acuerdos. Por ello se necesitan desagregar para establecer con nitidez los propósitos y construir coaliciones en cada etapa.
Una transición post-autoritaria y pre-democrática. Este régimen tiene formas democráticas mezcladas con tics autoritarios. Pregona pluralismo poco antes de intentar un descontón. Profundiza las prácticas patrimonialistas, se injerta en un Estado desarticulado y una sociedad segmentada y pulverizada. Ese régimen tampoco sabe tratar con movimientos de protesta: o reacciona como gallina sin cabeza aleteando por todo lados, o se expresa en clave histérica.
Recuperar el territorio. Para el momento actual dos caminos se requieren recorrer a partir de acuerdos y una consigna central. Es necesario cambiar lo que se hace –lo que hacen el Estado, el gobierno, los grupos de interés, los ciudadanos–, mas que cambiar lo que se dice –el proceso de las reformas legislativas. Un camino afirma la importancia estratégica de la institución municipal porque entiende que el Estado ha perdido en primer lugar en el ámbito territorial. Recuperar el territorio requiere un esfuerzo en tres dimensiones: fortalecimiento de las atribuciones municipales, cobertura nacional en materia de protección social y política de seguridad pública con la sociedad en el centro y no con la sociedad como enemigo.
El segundo camino es recuperar la confianza. No ha sido ciertamente un evento súbito sino un largo proceso de desgaste donde la ciudadanía pasa alternativamente de la decepción al importamadrismo a la rabia. En las elites se experimentan estados de ánimo que van del cinismo, al derrotismo a la arrogancia de la impunidad. Este ambiente de administración de la decadencia sólo puede romperse mediante una iniciativa a la vez heroica y audaz. Partir de una comisión nacional y comisiones en todos los estados del país con un propósito central: recuperar a las víctimas de la guerra contra el crimen organizado. Recuperar en sentido profundo reconociendo el tamaño de las tragedias concretas. Su tarea inicial tendría que estar orientada a encontrar a los 43 normalistas desaparecidos y a la recuperación moral y física de sus familias y de las comunidades más directamente afectadas en el estado de Guerrero.
Sin esto, dígase lo que se diga, difícilmente habrá después.
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