l presidente de Rusia, Vladimir Putin, hay que tomarlo muy en serio cuando habla, pues, a diferencia de su homólogo estadunidense y sus comparsas europeos, ha demostrado no ser un demagogo al uso, sino un estadista que responde por sus palabras. En su mensaje anual al parlamento, el 4 de diciembre, Putin realizó nuevamente claras advertencias sobre la sostenida y redoblada hostilidad contra su país de Estados Unidos y sus socios. El mensaje, cuyo texto íntegro se encuentra en inglés en el sitio oficial de la presidencia rusa, es complementario del pronunciado en el club Valdai, sobre cuya trascendencia histórica llamó la atención recientemente Atilio Borón.
Desde la reunión de Valdai, la cámara de diputados de Estados Unidos ha aprobado la resolución 758, que observadores tan distantes ideológicamente, pero bien informados, como el ex congresista estadunidense Ron Paul o el académico canadiense Michel Chossudovsky consideran una declaración de guerra contra Rusia, por cierto bien ocultada por los medios de difusión estadunidenses, al parecer muy interesados en que no se conozca un texto belicista que alarmaría a la opinión pública del país.
Igualmente, la canciller alemana Angela Merkel ha acentuado la tónica antirrusa al hablar no sólo sobre la situación en Ucrania, sino sobre la política de Rusia hacia el espacio postsoviético. Merkel repite las mentiras de Washington y el oligopolio mediático mundial sobre el mismo tema, actitud criticada por muy importantes círculos de negocios y políticos alemanes, pero sus dichos pesan políticamente en Europa, dada la gran influencia de Berlín en su destino, cuyos banqueros usufructúan las inmisericordes políticas económicas que despedazan el sur del viejo continente.
La Rusia de Putin, gran potencia mundial nuclear y energética, es un formidable obstáculo a los irrefrenables deseos de Estados Unidos de ejercer la hegemonía global. Fortalecida por su alianza con los BRICS –con la locomotora china en especial–, con importantes países del espacio ex soviético, asiáticos –el Grupo de Shanghai– y de Medio Oriente, y con alianzas estratégicas que abarcan a los países del Alba, Argentina y Brasil, enloquece a sectores importantes de la elite estadunidense que no soportan convivir con esa pesadilla (por cierto, los derrames biliares que habrá ocasionado en Washington la reciente cumbre de Unasur). Pese a las debacles en Afganistán e Irak, aquellos sectores han arrastrado a la potencia que se imaginó dueña absoluta del mundo después de la desaparición de la URSS (1991) a cada vez más peligrosos y costosos errores.
Por solo poner tres ejemplos: uno fue el intento de golpear a Rusia militarmente desde Georgia, que les salió por la culata; otro, el golpe de Estado en Ucrania, con el que no consiguieron involucrar a Moscú en un conflicto bélico previsiblemente trágico, aunque han llevado a los neonazis al poder y provocado una guerra en el sureste creando un caótico y sangriento cuadro que podría envenenar a la postre las relaciones de Washington con Europa. La provocación en Ucrania también dio a Moscú la justificación irreprochable para el retorno de Crimea a su seno, cuya población decidió abrumadoramente reunificarse con Rusia; otro error ha sido la creación sistemática de las condiciones que engendraron al Estado Islámico y su campaña de horror.
Por su parte, Rusia se ha visto obligada a adoptar medidas económicas, políticas y militares correspondientes a la intensificación de la hostilidad de Washington contra Moscú, como el trascendental acuerdo para el paso por Turquía del megagasoducto South Stream.
En su discurso al parlamento, Putin dijo: No es coincidencia que yo mencione a nuestros amigos estadunidenses en la medida en que ellos, ya sea directamente o detrás del telón, siempre afectan las relaciones con nuestros vecinos. A veces uno no sabe por momentos con quien es mejor hablar: con los gobiernos de ciertos países o sus patrones y patrocinadores estadunidenses
. Añadió que si los países de Europa olvidaron hace tiempo lo que es el orgullo nacional y si para ellos la defensa de la soberanía es un lujo excesivo
, para Rusia la defensa de su soberanía es una condición obligatoria
de su existencia.
El presidente ruso también afirmó que con o sin crisis en Ucrania, con o sin reunificación con Crimea, Occidente hubiera encontrado otras razones para aislar a Rusia.
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