a economía mexicana avanza reptando desde hace más 30 años, pero la velocidad con que la sociedad ha cambiado, simultáneamente, ha sido veloz aunque de modo áspero, crispado, desequilibrado, desigual, e implacablemente sanguinario. Esos cambios y experiencias no ocurrieron a la sociedad mexicana por efecto de algún fenómeno natural –que también los ha habido–, ha sido la esfera política y todas sus élites la que ha causado tantos daños al pobrerío de todos los niveles.
Las élites mexicanas, acompañadas de los sectores medios, en medio de la brutal crisis que experimentaría el país a partir de los años 80, comenzó a desarrollar –como todas las clases dominantes del mundo– una exacerbación del consumismo que había empezado a tomar impulso en los años 60 especialmente en los países industrialmente desarrollados.
En 1936, aun antes de la publicación de su célebre Introducción a la economía (1938), el economista inglés Maurice Dobb había empezado a hacer observaciones sobre cambios cualitativos en el fenómeno del consumo –especialmente en Estados Unidos–, y posteriormente Paul Sweezy y Paul Baran en su texto El capital monopolista (1966), desarrollarían con amplitud la irracionalidad de un consumismo cada vez más excitado, asociado a las dificultades del capitalismo para dar salida a excedentes de capital crecientes que no podían tener salida productiva en condiciones de monopolio, para entonces ya muy agudas.
Los años 70 trajeron consigo una vasta crisis internacional que crearía las condiciones para el lanzamiento pleno, ya en los años 80, de la globalización neoliberal, que vendría de la mano con una revolución tecnológica que produjo dificultades aún más grandes para dar salida a los excedentes en la forma de inversión, de modo que el proceso habría de dar un inverosímil salto cualitativo en el consumismo, que se apoyaba ahora, además, en el salto cuántico de la concentración del ingreso y la riqueza, como ha mostrado Piketty.
Al mismo tiempo han ido agregándose al obsceno consumismo del mundo sectores de nuevos ricos, de China y otros países asiáticos, de los nuevos ricos de India y en general de las élites de los llamados emergentes. La otra cara de la indecencia del consumismo de las élites del mundo es la sobrexplotación de los recursos naturales del planeta, la generación de los gases de efecto invernadero y el amenazante cambio climático, que las potencias se niegan a empezar a corregir seriamente, en última instancia porque detrás está el inconcebiblemente voraz consumismo de los de arriba. Consumir, consumir, sin tregua y acumular riquezas sin freno. Ahora ricos muy ricos pueden comprar su boletito par dar una vuelta al planeta en órbita gravitacional ad hoc. ¿Cuántas personas habrían podido evitar ser contagiadas por el ébola con el precio de una vueltecita?, una pregunta absurda en un economía ferozmente capitalista, ciertamente.
De dónde nace esa apetencia enloquecida por tener mansiones de sueño
, con lo último de las tecnologías
, casa inteligente
, y más: autos y joyas y vestido, y, y…; nace de esa ansia consumista ya profundamente arraigada en el ego de tantos que, si tienen poder, esa apetencia desaforada se volverá indefectiblemente corrupción. Este vicio perturbado está frente a nuestros ojos todos los días. Y, por supuesto, entre más enclenques son las instituciones del Estado, la consumación de la corrupción se ha vuelto cotidiana.
Jueces corruptos, funcionarios corruptos, policías corruptos, diputados y senadores corruptos, usted conocerá las excepciones. Ningún Estado corrupto puede subsistir indefinidamente. Porque uno de los cambios de la sociedad mexicana a que aludía al inicio de este artículo es el crecimiento de la conciencia de la índole altamente corrupta de la esfera política mexicana y sus élites.
Y esa conciencia que se amplía gradualmente cree el almirante Vidal que es pura manipulación del pueblo. Miopía, ignorancia, repugnante discriminación, de un militar que le tiene vedado hablar de política: los jodidos no actúan sino por que son manipulados, esta es la filosofía con que actúa en su papel de policía para resguardar a la sociedad.
Se ha demandado un sistema nacional anticorrupción. La propuesta plantea que el sistema quede bajo control del Ejecutivo, y en particular que el presidente Peña encabece la comisión de ética. No hay palabras para describir y menos adjetivar esta propuesta. Démosle al recluso las llaves de su celda que él sabrá tenerlas a buen resguardo. Parecería una iniciativa pergeñada por el almirante para entregárselas con una sonrisa –sin corajes, Almirante– a los padres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa: de seguro esperaría recibir una ovación por tan aguda genialidad.
Finalmente. La corrupción trae siempre consigo un nivel de cinismo inenarrable. La cara de la corrupción puede encubrir con un gesto de efigie petrea de héroe de la patria la podredumbre más nauseabunda, sin perder la capacidad de elaborar una iniciativa de ley como la que ha llegado al Congreso.
Por hoy todos parecemos convocados –y parecemos aceptarlo trágicamente– a ir a un desencuentro nacional de grandes dimensiones.