l artista y teórico Manuel Marín se propuso conmemorar los 400 años de la muerte del pintor candiota (1541-1614), insertando fragmentos de 16 obras suyas realizadas en tabletas de pequeñas dimensiones, creadadas ex profeso por pintores de México.
El resultado está a la vista en la Fundación Sebastián (avenida Patriotismo 304, San Pedro de los Pinos).
Una pregunta: ¿por qué esta efeméride? Podríamos recordar que el Palacio de Bellas Artes presentó de septiembre a noviembre de 2009 una exposición sobre Domenikos Theotocopoulos que fue visitadísima, independientemente de la valía de las piezas que la integraron, lo hizo presente en nuestra ciudad a través de originales y de obras de su taller u obraje.
Quienes la vieron quizá se interesen ahora en observar una selección –muy distinta de aquélla– representada en fotografías de 16 pinturas escaneadas y amplificadas en blow up. Ya eso equivale a difusión didáctica.
A continuación el proceso va aproximadamente como sigue: las fotografías fueron divididas en un mínimo de cuatro secciones y un máximo de nueve; la división está a la vista, es geométrica y, por tanto, espacial, aunque también iconográfica, se amarra con las estructuras propias de cada pieza, según ideación de Marín, quien a su formación pictórica y matemática, adhiere su condición de ingeniero titulado en el Instituto Politécnico Nacional.
Es sabida su pasión por el arte y por su expansión mediante proyectos desde el arte correo
. Ahora propuso insertar los fragmentos en un nuevo orden, y quiérase o no, las tabletas ensambladas dan lugar a piezas disímbolas en las que a veces es posible detectar la iconografía, el color o determinados lineamientos de los fragmentos originales y hasta en algún caso su microscopía.
Una vez verificado el escaneo y la división, Marín convocó a 40 pintores a participar, a los que se adhirieron voluntariamente varios más, unos participaron con una sola tableta y otros con dos. Hay un total de 72 participantes, de los cuales 40 fueron preseleccionados representando a artistas de todas las tendencias y medios y de varias generaciones, desde Manuel Felguérez, Gilberto Aceves Navarro y Vicente Rojo, hasta los discípulos nietos
de éstos, incluyendo el intermedio generacional v.gr. Gabriel Macotela, los cuatro hermanos Castro Leñero, Perla Krauze, Gustavo Monroy, Nunik Sauret, Magali Lara, Jesús Lugo Paredes, etcétera. Todos están registrados en las cédulas y hay un cartel que funciona como catálogo con los nombres de cada participante, además de reproducciones de los fragmentos.
El texto de entrada
, escrito por Marín, condensa la exposición mediante el título: El Greco: detalles de fragmentos. En una frase el autor advierte lo siguiente: El Greco no aporta nada más que la suma perfecta del final
. ¿A qué final se refiere Marín?, ¿al de los tiempos artísticos que en el caso de El Greco estuvieron matizados por una profunda fe en la Contrarreforma, misma que fue en realidad una Reforma dentro del contexto que sigue al concilio de Trento? ¿Los fragmentos quedaron como remanentes, como huellas de esa fase iniciada con el humanismo? Eso es cosa que queda a la interpretación de cada quien.
Hay algo que es contundente: el poder de convocatoria del autor, demostrado con creces con este proyecto. Son acciones que requieren mucho trabajo, bastante atención particularizada en aras de la consecución de un deseo que quiere hacer vigente la historia del arte a través del arte actual. Algo semejante a un juego que en un caso anterior generó la exposición temática de las Metamorfosis, de Ovidio.
En El Greco cada conjunto armado a partir de las pinturitas que glosan o refieren a fragmentos es un todo y el espectador puede gustar de alguna o algunas de las piezas que le sean predilectas, basándose en una lógica combinatoria que da primacía, ya sea al color que a las arbitrarias composiciones logradas.
No se trata propiamente de una curaduría, no hubo selección. Cada artista recibió su tableta (es decir su soporte y la sección a comentar) e hizo con ella lo que quiso. A decir de Marín, salvo una que otra excepción, las secciones obedecieron a una rifa. Se admitió todo lo presentado sin discriminación alguna. Es obvio que unos fragmentos son mejores que otros y eso ocurre tanto desde el ángulo pictórico como desde el aspecto meramente técnico. Todas las piezas que sirvieron de base son enjundiosas: desde El entierro del conde de Orgaz hasta La asunción, El expolio. San Mauricio y la legión tebana, Laocoonte y La trinidad, entre otras.
No sabemos, o al menos es mi sentir, si este proceder fragmentario, aquí clarísimamente ilustrado mediante originales actuales, sea simbólico de estos tiempos artísticos. La ventaja de esta muestra es, entre otras, la posibilidad de desplazarla con suma facilidad a varias sedes.