l Premio Jalisco de literatura fue instituido por el gobernador Agustín Yáñez al mediar los años 50, para gratificar y alentar escritores. Lo cierto es que comenzó muy bien, pero al poco tiempo decayó, en el sentido de que los premiados no siempre esgrimían buenas letras. Con altos y bajos y algunas interrupciones y modificaciones ha sobrevivido hasta la fecha.
Un cambio importante fue la ampliación a otras ramas, entre las que se incluye, por supuesto, la artesanía y el deporte, actividades ambas en que los jaliscienses hemos sido punteros. También hay otras áreas que aparecen y desaparecen, según las circunstancias, pero las letras nunca faltan.
Quizás es en este aspecto en lo que ha habido más desniveles. Se dice que a veces no hay mucho de dónde escoger. Seguramente es cierto.
Bajo esta premisa podría haberse aceptado la premiación este año de una señora Magdalena González Casillas, ya muy mayorcita, a pesar de lo cual su obra es muy escasa en extensión y en valor: algunos artículos periodísticos, algún librito por encargo, la consabida obrita de creación de alcances que no trascienden a la familia y a los amigos y una presencia nula más allá de Tlaquepaque.
Lo triste resultó que uno de los candidatos perdedores fue Fernando del Paso, de quien puede decirse todo lo contrario: obras sólidas que le han dado la vuelta al mundo y de trascendencia y presencia por doquier.
La razón de su derrota no puede ser más ratonera: ¡Fernando no nació en Guadalajara! Importó un soberano cacahuate que lleve casi un cuarto de siglo residiendo en ella y haya dirigido durante un montón de años la creciente Biblioteca Latinoamericana Octavio Paz, entre otras cosas, además de los reconocimientos internacionales, la membresía a organismos en verdad prestigiados e incluso haber ganado uno de los premios más importantes de nuestra lengua, que llevó otrora el nombre de un gran escritor y ahora ostenta el de la Feria Internacional del Libro, nuestra FIL.
No haber tenido el privilegio
, como se dice, de nacer en Guadalajara, ha sido un motivo suficiente, esgrimido por espíritus cicateros, para contrarrestar su enorme cauda de méritos… y ser desplazado de un premio, al que hubiera enaltecido, por una persona que más bien contribuye a degradarlo y a convertirlo más bien en el Premio Jalisquillo, sin más alcances que los parroquiales.
Supongo que al vencido, miembro de El Colegio Nacional, cuya obra es leída y traducida por doquier, no le causa lesión alguna la dicha derrota, pero a Jalisco sí.
Que en la capital menosprecien a la provincia, a veces tiene motivos muy sólidos como este.
Por fortuna, entre los demás premiados hay algunos casos impecables, como es precisamente el de artesanía y el deportivo y, sobre todo, el cívico, un notario, Adalberto Ortega Solís, de reconocida probidad y actor principal en una enorme variedad de causas.
Por lo general es el recipiendario del premio de letras quien hace uso de la palabra en representación de todos los premiados. Esta vez no se atrevieron a ello y fue precisamente al licenciado Ortega a quien se le encomendó el discurso para dignificar la ceremonia. En efecto: ¡lo hizo muy bien!