on el telón de fondo de la proliferación de casos de acoso escolar o bu-llying en las escuelas del país, que colocan a México en el primer lugar mundial en recurrencia de ese fenómeno a nivel secundaria, fue presentado ayer el libro ¡Ya basta! acabemos con el bullying, cuya autora, Cristina Jáuregui, aborda mediante la exposición de casos documentados ese flagelo que ha generado traumas individuales y familiares a gran escala, e incluso que ha causado la muerte de muchos niños y adolescentes en el país.
Según la autora, las causas principales del avance de este fenómeno son correlativas a los ámbitos familiar y escolar, empezando porque muchas víctimas de acoso y violencia escolar aseguran que sus padres, tutores o maestros no les creen cuando denuncian los abusos recibidos.
En efecto, una parte primordial de la atención de estos problemas debe ser contenida inicialmente en los ámbitos de socialización más cercanos a las víctimas, esto es, las escuelas y las familias. No obstante, es necesario y pertinente que esas medidas estén respaldadas por una respuesta institucional que vaya más allá de lo coyuntural y el mero control de daños.
En ese sentido, tan importante como la protección de las víctimas es la adopción de medidas de prevención y contención del acoso escolar que no deriven en escarnio y criminalización de los niños y adolescentes que incurren en prácticas abusivas contra sus compañeros: a fin de cuentas, los casos de acoso y violencia escolar son una expresión epidérmica de un fenómeno mucho más profundo, cuyo análisis hasta ahora se ha limitado a algunos círculos académicos, y no ha sido abordado a cabalidad desde el ámbito de la política pública.
El contexto en que se ha dado la explosión de ese problema tiene, por lo demás, componentes socioeconómicos y culturales cuya atención es responsabilidad ineludible de las instancias públicas: desde la persistente violencia intrafamiliar que afecta a un buen número de los hogares del país, hasta la vigencia de un modelo económico que tiene entre sus pilares ideológicos la supremacía del fuerte sobre el débil y que preconiza estereotipos sociales que vinculan el éxito personal con el dominio, por cualquier medio, sobre los demás.
Es claro, en suma, que los esfuerzos gubernamentales por erradicar el bullying deben trascender el plano punitivo, y para ello es imprescindible que las autoridades –y no sólo las educativas– avancen en la comprensión de ese fenómeno desde sus causas originarias, a fin de atenderlo y combatirlo desde la raíz. Un punto de partida obligado para lograr esa meta es, sin duda, la difusión y discusión pública de trabajos especializados en la materia, como el que se presentó ayer en esta capital.