También de crudas
rapula en latín, derivado del griego craipale, cruda en México, caña en chile y goma en El Salvador, Costa Rica, Honduras, Guatemala, Nicaragua y Panamá, ratón en Venezuela y guayabo en Colombia, ch’aqui en Bolivia, resaca en Argentina, Uruguay, Perú, República Dominicana y también en España, así como ressaca en Portugal, mientras que los pudibundos italianos dicen, postumi dell´ubriacchezza y los franceses lo describen como lengua de madera, gueule de bois, por la resequedad de corteza que adquiere la lengua (será que para compensar comen lengua de ternera en la comida del 25 de diciembre) En inglés le llaman hangover, en alemán Kater o Katzenjammer y Kac o Katzenjammer en polaco, en ruso más o menos pojmielbie entre todos los nombres que los pueblos del mundo dan a lo que en medicina se llama veisalgia y cuyos síntomas son cefalea, amnesia relativa, deshidratación, dilatación de vasos sanguíneos y baja más o menos grave de glucosa como resultado de un episodio etílico y dependiendo del grado de alcoholemia alcanzado.
A este mal universal del placer seguido de un precio más o menos doloroso, los pueblos dan remedios que van desde otro displacer como el café cargado con sal o la amarga infusión de bourrache officinalis con alto contenido en potasio y cuyos efectos sudoríparos y diuréticos se compensan con la ingestión de harta agua durante un día de autocastigo, o algo menos doloroso como jugos de fruta con miel; hasta la prolongación del placer como un platón de ostras y mariscos seguido de una sopa espesa de pescado acompañados de vino blanco, que ofrecen los restaurantes parisinos el día primero de cada nuevo año; o las chocolatadas a la hora del almuerzo y las paellas en la tarde que comen los catalanes con vino tinto, entre otros ejemplos y sin contar los originales antojitos mexicanos que recorren nuestro país con tantas variedades como saberes culinarios existen en las regiones donde imperan, con todo, tres criterios: restablecer un poco el nivel de alcoholemia con una o más cervezas frías y a veces una copa de tequila o de mezcal, si no es que un tarro de pulque curado para acompañar un chicharrón de cuero de cerdo crujiente, delgado o con sus adherencias de carne y un casi nada de manteca, que se van mojando en un guacamole bien picoso hecho a la antigua, con aguacate picado no molido ni aplastado con tenedor, cebolla picada, cilantro picado, jitomate picado, limón, sal y chiles verdes picados según aguanten los convivios… en lo que llegan los platillos propiamente preparados para las crudas.
Si antiguamente en la mesa de las crudas no había refrescos trasnacionales innombrables de color obscuro o sus avatares multicolores tan falsos como el original, porque además de las cervezas primaban las aguas de fruto como guayabas, melón, anona o de cítricos molidos con cáscara, y sí, cuando yo era niña a veces había embotellados Pascual y Jarritos que daban empleo a muchos mexicanos, estas bebidas se preparaban para que niños y mujeres acompañaran las crudas de los grandes en lo que llegaban la sopa de médula o la de tripas, mondongo o menudo, de res, puerco o chivo, menos picante en el norte de la República y considerablemente más fuerte conforme más se acercaban estos platillos al sur; platillos que hoy día siguen curando la cruda a los mexicanos al lado de pozoles verde de Oaxaca, blanco de Guerrero y rojo de Michoacán, como corresponde al espíritu mexicano que ha internalizado estos colores. O tal vez al revés: los criollos que diseñaron la bandera comprendieron que esos colores tan del pueblo, tan de sus campos y cocinas, por emblemáticos del inconsciente colectivo serían más fáciles de ser seguidos por los mexicanos…
Los mexicanos, en vísperas del comienzo del año 2015 nos preguntamos sobre la borrachera de triunfalismo que el alud de reformas constitucionales produjo en las clases gobernante, empresarial y media alta con expectativas de enriquecimiento fácil, así como sobre la cruda que trajo el despertar que les propinó Ayotzinapa, en una madrugada que parecía iba a ser como todas las otras madrugadas de cruda en las que esas clases podían dormir hasta tarde para tomar su café y esperar los tradicionales remedios a cualquier borrachera, pensando que eran iguales la del pobre con mezcal, la del rico con champaña y la del gobernante con todo eso más poder, en las que el único problema era atravesar sin mayor pena ni gloria el túnel cuya salida era siempre una recuperación física para el luchar cotidiano, o el esperar o el cosechar… Pero esta vez pareciera que la cruda no es de las que se curan comiendo menudo picoso y bebiendo cerveza, porque es una cruda moral como la de quien se despierta descubriendo que en su embriaguez se extravió tanto que violó a sus hijos, mató a sus parientes, quemó su casa y como no existe remedio que alivie esos horrores sólo le queda someterse a un tratamiento especializado en internación para recuperar su alma y poder seguir viviendo.