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¿La Fiesta en Paz?

Emocionada y aguda evocación de El Saltillense en un texto de Antonio Santos

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La ignorancia e insensibilidad de los taurinos de México sólo es proporcional a su amateurismo, poder económico y afición de oropelFoto El Saltillense
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n un artículo titulado El temple: ni antes ni después… a tiempo, el comunicador taurino Antonio Santos escribe: “¿Qué es el temple? Los entendidos y los sabiondillos del mundo taurino lo definen de una y mil formas. Que si es velocidad, que si la distancia entre el pitón y la muleta, que si torear despacio, que una cosa, que la otra, que un poco de todas. Temple es lo que tenía Armando Rosales El Saltillense, uno de los mejores, sino es que el mejor, fotógrafo taurino de México y del planeta taurino.

“En mi opinión, la templanza en su máxima expresión se llama resiliencia, esa capacidad de los seres vivos de sobreponerse a periodos de dolor emocional y situaciones muy adversas, siempre en el momento justo. Y para ello se requiere mucha templanza. Como el bambú, flexible, pero resistente. Como la espada, dúctil, pero letal.

“De por sí el fotógrafo debe tener temple para aguantar inmóvil el ansioso e inquieto dedo disparador para apretar el obturador en el momento preciso. No antes, no después. Justo en el momento. Templado, pues. Precisamente en ese ángulo y momento efímero de un pase, un lance, un instante, para trascenderlo perenne en papel fotográfico. Templado, pues. Pero cuando además la vida te pega más de 17 volteretas, hay que tener también resiliente templanza.

“Resiliente y templado para aguantar las embestidas, ser flexible y no doblarse cuando se debe permanecer estoico. La primera, y de por vida, muestra de resiliencia y templanza del Salti fue haberse sobrepuesto al hecho de haber nacido en Saltillo. Con todo y que ahí había nacido el mejor torero del mundo, el maestro Fermín Espinosa Armillita, a quien, por cierto, le daba igual haber nacido entre los algodonales de Mexicali, como el cachanilla; en el Mediterráneo, como Serrat; no ser de aquí ni ser de allá, como Cabral, o en el barrio más humilde, alejado del bullicio y de la falsa sociedad, como José Alfredo.

“Pero el Salti se marchó prontito a buscar mejores querencias. Y las encontró en la conflictiva capital del país. Luego, en su afán de alcanzar la gloria torera, un marrajo le arrancó de un derrote el ojo derecho. Bendito momento que engendró al artista. Bendita tragedia. Bendita resiliencia, pues cuando se pudo haber muerto el ser humano, nació en cambio el artista genial que conocimos. Nació entonces uno de los llamados artífices, tocados, elegidos, privilegiados, fuera de serie. Su único error, involuntario, fue haber nacido en el lugar equivocado. La falla fue sólo de lugar, no de ejercicio vocacional.

“Tan destemplado en su ‘ordinariedad’, pero tan templado en su ‘extraordinariedad’. Inalcanzable e incomprensible para la mentalidad de sus anodinos y destemplados paisanos. Así también le llegó la muerte: ni antes, ni después. Justo cuando recién se le agotaba su fortaleza física, pero justo cuando recién había entendido su destino. Justo cuando entendió que la trascendencia era suya. Justo cuando consumó su templada resiliencia física, artística y espiritual.

“A pesar de esa falta de respeto y valoración de sus propios paisanos, ‘cornada’ que durante tantos años le llenó el alma de intensa frustración y amargura, El Saltillense logró en sus últimos meses de vida deshacerse de todo ese veneno y alcanzó la paz y sabiduría de saber que las cosas llegan en el momento justo. La trascendencia, la plenitud e incluso la muerte.

“El Salti hace 3 años (10 de diciembre de 2011), que partió a un mejor sitio, dejando aquí un hueco muy difícil de llenar y de superar, mientras que sus paisanos siguen aletargados y destemplados, sin acabar de enterarse de lo que nació en su tierra”, concluye Antonio Santos, quien también fuera un carismático y prometedor novillero que el despistado sistema taurino mexicano tampoco supo aprovechar.

En efecto, la ignorancia e insensibilidad de los taurinos de México –los que viven de o dicen promover y apoyar la fiesta de toros en el país– sólo es proporcional a su amateurismo, poder económico y afición de oropel. El caso del magnífico fotógrafo Armando Rosales El Saltillense no fue la excepción. En el último año del gobernador de Coahuila, Enrique Martínez y Martínez (1999-2005), entregué en mano de su secretaria particular el proyecto editorial El Saltillense Tauromaquia, sin obtener respuesta alguna.

En el bochornoso sexenio de Humberto Moreira (2005-2011), quien incluso financió un fallido museo taurino y la edición de un libro de Heriberto Murrieta, hice llegar (25 de abril de 2008) al Instituto Coahuilense de Cultura que intentó dirigir Armando Javier Guerra el citado proyecto, con idénticos resultados. Y en la administración del actual gobernador Rubén Moreira (2011-2017), me abstuve de hacerlo, ya que salió antitaurino. Pero algún día, Salti, algún día.