ntes de la era del selfie. A lo largo de su carrera fílmica, el estadunidense Richard Linklater (Slacker, 1991; Waking life, 2001) ha tenido como preocupación recurrente capturar el paso del tiempo y sus efectos sobre las personas. Si bien la estrategia narrativa no es del todo novedosa (un antecedente emblemático es la saga sentimental del personaje Antoine Doinel capturada por François Truffaut en cuatro cintas y un cortometraje a lo largo de 12 años), en el caso de Linklater la perseverancia es sorprendente.
A un ritmo de una entrega cada nueve años exactos, su trilogía romántica iniciada con Antes del amanecer (1995), proseguida con Antes del atardecer (2004) y concluida con Antes de la medianoche (2013), sigue de cerca los primeros entusiasmos, desavenencias, separaciones y reacomodos afectivos de una misma pareja (interpretada por Ethan Hawke y Julie Delpy) a quienes la cámara de Lee Daniel, y luego de Christos Voudouris, observa madurar física y sentimentalmente, involucrando en el proceso a los espectadores seguidores de ese ciclo.
En Boyhood: momentos de una vida el director va todavía más lejos. Plantándose en su natal Texas, la película de casi tres horas de duración observa el crecimiento de un personaje, el niño Mason (Ellar Coltrane), desde sus 6 años, en 2002, hasta su arribo a una incipiente realización afectiva y sexual a los 18, en 2014, año en que concluye el rodaje de la cinta. Al lado de Coltrane/Mason, vemos crecer también a su madre, Olivia (Patricia Arquette) y a su hermana mayor, Samantha (Lorelei Linklater, hija del cineasta), y a Mason padre (Ethan Hawke), un hombre taciturno y cálido que a pesar de su temprana separación conyugal y sus derrotas personales, sigue manteniendo una accidentada cercanía con los suyos.
De modo característico, y a contracorriente de las modas fílmicas, el director no propone aquí una biografía convencional. Poco se sabe de las razones que ocasionaron la separación de la pareja conyugal, lo cual es una manera inteligente de desactivar el posible melodrama entrando a la narración por su parte media y presentando no tanto las causas del hecho como sus efectos en las vidas de los personajes. En el caso de Olivia, una consecuencia dramática es haberse impuesto a sí misma y a sus hijos la reiterada presencia de sustitutos masculinos realmente infrecuentables, desde Bill, un profesor autoritario y alcohólico, hasta Jim, un veterano de la guerra de Iraq, quien comienza siendo servicial y afable, para luego asestar en la familia su disciplina marcial y su propia dosis de dipsomanía.
Algo sugerente y atractivo en el procedimiento narrativo del cineasta es conectar con los espectadores mediante sucesos aparentemente nimios y no, como suele suceder, a través de acontecimientos supuestamente significativos en la vida de los personajes. La captura de la cotidianeidad y de una época se da así en los pequeños detalles (la música entonces en boga, la firma de un ejemplar con aventuras de Harry Potter, un traumático corte de pelo, el ingreso a una escuela, las mudanzas inevitables, las disputas domésticas, el primer escarceo erótico), dejando de lado los eventos políticos y sociales que, en principio, marcan toda una vida.
En suma, se trata de una visión intimista cercana al álbum familiar, transferible a experiencias ajenas, incorporada así a una memoria colectiva y a un retrato de generación. Algunas novelas consiguen con acierto aún mayor ese efecto (El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger, por ejemplo, para los años 50), pero en el cine estadunidense actual esta recuperación puntual de las vivencias de actores que crecen y envejecen al mismo tiempo que los personajes que interpretan, reúne el rigor del documental y las liberalidades de la ficción en una propuesta muy atractiva.
Algo más. Si la disolución del espacio privado en la arena pública (Facebook, Twitter, selfies, despliegue narcisista de la intimidad, revelación de territorios íntimos antes inaccesibles) transforma la biografía personal en un asunto de inmediatez atendible a toda hora, la estrategia de Linklater consiste en capturar en y para el cine las vivencias de una cotidianeidad doméstica y un proceso de maduración afectiva poco procesables para la mercadotecnia mediática. Así, de una película a otra, la apuesta del director por un cine tan intimista lo convierte, sin mucha paradoja, en un fino observador social, posiblemente el mejor cronista fílmico de su tiempo.
Se exhibe en Cinépolis, Cinemex, Cine Tonalá y Cineteca Nacional.
Twitter: @CarlosBonfil1