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Ruta Sonora

Robert Plant: el fragor que no cesa

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Robert Plant regresará a México para encabezar el cartel del Vive Latino, que se realizará el 13, 14 y 15 de marzo
E

n espera de que los días laborales retomen su curso y que los conciertos salgan de su breve descanso vacacional, la estela del 2014 aún resuena, en tanto que la música se trasmina, sin saber de temporalidades. Estos días aún tranquilos son el marco perfecto para escuchar, si no lo han hecho o aún siguen en la playa, el exquisito álbum del cantante británico Robert Plant: Lullaby and… The Ceaseless Roar (2014), acompañado por su reciente ensamble The Sensational Spaceshifters, formado en 2012.

A diferencia de sus recientes y aclamados discos Band of Joy (2010) y el que grabó al lado de Alisson Krauss, Raising Sand (2007; ganador del Grammy a álbum del año), en los que blues y country enmarcaron la cálida interpretación vocal de ambos, aquí el ex cantante de Led Zeppelin obsequia una agraciada combinación en apariencia imposible, que finalmente suena natural, nada forzada: los magníficos músicos que le acompañan (con los cuales ofreció en México un bellísimo concierto en noviembre de 2012), al lado de su suave y aún excitante voz, entretejen aquí elementos tanto del folk inglés como del marroquí, con dotaciones de soul y blues, y a ratos, teclados que generan atmósferas a lo Cocteau Twins, sin olvidar ciertos detalles provenientes de la música electrónica (tanto beats como armonías sintéticas).

Sin aludir a la nostalgia o a su pasado hard blues, Plant extrae de sí, cual espina clavada en el corazón, un disco harto personal, infestado de desamor y melancolía, en el que se deja acompañar tan sólo por un piano triste para procesar al aire cuestionamientos espirituales, de la misma forma en que, con temas menos amorosos, pareciera ejercer embrujos gozosos en torno a una hoguera. Con su ya característico rasgo hipnótico, el álbum va apaciblemente hechizando a quien le oye. Folk sicodélico, espacial, suave, cuyo estallido no roza la obviedad, sino que invisible e inesperado, detona hacia dentro.

Con una producción harto contemporánea (comandada por él mismo), permite que el instrumento africano kologo haga las veces de banjo celta (o se hermane con éste) o de guitarra eléctrica ejecutando riffs de blues-rock: entrecruce cultural típicamente inglés, ancestralmente interesado en el exotismo y la apropiación arqueológica. A veces los papeles se invierten, y una guitarra eléctrica bluesea con eco arabesco sobre un ritmo dumbek no orgánico sino digital. Perfil especial, el de los instrumentos también africanos, que aquí se suman: el riti de Gambia (una especie de violín rústico, a cargo del maestro Juldeh Camara), así como el bendir y el djembé en percusiones.

Sin perder la llama y las inflexiones vocales que le han definido, sensualidad mediante, Plant es ese arrullo que a punta de expresar su soledad, deseos y fracasos, contrasta con aquel otro rugido íntimo que nunca cesa, así se trate de sí mismo en el espejo, o del alter ego que representa su banda, tal y como el título del álbum indica. Con este trabajo, Plant se sigue coronando entre los grandes, al equilibrar madurez con renovación: una voz cuya juventud artística se mantiene intacta, sin dejar de evolucionar sobre su estilo propio. Vigencia bastante agraciada para un histórico que roza los 66 años, el cual volverá a actuar en este país, como cabeza de cartel del Vive Latino 2015 (13, 14 y 15 de marzo), escenario quizá no muy apropiado para un espectáculo tan íntimo, que sin embargo, dada su maestría, podría dar una grata sorpresa, tal y como la dio en Glastonbury (junio de 2014). Así sea.

Twitter: patipenaloza

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