erminó el primer Festival Mundial de las Resistencias y Rebeldías contra el Capitalismo, sin que produjera el plan para la revolución del lunes próximo que algunos esperaban. Para su desilusión, no les tiraron línea. Tampoco se acordó la siguiente marcha, la próxima movilización, el festival que sigue. Sólo se tejieron consensos sobre los pasos pequeños y firmes que hace falta dar.
Acudieron al festival mil 300 delegados del Congreso Nacional Indígena, pertenecientes a 34 pueblos indios; 2 mil 904 adherentes a la Sexta; 2 mil 168 personas de casi todos los estados de la República; 766 de 49 países. Muchos más siguieron atentamente lo que ahí pasaba.
Presentes y ausentes reconocieron, con el subcomandante Moisés, que lo más urgente es la verdad y la justicia para Ayotzinapa
. No hay prioridad más alta. “Hay veces en que la historia nos pone ante algo en lo que nos unimos… Ayotzinapa ha sido el punto en que nos hemos reunido... De su mano de los familiares de los 43 entendemos que Ayotzinapa no está en el estado mexicano de Guerrero, sino que está en todo el mundo de abajo”.
Necesitamos acompañarlos, es decir, luchar junto con ellos. Se empezó a organizar, durante el festival, el viaje de familiares y supervivientes a Europa. Los pueblos originarios organizan ya la visita en cada uno de sus lugares. No los detendrán. Lo dijo bien, en Campeche, uno de los supervivientes: “Somos los que están viviendo más directamente la situación que duele en el país… para cambiar el país y el mundo”. Y agregó: No van a poder desaparecernos porque tenemos un mandato de dignidad que heredamos de la memoria de los abuelos y las abuelas
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Ayotzinapa obliga a tomar partido: aceptar la categoría del abajo
y colocarse ahí. No podemos ya juntarnos con quienes sólo quieren disputar prebendas y posiciones en el juego electoral. Se mezclan y confunden con quienes secuestran, asesinan y mienten. No podemos estar al lado de quienes encuentran aliados en el capitalismo y el gobierno. Ni de quienes sólo quieren cambiar de gobierno, para poner en él a su líder o su partido, cuando de lo que se trata es de cambiar el mundo.
El festival fue cobrando fuerza en el camino. Empezó en Xochicuautla, tierra de la arboleda florida, y poco después llegó a Amilcingo, la cuna de Emiliano Zapata. “Está profetizado –se dijo ahí– que aproximadamente cada cien años hay cambio… ¡Pero éste no es el fin!… Estas son vísperas, es anuncio. ¡Ya vimos que no estamos solos!”
A lo largo de todo el recorrido se subrayó lo más importante: escuchar. Se escuchó el relato reiterado de los horrores cometidos por el capital y los malos gobiernos, pero también de las resistencias y las rebeldías que cunden por todas partes. Una y otra vez se escuchó la pregunta: ¿Qué hacer? ¿Cómo detenemos el horror? ¿Cómo hacemos para que nunca más haya desaparecidos? ¿Para que florezcan la verdad y la justicia? ¿Para construir la libertad y la democracia? ¿Cómo hacer todo lo que falta?
Una y otra vez escuchamos lo que sintetizó bien, hacia el final, el subcomandante Moisés: “No hay una respuesta sola. No hay un manual. No hay un dogma. Hay muchas respuestas, muchos modos, muchas formas. Y cada quien va viendo sus resultados y va aprendiendo de su propia lucha y de otras luchas… Cada uno con su dolor, su lucha, su esperanza, su corazón digno, nos damos cuenta que el enemigo es común y se llama capitalismo y que el gobierno en turno y los partidos políticos son los títeres de los dueños del capital”.
Quedó clara la tarea. “Es hora de organizarnos. Es hora que decidamos nosotras, nosotros mismos, nuestro destino… Todo lo que queramos como pueblos lo tenemos que construir nosotros… Hay que construir y crecer organización en cada lugar donde vivimos. Somos ya los pueblos, mujeres, hombres y otro/as del campo y de la ciudad quienes tenemos que tener en la mano la libertad, la democracia y la justicia por esa sociedad nueva.”
Con el dolor y la rabia que todas y todos sentimos y Ayotzinapa articuló no sólo se hizo claro contra qué luchamos, cuál es el nombre y apellidos de la bestia. Supimos que, como nos decía en enero de 2013 el difunto sup, reflexionar sobre el mundo en que vivimos nos permite pensar que no tiene por qué ser así. Y luego imaginar cómo va a ser el mundo nuevo.
Ha llegado la hora. Formemos un remolino de vientos en el mundo, para que nos entreguen con vida a nuestros desaparecidos. Hagamos uno solo de por sí. Formemos una ola y envolvamos a esas bestias y ahoguémoslos a esos malvados que tanto daño nos han hecho en el mundo.