omo la huella de Julio Scherer García está en todas partes, por alguna habrá que empezar. Ya tres generaciones de lectores y periodistas en México aprendimos bajo su influencia a respirar con la verdad de los hechos, el compromiso con la denuncia y la incorruptibilidad. Habría que agregar a los escritores, porque después de él, un buen número de autores relevantes devinieron periodistas, y en ciertos casos, como Jorge Ibargüengoitia, al escritor que sería lo hizo el periodista que ya era. Gracias a Scherer, después de 1968 los escritores hicieron periodismo, unos sólo cultural, otros de análisis y no pocos en el reporterismo directo. Octavio Paz, Vicente Leñero, Rosario Castellanos y José Emilio Pacheco son periodistas por culpa suya; él mismo, dueño de una escritura refinada, un estilo original, un castellano límpido, cultivado en el amor a la lengua y sus sonidos.
Hoy, que la basura verbal y el servilismo inundan las páginas de tantos medios comerciales, la estela de Scherer sigue siendo nuestra mejor tabla de salvación para el naufragio. Como ocurre con los verdaderos maestros, sus colegas y discípulos tienen algo que decir de sí mismos al hablar de él, le deben algún recuerdo, dos o tres enseñanzas, y hasta la elección del oficio. ¿Cuántos jóvenes habrán pensando: Si se puede ser como Scherer, entonces quiero ser periodista
?
Mas la mayor deuda con él la tienen centenares de miles de lectores, no sólo de sus textos, sino de la miríada de reportajes, crónicas, artículos, publicaciones periódicas, cartones, libros y estilos de expresión independiente que fueron posibles porque este señor existió. Desde sus jugosos y audaces reportajes de los años 60 del siglo XX, los lectores de Excélsior amanecían viendo si Scherer había escrito. Al convertirse en la estrella del diario, su trabajo se espació, más amplio y espectacular. Le sacaba entrevista a todo dios, no se le cerraba ninguna puerta en el planeta. En las páginas de ese periódico tradicional y de derecha con pasado fascista hablaban a sus anchas comunistas, herejes y revolucionarios. Maestro del olfato, en un medio domesticado devolvió a la profesión el instinto animal y el apetito literario. No estaba solo, ahí andaban los reporteros Fernando Benítez, Ricardo Garibay, la joven Elena Poniatowska. Pero sólo él encarnó al Animal Completo, el capitán insumiso. Lo demostró a partir de 1968, al ser electo director de Excélsior, que dio un giro espectacular. Su abultada y ridícula sección de sociales fue sustituida por una suerte de sección cultural light, con fotos y noticias de artistas, intelectuales, cineastas y gente así, sin detrimento de una verdadera sección cultural y la creación del gran suplemento Diorama de la cultura, dirigido por Pedro Álvarez del Villar. Lo menos que se puede decir es que ahí se consolidaron los Inventarios de Pacheco, maduró Ignacio Solares y se prodigó la sangre nueva que venía de la Revista de la Universidad, de Jaime García Terrés. En paralelo, Leñero dirigió Revista de Revistas.
En pleno diazordacismo, antes, durante y después del 68 Excélsior demostró que la libertad de expresión se podía ejercer con calidad y dignidad. Su artillería de colaboradores era de lujo y la línea informativa se identificaba con posiciones progresistas y de cambio. Además, abrió a Paz la oportunidad de Plural, hito en las revistas literarias, la primera de ese tipo que se pudo adquirir en los puestos de periódico. ¡Todo lo que se escribió y tradujo en aquel Plural! No deben sorprender, pues, las afinidades de Scherer con Carlos Monsiváis, Gabriel García Márquez, los mencionados Leñero y Pacheco y, desde luego, Paz. Sin embargo, ninguno de ellos, ni su maestro José Alvarado, ni su brillante colega Manuel Becerra Acosta, fue tan persistente buscador de la carne pegada al hueso.
El golpe de Excélsior en 1976, cortesía del presidente Luis Echeverría, implicó un campanazo para la conciencia colectiva. Sin perder el impulso, nacieron Proceso y Vuelta, ya por sendas separadas, y más adelante, sin faltar conflictos de lealtad y ego, unomásuno, diario dirigido por Becerra Acosta, quien puso a reportear a los escritores nuevos: José Joaquín Blanco, Hugo Hiriart, Jaime Avilés, Javier Molina. Excélsior se lo quedó el traidor Regino Díaz Redondo, mal periodista y por años el villano favorito. Cómo lo detestábamos, lo cual, bien mirado, es otro efecto pedagógico de Scherer. La herencia de su Excélsior fue tan fuerte y legítima en Proceso como en unomásuno; ambos siguieron una línea crítica bien escrita. De Excélsior venía también otro maestro, Miguel Ángel Granados Chapa, cofundador de Proceso y La Jornada. En 1984 se rompe la armonía en unomásuno; al modo de Proceso los disidentes convocan a la sociedad civil y nace La Jornada. Así se consolidan las dos vertientes. Mucha agua ha corrido bajo los puentes y la estirpe de Scherer en el periodismo libre sigue teniendo hijos, nietos, sobrinos y entenados. A él debemos que siga habiendo lectores ávidos de realidad y periodistas que viven para contarla.