ulio Scherer y Charlie Hebdo: a cada quien se le agolpan los recuerdos según las horas de la vida y las resonancias del alma, esa especie de ámbito musical que llevamos adentro y produce armonías, disonancias y, según el portador, también cacofonías insoportables.
A mí en estos días se me vinieron juntos mis tiempos de exilio, cuando en marzo de 1972 un par de agentes de la Federal de Seguridad nos llevaron al aeropuerto (conmigo iba Óscar Fernández, también deportado) y nos pusieron en un avión. Sin poder acercarse, desde lejitos, habían ido esa mañana a despedirnos Víctor Rico Galán, su esposa Ingeborg Diener, y Francisco Colmenares. Sin escalas llegamos a París.
Todavía destanteado por el inusual trayecto donde el personal de Air France extremó su atención pues alguien les dijo de dónde veníamos, al bajar del avión nos recibió la tradicional hospitalidad francesa y el calor de los amigos y compañeros desconocidos, veteranos
del 68 parisino, que nos esperaban en el aeropuerto. Allá me dieron casa, comida, amistad y hasta la ropa de vestir –recuerdo un colorido suéter de montaña, apenas usado–, pues casi nada, salvo un ejemplar de La estación violenta, traía yo de Lecumberri. En París encontré la tradicional solidaridad francesa con los perseguidos, la ironía, la risa, el abrigo y el afecto y hasta algún cariño fugitivo con quien dejé a Octavio Paz y su estación violenta. A Octavio le habría gustado ese destino.
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Por todo documento traía yo un viejo pasaporte restituido por las autoridades mexicanas, pero ningún otro documento que a ese exiliado le acordara permiso de residencia. Aquí entró, por conexiones y amistades nacidas en los años de Lecumberri, la tradicional solidaridad mexicana con los perseguidos e indocumentados.
Rodolfo Peña, que en la cárcel me visitaba trayendo consigo el apoyo y la solidaridad de Rafael Galván y de los electricistas del STERM, supo del caso y por propia iniciativa fue a ver a Julio Scherer para pedir su apoyo al exiliado. Don Julio, que no me conocía de persona, según Rodolfo después me refirió en Europa respondió al instante: ¡Cómo es posible que Gilly ande por allá sin documentación!
y su revista me expidió una acreditación de mi cargo y mi tarea en Europa: Documentalista
. Con cierta inmodestia, me acordé de don Gilberto Bosques, cuando en la Francia ocupada daba visas y documentos mexicanos a cuantos perseguidos buscaban en México refugio de las furias del nazismo. El documentalista
tenía ahora un empleo y podía andar tranquilo por Europa, donde por lo demás nadie lo andaba buscando.
Años después, a fines de 1976, pude volver a México. Viejos amigos me recibieron. Encontré a Julio Scherer en Proceso, conversamos en una comida que no olvido en un restaurante de Insurgentes y me extendió su manto protector: una larga entrevista de José Reveles en Proceso en cuyo cabezal se leía: Adolfo Gilly, juicio y pasión; México es mi país, como fue el país de Mina
.
Entre tantos recuerdos, esa fue la recepción al regreso de aquel exiliado de esta tierra que mi gratitud no olvida. Esta es la hora de decirla en esta tinta de imprenta que fue la savia de la vida de Julio Scherer.
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El miércoles 7 de enero Julio Scherer se fue. Ese día en París dos enmascarados armados de metralletas irrumpían en la redacción de Charlie Hebdo y asesinaban a su director y caricaturista, Charb, y a otros once redactores y colaboradores que allí preparaban la siguiente edición del semanario. Decían obrar para vengar al Profeta por la falta de respeto de los dibujantes de Charlie, que de igual modo habían tratado a los símbolos del cristianismo, la Santísima Trinidad y la Virgen María. Los asesinos eran musulmanes franceses de ascendencia argelina, nacidos y educados en el sistema escolar de la República.
Una inmensa manifestación, en defensa de las libertades republicanas, respondió ayer en París al atentado. Ese es el hecho, más allá de la intención de cada personal político para atribuirle su propia idea y significación.
Una amiga parisina, habitante de uno de los barrios populares de París donde también viví, me escribe: “Pasamos cinco horas en esta marea humana volcada en todo el Este parisino, nuestro barrio. Era muy digno, profundamente emotivo, reconfortante. Todo mundo se hablaba con sencillez. Aplaudíamos, gritábamos ‘¡Charlie!’, volvíamos a aplaudir y después nos callábamos y nos sonreíamos y cantábamos La Marsellesa”.
La derecha y los políticos y partidos bienpensantes trataron de hacer propias las demostraciones de repudio al crimen. No lo lograron, por la vieja razón de que París sigue siendo el pueblo de París. En el Arco de Triunfo un inmenso cartel negro con letras blancas, colgado allí por las autoridades, decía: “Yo soy Charlie”. Allí estaba, tan fuera de lugar como la exclamación de Enrique Peña Nieto: Todos somos Ayotzinapa
. En ambos casos, la vida y el pueblo saben y dirán quién es qué cosa y de qué lado estaban y están los asesinados de Charlie y los desaparecidos de Ayotzinapa.
No compartí el humor de Charlie Hebdo, aunque más de una vez me hizo soltar la risa. Pero es un crimen atroz responderle con el asesinato. Por lo demás, el atentado no provino de tres musulmanes indignados por las irreverencias de la revista. Lo ha reivindicado para sí Al Qaeda, esa organización terrorista cuyas acciones no faltan mentes conspiracionistas que las nieguen.
En el estado actual de las sociedades y las cosas humanas la respuesta al terrorismo y al racismo no proviene del odio de la derecha hipócrita y represiva. La respuesta es la razón republicana, la defensa intransigente de las libertades y los derechos humanos. El conspiracionismo es enemigo de la razón y por tanto de la organización, a menos que por organizar se entienda inspirar a un grupo duro y puro
con disciplina militar, certidumbres inamovibles y una mochila siempre surtida de calificativos peyorativos para los demás.
En noviembre de 2013 Charb, director de Charlie Hebdo, reivindicaba los orígenes de la revista en el mayo de 1968 y defendía a sus redactores en estos términos:
“Al contrario de otros muchos que en los últimos 40 años tuvieron tiempo de cambiar varias veces de chaqueta social, el equipo de Charlie sigue el mismo camino. Nos reímos, criticamos y soñamos con las mismas cosas. […] No todos votan, pero todos aportaron su granito de arena a la derrota de Sarkozy en mayo de 2012. Ninguno de nosotros se atrevería a defender a la derecha, a la que combatimos a fondo. Y consideramos los fascismos, el fascismo, como un enemigo definitivo, que jamás se privó por lo demás de llevarnos ante los tribunales”.
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Proceso y Charlie Hebdo, sus redactores y hacedores, distan de compartir las mismas ideas. Ambos comparten, sin embargo, la defensa de la libertad de expresión como rasgo y condición esencial de una República. Así, en la despedida de la revista mexicana a Julio Scherer este domingo luctuoso de enero de 2015 pudimos leer:
“Ante la ausencia física de su fundador, Proceso reafirma no sólo los principios periodísticos que nos legó sino, sobre todo, el compromiso social que inspiró la creación de la revista, la búsqueda de la verdad, la crítica sin concesiones y, si necesaria es, la disposición a enfrentar a los poderosos. Desde el duelo, reiteramos a nuestros lectores, razón única de nuestra existencia, que en medio de las asechanzas que se vislumbran Proceso permanecerá firme”.
Eso dijeron también las grandes manifestaciones del 20 de noviembre de 2014 en las ciudades de México y las de ayer, 11 de enero, en las ciudades de Francia.