a vida y la obra de Lope fue difusión luminosa, reflexión reverberante de alma que mira y ama la esfera transparente en que sumerge la mirada y no es ojo, ni imagen, ni sujeto ni objeto, ni inteligencia, ni objeto pensado, sino claridad que se contempla a sí misma, autovisión de luz en compuesto de caras avivadas; Camila Lucinda, Elena Osorio, Martha de Nevares, o la prolongada lactancia con su nodriza o las demás.
Todas son alba, lucinda, cielo, sol, luz, día
, al compartir la dulzura redondeada y plácida de la esfera contemplativa. Imágenes fuera de él, para contemplarse narcisísticamente, y devenirse inteligencia. Fantasma narcisístico que le proporcionaba a posteriori el espectáculo de él mismo melancólico.
Las imágenes en la extensa obra de Lope, fuera prosa, verso o teatro eran sed insaciable de mujer en bellos recuerdos que habitaban en sus entrañas o en la soledad interior. Que lo lleva a morir dolorosa melancolía, exacerbada a partir de la muerte de doña Martha de Nevares Santoyo, la amante, una vez ordenado sacerdote, ya senil.
Dolor exquisito en la contemplación sacrílega; el ensueño. Alucinación de ella
que era ellas, consumación de la mirada en sí misma. Fusión y permutación de Lope y la madre. Amor en femenino que tropieza con experiencias místicas ya religioso. Repliegue cuerpo a cuerpo. Él y la madre, en las indecisiones por la confusión entre mujeres en la vida e imágenes previas a ellas. Sublimación sutil de lo inasible. Melancolía acentuada con la muerte de dos hijos y confrontada con la pérdida del cuerpo a cuerpo, con la madre, desde su femenino, su interior.
Meses antes de un día cualquiera de 1634, Lope empezó a morir en medio de ideas fijas, obsesivas, devaluatorias, humillantes. Nada me queda ya, qué puedo esperar de la mañana
.
Ideas torturadoras, machaconas, expresiones de una melancolía que lo enloquecía en un alud de recuerdos e imágenes confusas que lo llevaban a decir: Sólo muriendo podré librarme de tanto espectro, tanto reconcomio
.
Cada rasgo de la pluma, cada paso, cada ensimismamiento, cada mirada sin ver, cada gesto sin interpretación posible, eran recuerdos e imágenes de hi-jos muertos, confundidos con los cuerpos de las madres, golpeo de martillo sobre la cabeza de clavos que le sonaban en el cráneo, duros y violentos.
Triste fue el final de Lope, en que todo le atormentaba, la muerte porque huía, la vida porque era espera, en el Madrid de cielo alto azul y delgado en que conoció a ellas
, ”ella”, y amó como loco: boca llena de versos, rabia y pataleo. En ese Madrid de Lope, donde enloqueció rencoroso y enamorado hasta morir. Ella que eran ellas, que no podía asir, inasibles, en alas del deseo, se le escapaban. Cama de camino leonada de raza bordada de raso
.
Tantos años y tantos afanes en busca de emoción y la emoción pudo haber sido aquella “vida minúscula, cotidiana, sencilla, en que ella amanecía amorosa a su lado, la honesta cara de dulce esposa.
Carlitos de azucena y rosa, vestido el rostro y el alma cantaba por donaire alguna cosa
. Duelo que nunca elaboró:
Carlitos mío
bañado de rocío
cuando marchitas las doradas venas
el blanco lirio, convertido en hielo
cae en la tierra, aunque traspuesto al cielo”.