Opinión
Ver día anteriorViernes 23 de enero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Reconcomio
L

a vida y la obra de Lope fue difusión luminosa, reflexión reverberante de alma que mira y ama la esfera transparente en que sumerge la mirada y no es ojo, ni imagen, ni sujeto ni objeto, ni inteligencia, ni objeto pensado, sino claridad que se contempla a sí misma, autovisión de luz en compuesto de caras avivadas; Camila Lucinda, Elena Osorio, Martha de Nevares, o la prolongada lactancia con su nodriza o las demás.

Todas son alba, lucinda, cielo, sol, luz, día, al compartir la dulzura redondeada y plácida de la esfera contemplativa. Imágenes fuera de él, para contemplarse narcisísticamente, y devenirse inteligencia. Fantasma narcisístico que le proporcionaba a posteriori el espectáculo de él mismo melancólico.

Las imágenes en la extensa obra de Lope, fuera prosa, verso o teatro eran sed insaciable de mujer en bellos recuerdos que habitaban en sus entrañas o en la soledad interior. Que lo lleva a morir dolorosa melancolía, exacerbada a partir de la muerte de doña Martha de Nevares Santoyo, la amante, una vez ordenado sacerdote, ya senil.

Dolor exquisito en la contemplación sacrílega; el ensueño. Alucinación de ella que era ellas, consumación de la mirada en sí misma. Fusión y permutación de Lope y la madre. Amor en femenino que tropieza con experiencias místicas ya religioso. Repliegue cuerpo a cuerpo. Él y la madre, en las indecisiones por la confusión entre mujeres en la vida e imágenes previas a ellas. Sublimación sutil de lo inasible. Melancolía acentuada con la muerte de dos hijos y confrontada con la pérdida del cuerpo a cuerpo, con la madre, desde su femenino, su interior.

Meses antes de un día cualquiera de 1634, Lope empezó a morir en medio de ideas fijas, obsesivas, devaluatorias, humillantes. Nada me queda ya, qué puedo esperar de la mañana.

Ideas torturadoras, machaconas, expresiones de una melancolía que lo enloquecía en un alud de recuerdos e imágenes confusas que lo llevaban a decir: Sólo muriendo podré librarme de tanto espectro, tanto reconcomio.

Cada rasgo de la pluma, cada paso, cada ensimismamiento, cada mirada sin ver, cada gesto sin interpretación posible, eran recuerdos e imágenes de hi-jos muertos, confundidos con los cuerpos de las madres, golpeo de martillo sobre la cabeza de clavos que le sonaban en el cráneo, duros y violentos.

Triste fue el final de Lope, en que todo le atormentaba, la muerte porque huía, la vida porque era espera, en el Madrid de cielo alto azul y delgado en que conoció a ellas, ”ella”, y amó como loco: boca llena de versos, rabia y pataleo. En ese Madrid de Lope, donde enloqueció rencoroso y enamorado hasta morir. Ella que eran ellas, que no podía asir, inasibles, en alas del deseo, se le escapaban. Cama de camino leonada de raza bordada de raso.

Tantos años y tantos afanes en busca de emoción y la emoción pudo haber sido aquella “vida minúscula, cotidiana, sencilla, en que ella amanecía amorosa a su lado, la honesta cara de dulce esposa.

Carlitos de azucena y rosa, vestido el rostro y el alma cantaba por donaire alguna cosa. Duelo que nunca elaboró:

Carlitos mío
bañado de rocío
cuando marchitas las doradas venas
el blanco lirio, convertido en hielo
cae en la tierra, aunque traspuesto al cielo”.