l historiador británico Tony Judt produjo una idea que debería ser muy fértil en términos generales para el análisis de la evolución social. Dijo Judt que unos mejores futuros sólo pueden conseguirse sobre la base de pasados utilizables. Me parece que esa idea sería muy provechosa para pensar la situación actual de México y el enorme trabajo que hay que hacer para revertir las condiciones de apocamiento económico, profundo desgaste y desigualdad social y abierta crisis política que padecemos. Admitamos francamente que el pasado, nuestro pasado como país, cuando menos en los últimos 35 años es poco utilizable para construir mejores futuros.
Los milagros económicos no existen, esta forma de misticismo no sirve para nada en el discurso político y, mucho menos, para propiciar mayor bienestar. Después de la Segunda Guerra Mundial el término se usó para describir la recuperación de las economías de Alemania y Japón, como si la geopolítica no hubiese tenido injerencia alguna en los flujos de dinero y las políticas públicas frente al régimen soviético. El Plan Marshall significó una revisión profunda de la pésima experiencia del Tratado de Versalles de 1919.
La noción de milagro económico se ha usado para describir la evolución económica de América Latina y Asía y se ha mantenido al tratar de China, los países emergentes, las naciones tropicales de África o cualquier otro caso, sea de escala nacional o regional. En México también se habló en la década de 1960 de milagro.
Seguramente que en alguna oficina de los múltiples organismos internacionales o de los grandes bancos privados del mundo se estará pensando en el siguiente milagro para indicar que en alguna parte habrá un boom económico de cualquier tipo que significará la posibilidad de especular y generar ganancias de corto plazo. Es un concepto que puede descartarse en la palangana de las muchas trivialidades económicas que se han propuesto. Vale recordar la invención en las oficinas del gigante Goldman Sachs de los BRICs, cuyo supuesto poderío económico marcaría una sólida pauta en el capitalismo global. Ahí están los hechos para analizarse.
Esta manera de concebir a la sociedad no tiene nada que ver con un proceso duradero de creación de riqueza y mejoramiento de las condiciones de existencia de la gente. Tiene, en cambio, mucho de oportunismo. No forja pasados utilizables a la manera que los pensaba Judt. Milagros no los hay en la economía, ni en la política, ni en la organización social. Esa expresión es una forma de propaganda que se agota irremediablemente en términos políticos e ideológicos.
Lo que puede haber son acuerdos más o menos provechosos y sostenibles para crear un cierto equilibrio en una determinada etapa y que necesariamente se acaban. Una manifestación de tales acuerdos y equilibrios fue el Estado de Bienestar, creado para evitar un rompimiento violento del orden establecido. Un ajuste exigido y no una graciosa concesión. Este acuerdo fue clave para la etapa de fuerte expansión que duró 20 años hasta mediados de la década de 1970. Se fue minando con las crisis sucesivas del capitalismo y acabó por derrumbarse con las secuelas de la crisis de 2008. Hoy está en el candelero el caso de Grecia y el cuestionamiento expreso de las políticas de ajuste basado en una austeridad sin medida. En los países más desarrollados los acuerdos sociales están en vilo.
En México tales acuerdos están rotos y no hay manera de establecer unos nuevos y que sean funcionales si persiste el modo de hacer política, de hacer negocios, de organizar los movimientos sociales o de construir la ciudadanía que se practican aquí. No son suficientes unas reformas institucionalmente frágiles y que no apuntan a una forma de aplicación articulada. Así no es posible indicar siquiera el inicio de una transformación del presente que habría de convertirse en un pasado utilizable. Así no puede superarse la profunda crisis general del país.
Sólo un breve apunte en materia económica. Hoy el escenario es muy distinto al previsto al comienzo de este sexenio. No se apunta a superar el muy reducido nivel de crecimiento promedio del producto que en tres décadas es de apenas 2.4 por ciento. Son grandes las resistencias estructurales e intentar removerlas sólo en el terreno económico es insuficiente sin el acompañamiento de cambios políticos y sociales de hondura. La tasa de crecimiento prevista por el gobierno este año es 3.7 por ciento, pero ya el FMI bajó su estimación de 3.5 a 3.2 por ciento y apenas van tres semanas del año.
La creación de empleo indica que una gran proporción de la fuerza de trabajo no está ocupada, o bien, está subocupada; esta es la condición de más de 6.5 millones de personas o 12 por ciento de la población económicamente activa. El ingreso promedio se ha reducido con base en el índice de 2008 en 17 puntos hasta 2014 y la masa salarial en 9 puntos.
La recaudación de impuestos aumentó con la reforma fiscal pero se contuvo el gasto en inversión y en consumo. Los precios del petróleo se desplomaron y las finanzas públicas tendrán que ajustarse con un menor gasto. Las bases que se están sentando para 2016 son muy endebles.
Otro sexenio de un pasado general inutilizable es simiente para un mayor conflicto social y desgaste político que cada vez podemos afrontar con mucha mayor dificultad.