inalmente, luego de siete años y medio de haber iniciado esta crisis, ha llegado al control del aparato gubernamental en Europa una fuerza política que propone enfrentar las inegables dificultades económicas con políticas que respeten las condiciones de vida de la mayoría de la población. Grecia ha sufrido las consecuencias de políticas económicas diseñadas para enfrentar la crisis, partiendo de la base de que lo central es restablecer las condiciones para que el cumplimiento de los compromisos de la deuda externa sea viable financieramente. Consecuentemente se diseñaron políticas para que recursos públicos cuyo destino era el gasto social se destinarán a pagar intereses y capital de la deuda externa.
El resultado de esta política ha sido devastador. La economía griega perdió la cuarta parte de lo que producía en 2010; cientos de miles de trabajadores fueron despedidos y no han podido recuperar el empleo, lo que se evidencia con la mayor tasa de desempleo en toda Europa, superior a 26 por ciento y que entre los jóvenes griegos alcanza prácticamente 50 por ciento; los niveles de pobreza se duplicaron en cinco años; los pensionados vieron cómo se reducía su nivel de vida con los recortes sufridos en sus pensiones y los incrementos en el precio de servicios públicos fundamentales; los empleados públicos de todo tipo también sufrieron reducciones en sus remuneraciones; una de cada tres de las empresas que existían en 2010 han tenido que cerrar sus puertas. Pese a esto, la deuda pública sigue estando en niveles insostenibles, manteniéndose en cerca del 175 por ciento del PIB.
Está claro quiénes han perdido con esta política. Ha habido, por supuesto, ganadores. En primer lugar están los acreedores, los bancos que colocaron recursos significativos en Grecia pese a que las posibilidades de pago se reducían. Estas empresas mantuvieron sus balances inalterados y pudieron deshacerse de los bonos gubernamentales griegos sin pérdidas. Estos bancos están en toda Europa, pero se concentran en la propia Grecia y en Alemania. Ganaron también quienes sostenían la tesis de que frente a la crisis había que privilegiar el control del déficit público y de la deuda. Se trata, como Krugman ha descrito con dureza, de los halcones de la austeridad, que pudieron sostener que esta política generaba crecimiento, lo que claramente es erróneo.
El dato relevante es que, luego de cinco años de aplicar la política diseñada por los halcones de la austeridad, la brecha entre dónde están y dónde hubiesen estado dichas economías si la crisis no hubiese ocurrido es enorme. En Europa, además, la brecha creció en 2014. Este resultado desastroso es producto de decisiones políticas tomadas por quienes dirigen los gobiernos de mayor importancia en la Europa del euro. Estas políticas contrajeron drásticamente la demanda, hacien
Los electores griegos decidieron impedir que sus políticas siguieran siendo estúpidas y votaron por la fuerza política que proponía expresamente devolver la dignidad al pueblo griego. Syriza se propone poner de pie lo que estaba de cabeza. El sentido verdadero de la política es el mejoramiento de las condiciones de vida de la población y cuando ocurren choques económicos impedir que esas condiciones de vida se deterioren. Para los halcones de la austeridad primero son los mercados financieros y luego las personas. Los electores griegos han dicho no, ese no puede seguir siendo el sentido de las prioridades. Han decidido que primero está la gente y después los bancos y sus defensores.
La ruta es larga y complicada. Apenas se han planteado los nuevos propósitos. Falta iniciar su instrumentación y enfrentar a las fuerzas que se oponen a un replanteo de la política económica de esta magnitud. Hará falta negociar con los acreedores el pago de la deuda y con los gobiernos europeos el pago de los préstamos y lograr que acepten que el pago estará condicionado a que la economía griega crezca. Aunque el resultado de esta negociación no es claro, lo cierto es que han cambiado los términos y eso abre posibilidades que hasta ahora estaban cerradas. Podemos estar frente al fin de la estupidez económica.