ientras la prensa internacional tiene la mirada puesta en Francia desde la masacre en la sede de Charlie Hebdo, constato sin ninguna sorpresa la manera en que el debate sobre la violencia contra una publicación satírica se transforma en debate sobre los fallos de la justicia francesa, la laicidad y los principios de libertad e igualdad. Muchos son los periódicos que han comparado los dibujos satíricos de los caricaturistas de Charlie Hebdo con las declaraciones anti judías de Dieudonné M’bala M’bala, enseñando así las supuestas contradicciones de la sociedad francesa con respecto a la libertad de expresión.
Los dibujos satíricos y polémicos de Charlie Hebdo, publicación semanal satírica de izquierdas, secular, atea, antiracista, antiextrema derecha, han ido poblando los quioscos franceses desde su fundación, en 1970. Estos mismos dibujos, en particular los que satirizaban ciertos símbolos de la religión musulmana, han sido la supuesta razón por la cual esta revista sufrió dos ataques calificados de terroristas, el primero en 2011 y el segundo, que terminó con la vida de 12 personas, el pasado 7 de enero de 2015. Dieudonné, en cambio, es un cómico francés que ha sido arrestado numerosas veces con cargos antisemitas y cuyos espectáculos han sido cancelados por estas mismas razones en Francia, Bélgica y Canadá. Habla de la Shoah como acto de pornografía de la memoria
, sostiene que el sionismo es el sida del judaísmo
y afirmó, antes de las elecciones presidenciales de 2012, que el próximo presidente será, sin duda, amigo de Israel, pedófilo y violador de niños. Pero lo aceptaremos sin rechistar ya que ésa es nuestra cruz, amigos esclavos.
El debate en torno a las contradicciones de la libertad de expresión en Francia se desató a raíz del tratamiento de las declaraciones de Dieudonné por parte de las autoridades –visto por algunos como injusticia– y a la supuesta protección del mensaje llevado a cabo por Charlie Hebdo –percibido como hipocresía. Sin embargo, de ahí a decir que las difíciles relaciones entre Dieudonné y la justicia francesa son el resultado de una política de protección de la comunidad judía francesa y de una persecución de la comunidad musulmana francesa, como lo ha hecho el periodista del New York Times Kenan Malik el 16 de enero de 2014 (www.nytimes.com/2015/01/17/opinion/
dont-limit-speech-in-france.html?ref=opinion&_r=1), hay un abismo.
Francia, sí, es un país donde el racismo es, desgraciadamente, cada día más importante. El conflicto colonial está lejos de haberse resuelto; tampoco se ha encontrado una posición legal satisfactoria respecto de la migración, y así se podría elaborar una larga lista de temas problemáticos que no han recibido respuesta del gobierno. En Francia las minorías están constantemente sujetas a la violencia policial, física y verbal, y a las discriminaciones en los suburbios parisinos. Allí los jóvenes están marginados y a pesar de los supuestos esfuerzos de los gobiernos sucesivos de izquierda como de derecha para favorecer la integración de los más desfavorecidos, el paisaje nacional francés presenta una fractura cada año más profunda. Pero ésa no es realmente la cuestión, ¿verdad? Como dijo Lauren Joffrin en Libération el 14 de enero de 2014, Dieudonné difama a personas, incita al odio y da miedo, mientras Charlie Hebdo publica caricaturas, critica nuestras sociedades y nuestros símbolos, y nos hace reír (www.liberation.fr/societe/2015/01/14/
malefique_1180862).
Visto desde el extranjero, parece que Charlie Hebdo no tiene otra misión que la de ridiculizar la religión musulmana. Los periodistas y columnistas de todo tipo imprimen en la opinión pública internacional una visión limitada de la realidad periodística francesa. Sus lectores, que en su mayoría no habían oído hablar de Charlie Hebdo antes de la masacre, lo leen como verdad única. Y el Internet no ayuda. La selección de imágenes que han circulado en las plataformas sociales es tan limitada y truncada, que los ciudadanos de otros países se están convenciendo de que Charlie Hebdo es una publicación racista protegida por la misma justicia que, en cambio, encarcela a sus artistas cómicos, como Dieudonné.
La ignorancia ya no tiene razón de ser en el siglo XXI, puesto que todo el mundo obtiene una alfabetización electrónica que nadie pone en cuestión. Estoy conectado, luego sé.
Héteme aquí el eslogan de la generación Wi-Fi, Facebook y Twitter. Pero este conocimiento limitado engaña. Le falta, entre otras cosas, la proximidad cultural y política al objeto sobre el cual se expresa una opinión –lo que solíamos llamar rigor contextual.
¿Quién, después de la masacre, se molestó en consultar los centenares de números del Charlie Hebdo para verificar el tipo de ideología que había allí? Quien lo hizo encontró, pues, un combate contra el oscurantismo en todas sus formas. Este combate incomoda a más de uno, no porque contenga supuestas blasfemias (algo que dejó de ser delito en Francia con la Revolución de 1789), pero más bien porque denuncia las dictaduras de los fundamentalistas religiosos y que, en un mundo en el que se prefieren las creencias a las ideas, esto incomoda. Quien lo leyó entendió, por tanto, que la religión no era tampoco la única lucha de Charlie Hebdo, sino que lo era también el gobierno francés y sus políticas contra los migrantes. Lo mismo se puede afirmar del combate que la publicación llevaba contra el Front National, cuyo fundador, Jean Marie Le Pen, extremista de derechas que niega el Holocausto, es padrino de uno de los hijos de Dieudonné. El Front National es, de hecho, el primer objeto de la sátira de Charlie Hebdo, no está de más repetirlo.
Pero el problema es, sin duda, espinoso, pues sin un conocimiento mínimo de terreno, en particular sin un conocimiento específico de los códigos culturales de un país, sin una investigación profunda de las prácticas sociales, no se puede entender una publicación. Esta es la razón por la cual los debates han sido re-dirigidos hacia otros terrenos, que permiten que los amantes de noticias rápidas en el Internet den su opinión, participen en debates virtuales que se vuelven virales y transforman, desgraciadamente, una nube de rumores en verdadera información que poco a poco se vuelve oficial.