Villahermosa
uele decirse que los verdaderos encuentros de escritores se dan fuera de las mesas de lectura, es una especie de consenso. De ser así me atrevería a afirmar que el Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer, efectuado la semana pasada en la ciudad natal del llamado poeta de América, fue ciertamente excepcional. Aun cuando, por la logística propia de la programación, no todos los invitados podían asistir a las lecturas de los compañeros, el respeto y la simpatía por el trabajo ajeno, por los colegas en tanto que personas, el espíritu de comprensión respecto a la labor y la personalidad del otro, podría decirse que campearon tanto en los márgenes como al centro del simposio, algo que no nada más, por supuesto, es asunto de agradecer a los escribientes, sino desde luego a los organizadores, cuyo evidente esfuerzo no les hizo perder naturalidad, amabilidad, don de gentes.
Uno de éstos, el joven Audomaro Hidalgo, tuvo el buen gusto (desde el punto de vista de varios invitados, entre ellos yo mismo, amistosamente criticable, pues que nos privaba de escuchar parte de la buena poesía de por esos lares) de no incluirse como autor. Perdonarán que no enliste aquí a todo el personal, directivo, administrativo, que tuvo la amabilidad, atenta siempre, de estar al pendiente tanto de la marcha pública como, digámoslo de este modo, privada del encuentro –a cargo del Instituto Estatal de Cultura de Tabasco, que dirige Gabriela Marí Vázquez.
En él participaron poetas de la localidad, del país y del extranjero (Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, El Salvador, Ecuador, España, Perú, Uruguay y Venezuela). Insisto, imposible nombrar a todos: entre muchos otros estuvieron Elsa Cross, Eduardo Saravia, Álvaro Solís, Sara Uribe, Paula Abramo, Balam Rodrigo, Luis Cortés Bargalló, Isidoro Villator, Fernando Nieto Cadena, Tania Carrera, Teresa Orbegoso, Yolanda Pantín, Jotamario Arbeláez, Alfredo Fressia, Jorge Galán, Iván Cruz, Baudelio Camarillo y Renée Acosta.
Indispensable mencionar que la primera actividad fue la colocación de una ofrenda floral ante la estatua de Carlos Pellicer Cámara, con sus dos apellidos, según –creemos– costumbre local, en el 38 aniversario de su fallecimiento; que se entregó el Premio que lleva el nombre del poeta al potosino-regio Margarito Cuéllar por su libro Las edades felices, y que el tabasqueño Dionicio Morales recibió un reconocimiento por sus 50 años de labor escritural.