Opinión
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Mathias Goeritz: el arte que se habita
N

o fueron tan altas como las imaginó ni llegaron a ser siete como lo había planeado. La plaza donde se encuentran resultó más pequeña de lo previsto y el color de una de ellas cambió por completo pero las Torres de Satélite se han convertido en un símbolo entrañable del paisaje mexicano.

Uno de su creadores fue el escultor Mathias Goeritz cuyo centenario se cumple este cuatro de abril.

Nacido en Danzig, Alemania –actual ciudad de Gdansk, Polonia–, se estableció en México a causa de la Segunda Guerra Mundial.

Autor del concepto de arquitectura emocional, su mayor obra fue el Museo Experimental El Eco, una escultura penetrable según Goeritz.

Recuperado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) después de medio siglo de incuria y abandono, El Eco es una construcción única en el mundo. Allí formas, paredes, techos, muros y un espléndido pasillo nos recuerdan, con las emociones que provocan, que la arquitectura es el arte que se habita, el espacio vivencial que termina de construir no el artista sino quienes se desplazan por sus ambientes.

El corredor referido hace sentir que se adentra uno en algo grande aunque el terreno del inmueble sea de poco más de 500 metros. Su forma, cuyas paredes, piso y techo se angostan con perspectiva de fuga, nos anticipan que en efecto entramos a un espacio grandioso. El espacio, que miramos monumental al enfrentarnos a él, disminuye a medida que avanzamos. Nuestro cuerpo crece, se acerca a las dimensiones grandiosas que observamos al principio.

En El Eco había un mural que reproducía los dibujos hechos por Henry Moore de la colección de los judas de Diego Rivera; otro de Carlos Mérida lleno de ángulos, aristas, líneas. El día de su inauguración asistió Luis Buñuel y se montó un espectáculo de danza en el espacio de la célebre Serpiente que regresa. También había grabados de Picasso, Chagall, Klee, Arp. El único objeto de formas redondas en El Eco era el famoso torso de madera esculpido por Goeritz. Como todo poeta fue un provocador.

A este escultor, arquitecto, maestro, también debemos los vitrales de la Catedral de México, de Cuernavaca, de la Iglesia de Santiago Tlatelolco, la planeación de la Ruta de la Amistad, las torres de la FES Aragón, y la magnífica corona rosa que se alza de la piedra volcánica en el Espacio Escultórico de la UNAM.

Seguramente para Mathias Goleritz la arquitectura fue el arte más público y el arte que se habita. Ocupar su espacio, vivir en él, recorrerlo, debía ser emocionante. Más aún: creía que sólo si emociona la arquitectura puede considerarse un arte.

Qué bueno que actualmente se exhiba una retrospectiva de su obra en el Reina Sofía de Madrid. Qué lástima que lleguemos tarde aquí a los festejos, al banquete de la civilización, aunque la mesa era nuestra.