Opinión
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Famosa retrospectiva en Bellas Artes
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enri Cartier-Bresson (1908-2004) tuvo una primera exposición en el recién abierto Palacio de Bellas Artes hace 80 años, cuando después de varias décadas se inauguró definitivamente el edificio como teatro nacional contando con algunas salas de exhibición. Esa muestra, compartida con su colega mexicano Manuel Álvarez Bravo, fue recreada en la medida de lo posible hace algunos años. La actual rememoración es la magna retrospectiva, con selección y curaduría de Clement Chévreux, a partir de la Fundación Cartier-Bresson y del Centro Pompidou.

Cuenta con un público masivo y ese es un fenómeno del que hay que congratularse, relativamente nuevo en México, podría decirse que a partir de la muestra de Kusama y de las llamadas muestras imposibles del Cenart, salvo excepciones, como la exposición de Frida Kahlo en 2007 o la de Darwin el año pasado, el público de los museos mexicanos no ha igualado en cuanto a número el de otras ofertas y lo más relevante es que hay muchos jóvenes que asisten ya sea solos, en pareja o en grupo.

Por supuesto Cartier-Bresson es, al igual que Picasso, una figura pública, el fotógrafo del siglo XX por antonomasia, dado lo cual el título de la muestra La mirada del siglo glosa otro título anterior: El ojo del siglo, que corresponde a la agencia Magnum, de la que fue cofundador.

Los rubros están repartidos en varias secciones y para cualquier visitante asiduo a la Sala Nacional, ésta resulta irreconocible dadas las falsas mamparas negras superpuestas a las consabidas que revisten muros y espacios abiertos con objeto de alojar unas 400 fotografías, un óleo, periódicos, varios dibujos que se encuentran al final del recorrido (formidables autorretratos a lápiz), además de videos, proyecciones y el impresionante reportaje sobre la Guerra Civil española, y el fragmento de una película de Jean Renoir.

Los visitantes deambulan ante las tomas y señalan algunas. Si Cartier-Bresson los mirara, querría captar el momento decisivo en el que sus expresiones se modifican al acercarse a alguna de las tomas, que pese a los espacios artificiales creados, ofrecen conjuntos difíciles de calibrar a profundidad, debido en parte a la inevitable uniformidad de los formatos y de los marcos, todos iguales. Es un ambiente propositivamente blanco y negro, acorde con las fotografías. El maestro usó el color, pero a la vez le espetó a una entrevistadora la siguiente frase: La fotografía en color es repugnante y uno está a punto de darle la razón casi todos los días, debido a la frecuencia con la que nuestros próximos nos muestran sus tomas hechas con celulares, ya sea que se correspondan con la simple diversión de las selfies que con el turismo, propulsor de innumerables tomas que no aspiran a nada ni siquiera, creo, a la genuina evocación de los momentos en los que se efectuaron los disparos, debido al hecho de que tomar fotografías se ha convertido en una adicción, gracias a la facilidad deparada por tabletas y celulares. Ya hasta quienes poseen una cámara decente, por comodidad, se abstienen de usarla en favor del celular.

Cuando joven Cartier-Bresson eligió como vocación la pintura. Asistió al taller de Andre Lhote y este maestro, asociado al cubismo digamos que de segunda horneada, fue integrante del grupo de Puteaux, perseguidor de la Secciónáurea, abrió una academia y fue altamente reconocido como profesor. Entre los dichos de quien fue, creo, el más famoso de sus discípulos se encuentra el siguiente: Concibo la fotografía como un dibujo, un boceto inmediato hecho con la intuición (Cartier-Bresson)

Igualmente, en entrevista con Shelia Turner, declaró: No se debe aceptar todo lo que la naturaleza depara. Se debe elegir. En las charlas realizadas durante la inauguración, el curador, asediado por decenas de micrófonos, pareció confundirse con algunos de lo dichos. Por ejemplo, el maestro jamás dijo que entendía que la fotografía podía ser un arte y que por eso la escogió y dejó la pintura. Frase que, además, nada tiene que ver con la tónica de la presente retrospectiva, que da cuenta, sobre todo, de Cartier-Bresson como fotorreportero nómada que encuentra asociaciones y motivos idiosincráticos en todos los lugares que visita, no como turista, sino integrado a los ambientes que recorre. Por tanto, no se exhiben algunas de las tomas mayormente conocidas y amadas fotos suyas si exceptuamos las que corresponden a la calle Cuauhtemotzin, el barrio de las prostitutas en nuestra ciudad, o bien las que captan semblanzas de determinados personajes públicos, son pocas, pero hay una toma temprana de Fidel en La Habana y la formidable semblanza de Stalin agigantada, contrastada con la presencia natural de quien está adjunto.

El tono antropológico de muchas de estas tomas es innegable, al igual que las coincidencias que ofrece la arquitectura rural o vernácula en regiones muy alejadas. Por ejemplo: las tomas de caseríos en Oaxaca no son muy distintos de las realizadas en construcciones rurales de Grecia, si bien es cierto, según su decir, que en algunos lugares el pulso late más que en otros.