Martes 14 de abril de 2015, p. 11
Eduardo Galeano hizo de la mujer un eje vertebrador de su creación, para defender, en ella y en su reivindicación, la dignidad, siempre precaria, del ser humano.
Con autorización de su casa editorial en México, Siglo XXI, ofrecemos a los lectores de La Jornada, que son los lectores de Galeano, un adelanto del libro Mujeres, que se pondrá en circulación la primera semana de mayo
En esta antología, informan los editores, Galeano “cuenta la intensidad de personajes femeninos atravesados por el peso de una causa, como Juana de Arco, Rosa Luxemburgo o Rigoberta Menchú; por su propia hermosura o talento, como Marilyn Monroe o Rita Hayworth, Frida Kahlo o Marie Curie; Camille Claudel o Josephine Baker. Pero también cuenta las hazañas colectivas de mujeres anónimas: las que lucharon en la Comuna de París, las guerreras de la revolución mexicana, las que –en un prostíbulo de la Patagonia argentina– se negaron a atender a los soldados que habían reprimido a los obreros”.
El propio Galeano escribió al respecto: No hay tradición cultural que no justifique el monopolio masculino de las armas y de la palabra, no hay tradición popular que no perpetúe el desprestigio de la mujer o que no la denuncie como peligro
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Fundación de la novela moderna
Hace mil años, dos mujeres japonesas escribieron como si fuera ahora.
Según Jorge Luis Borges y Marguerite Yourcenar, nadie nunca ha escrito una novela mejor que la Historia de Genji, de Murasaki Shikibu, magistral recreación de aventuras masculinas y humillaciones femeninas.
Otra japonesa, Sei Shônagon, compartió con Murasaki el raro honor de ser elogiada un milenio después. Su Libro de la almohada dio nacimiento al género zuihitsu, que literalmente significa al correr del pincel. Era un mosaico multicolor, hecho de breves relatos, apuntes, reflexiones, noticias, poemas: esos fragmentos, que parecen dispersos pero son diversos, nos invitan a penetrar en aquel lugar y en aquel tiempo.
La pasión de decir (1)
Marcela estuvo en las nieves del Norte. En Oslo, una noche, conoció a una mujer que canta y cuenta. Entre canción y canción, esa mujer cuenta buenas historias, y las cuenta vichando papelitos, como quien lee la suerte de soslayo.
Esa mujer de Oslo viste una falda inmensa, toda llena de bolsillos. De los bolsillos va sacando papelitos, uno por uno, y en cada papelito hay una buena historia para contar, una historia de fundación y fundamento, y en cada historia hay gente que quiere volver a vivir por arte de brujería. Y así ella va resucitando a los olvidados y a los muertos; y de las profundidades de esa falda van brotando los andares y los amares del bicho humano, que viviendo, que diciendo va.
Las madres de Plaza de Mayo
1977. Buenos Aires
Las madres de Plaza de Mayo, mujeres paridas por sus hijos, son el coro griego de esta tragedia.
Enarbolando las fotos de sus desaparecidos, dan vueltas y vueltas a la pirámide, ante la rosada casa de gobierno, con la misma obstinación con que peregrinan por cuarteles y comisarías y sacristías, secas de tanto llorar, desesperadas de tanto esperar a los que estaban y ya no están, o quizás siguen estando, o quién sabe:
–Me despierto y siento que está vivo –dice una, dicen todas.
Me voy desinflando mientras pasa la mañana. Se me muere al mediodía. Resucita en la tarde. Entonces vuelvo a creer que llegará y pongo un plato para él en la mesa, pero se vuelve a morir y a la noche me caigo dormida sin esperanza. Me despierto y siento que está vivo...
Las llaman locas. Normalmente no se habla de ellas. Normalizada la situación, el dólar está barato y cierta gente también. Los poetas locos van al muere y los poetas normales besan la espada y cometen elogios y silencios. Con toda normalidad el ministro de Economía caza leones y jirafas en la selva africana y los generales cazan obreros en los suburbios de Buenos Aires. Nuevas normas de lenguaje obligan a llamar Proceso de Reorganización Nacional a la dictadura militar.
Libertadoras mexicanas
Y se acabó la fiesta del Centenario, y toda esa fulgurante basura fue barrida.
Y estalló la revolución.
La historia recuerda a los jefes revolucionarios,
Zapata, Villa y otros machos machos. Las mujeres, que en silencio vivieron, al olvido se fueron.
Algunas pocas guerreras se negaron a ser borradas:
Juana Ramona, la Tigresa, que tomó varias ciudades por asalto;
Carmen Vélez, la Generala, que dirigió a 300 hombres;
Ángela Jiménez, maestra en dinamitas, que decía ser Ángel Jiménez;
Encarnación Mares, que se cortó las trenzas y llegó a subteniente escondiéndose bajo el ala del sombrerote, para que no se me vea la mujer en los ojos;
Amelia Robles, que tuvo que ser Amelio, y llegó a coronel;
Petra Ruiz, que tuvo que ser Pedro, la que más balas echó para abrir las puertas de la ciudad de México;
Rosa Bobadilla, hembra que se negó a ser hombre y con su nombre peleó más de 100 batallas;
y María Quinteras, que había pactado con el Diablo y ni una sola batalla perdió. Los hombres obedecían sus órdenes. Entre ellos, su marido.
Ventana sobre la palabra (4)
Magda Lemonnier recorta palabras de los diarios, palabras de todos los tamaños, y las guarda en cajas. En caja roja guarda las palabras furiosas.
En caja verde, las palabras amantes. En caja azul, las neutrales. En caja amarilla, las tristes. Y en caja transparente guarda las palabras que tienen magia.
A veces, ella abre las cajas y las pone boca abajo sobre la mesa, para que las palabras se mezclen como quieran. Entonces, las palabras le cuentan lo que ocurre y le anuncian lo que ocurrirá.
Resurrección de María
María renació en Chiapas.
Fue anunciada por un indio del pueblo de Simojovel, que era primo suyo, y por un ermitaño que no era pariente y vivía dentro de un árbol de Chamula.
Y en el pueblo de Santa Marta Xolotepec, Dominica López estaba cosechando maíz cuando la vio. La mamá de Jesús le pidió que le alzara una ermita, porque estaba cansada de dormir en el monte. Dominica le hizo caso; pero a los pocos días vino el obispo y se llevó presos a Dominica, a María y a todos sus peregrinos.
Entonces María se escapó de la cárcel y se vino al pueblo de Cancuc y habló por boca de una niña que también se llamaba María.
Los mayas tzeltales nunca olvidaron lo que dijo. Habló en lengua de ellos, y con voz ronquita mandó
que no se negasen las mujeres al deseo de sus cuerpos, porque ella se alegraba de esto;
que las mujeres que quisieran se volvieran a casar con otros maridos, porque no eran buenos los casamientos que habían hecho los curas españoles; y que era cumplida la profecía de sacudir el yugo y restaurar las tierras y la libertad, y que ya no había tributo, ni rey, ni obispo, ni alcalde mayor.
Y el Consejo de Ancianos la escuchó y la obedeció. Y en el año 1712, treinta y dos pueblos indios se alzaron en armas.