a hemos hablado del desarrollo urbano llamado Nuevo Polanco, que poco tiene que ver con la antigua colonia que se creó en los años 40 del siglo XX, la cual tiene una extraordinaria traza urbana, amplias calles, generosas banquetas jardinadas con frondosos árboles y hermosos parques.
La actual zona, que pretende ser residencial, era industrial, con grandes fábricas; en su lugar han construido decenas de edificios y centros comerciales, sin dejar sitio para un parque, ni ampliar las banquetas, ni abrir nuevos accesos. Esto ha generado una aberración urbana, que está convirtiendo el otrora tranquilo rumbo en una pesadilla vial.
Quizá lo único positivo que ha generado son dos museos: el Sumaya, del que ya escribimos, y el Jumex, que se inauguró en noviembre pasado.
El edificio de páneles de concreto y cantera blanca se desplanta sobre un terreno de forma triangular. Es una hermosa construcción que diseñó el arquitecto británico David Chipperfield, casi monolítica, que remata en la parte superior con unas formas que recuerdan los dientes de una sierra, que en realidad son unos originales tragaluces. El ingreso es por una terraza elevada, que conecta con la Plaza Carso.
El espacio principal de galería se ubica en los dos niveles superiores, que son espectaculares, con grandes alturas y una sutil iluminación natural. Ésta se logra a través de los tragaluces con filtros de luz, persianas ciegas y controles de luz ambiental. En los niveles inferiores se ubican los espacios sociales y comunitarios del programa y una tienda con libros de arte.
El museo alberga una fracción de la Colección Júmex, considerada por los especialistas la más importante de nuestro país en arte contemporáneo. La ha conformado a lo largo de varios años el principal accionista de la empresa Júmex, Eugenio López, quien resguarda el grueso de la colección en un museo adjunto a las instalaciones de la fábrica de jugos en Ecatepec, estado de México.
En el nuevo museo se acaba de inaugurar una extraordinaria exposición de Alexander Calder, artista estadunidense que modificó la manera de entender la escultura. Su sello más característico son sus afamados móviles y stábiles, que inicialmente realizó como juegos para sus hijos. Calder descubrió en ellos la manera de explorar elementos como la gravedad; sus móviles aparecen suspendidos, casi flotando y ésto es gracias a ese fenómeno tan importante en la escultura.
El resultado es fascinante: hay piezas de todos tamaños y colores, esculturas de alambre, móviles y stábiles, pinturas y maquetas. Se puede ver Sol rojo, la escultura al aire libre más grande elaborada por Calder, para ocupar la explanada del estadio Azteca. Son casi un centenar de obras que abarcan medio siglo de trabajo, desde 1927 a 1975.
El título de la exposicisón Calder: derechos de la danza, se tomó de una cita del escritor Juan García Ponce, quien en 1968 expresó que las piezas de Calder perpetuaban inesperadas formas de equilibrio, en las que siempre hay movimiento, no son piezas estáticas.
El director del museo, Patrick Charpenel, explica que al artista le interesaba que el espectador no tuviera una relación analítica con el arte, sino que el intercambio estuviera centrado en la emoción y la sensibilidad, siempre guiado por el movimiento.
Esta idea de la emoción la compartió Calder con su amigo Matias Goeritz, el arquitecto y escultor de origen alemán que se avecindó en México, en donde realizó una importante labor artística.
La curaduría la realizó Alexander S. C. Rower, nieto del artista, y la arquitecta mexicana Tatiana Bilbao organizó la muestra, inspirada en la idea de Goeritz de la arquitectura emocional
. Sin duda, la exposición causa emoción.
Para comentarla se antoja un sitio pequeño y acogedor en el verdadero Polanco: Oscar Wilde 9, es la dirección y nombre del restaurante que en sus escasas mesas, ofrece distinto menú cada semana de acuerdo a los productos de temporada. Comida siempre fresca y deliciosa.