Otra vez la falacia electoral
La ascensión de Morena
En ciernes el nuevo mapa político
or alguna de esas múltiples razones que nadie entiende, pero que todos repiten sin mayores argumentos, a últimas fechas se ha tratado de imponer la idea de que la izquierda llegará dividida a las próximas elecciones y que eso dañará, necesariamente, a los partidos de esa orientación ideológica.
El argumento también sirve para tratar de descalificar al partido que encabeza Andrés Manuel López Obrador, porque esa es una de las partes de la estrategia, pero es obvio: la situación requiere de la precisión de los datos duros para conseguir un acercamiento que permita claridad a los dichos.
Si los comentaristas aseguran que con el concurso de Morena en la contienda electoral habrá división en el voto, resulta prudente recordar que el PRD (si es que se le puede llamar de izquierda) desde siempre ha vivido las complicaciones que acarrea el frentismo, es decir, las complicaciones que se dan en una organización compuesta por varios grupos, no necesariamente de un solo signo político, que tienen sus propios intereses y sólo se unen bajo una bandera, un frente, para conseguir la fuerza que sus bases no le dan por sí solas, pero se logra cuando hay intereses comunes que defender.
Por eso es que desde siempre las guerras amarillas, intestinas, han creado, por un lado, grupos hegemónicos, y por otro propician la desaparición, el sometimiento o la sumisión de las unidades políticas más débiles, que no tienen más remedio que acceder a ese juego perverso que para bien o para mal mantiene el PRD.
Por ello resulta difícil hablar de la división del voto. Cada una de las tribus que forman ese partido juega en las urnas, y fuera de ellas el rol que más conviene a los intereses del jefe tribal. Por eso, por ejemplo, los chuchos pueden aliarse con la derecha sin mayor problema, mientras la tribu de René Bejarano se le tira al cuello al residente en Los Pinos.
Morena es un partido en acelerado proceso de consolidación. Sin haber participado en ninguna contienda política, ya cuenta con diputados federales, locales y hasta senadores. El supuesto es que la militancia de Morena está integrada por gente convencida del rumbo político que ha impreso Andrés Manuel López Obrador a esa organización, y cualquier desfase es considerado traición.
Ese movimiento ha logrado levantar muchas simpatías, principalmente en esta ciudad, pero eso no quiere decir que pueda ganar la elección, aunque será la segunda fuerza política en el Distrito Federal, por lo pronto.
Esa posición la obtendrá porque no hay trabajo político real del PRI y del PAN en las calles de esta capital. Su labor no va más allá de las acusaciones, las descalificaciones y las intrigas partidistas. Tanto en Morena como en el PRD se han refugiado azules y priístas hartos de la inmovilidad de las organizaciones de las que salieron, y con la esperanza de tener más acción en las que ahora han recurrido.
El asunto es que en esta elección, cuando menos, más que la tan teóricamente socorrida tesis de la división de votos en la izquierda, que siempre ha habido, se delinearán las nuevas fronteras del poder político en la capital de México. Ya veremos cómo quedan.
De pasadita
En el peor de los momentos políticos se abre la posibilidad de que la reforma política del Distrito Federal por fin se logre. Decimos que en el peor de los momentos porque en tiempos electorales nadie puede creer que ese posible éxito no tenga costos elevados para la ciudad de México.
Por ejemplo, ya sabemos que el PRI y el PAN dejaron de tener presencia en la ciudad y que lo más probable es que no alcancen ninguna delegación, muy pocas diputaciones locales y escasas federales, así que un acuerdo por la reforma política de la capital del país podría conseguir el milagro que ya nadie espera. ¡Aguas con eso!