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Disquero
Una obra de arte en un disco imprescindible
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Portada del disco
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Andrés Vega DelfínFoto Leopoldo Hernández
 
Periódico La Jornada
Sábado 25 de abril de 2015, p. a16

Una larga disquisición amorosa, generosa cátedra, uno de los discos más hermosos que se han grabado en mucho tiempo: Laguna Prieta. Vol. 1, de don Andrés Vega y su guitarra de son, editado por la disquera independiente Los Vega, es una obra de arte de esas que marcan un antes y un después. Un parteaguas en la cultura mexicana.

El escucha pierde la noción de espacio y tiempo. Flota, vuela, asciende frente a las catedrales sonoras que construye este patriarca del son jarocho, que aprendió de su padre el oficio más bello del mundo: el de músico y enseñó a fabricar belleza a sus hijos y a sus nietos y, como todo amor incondicional, esta magia es expansiva.

Don Andrés Vega Delfín (Boca de San Miguel, municipio de Tlacotalpan, 1931) recibió en 2012 el Premio Nacional de Artes por su labor como cultivador de una tradición compartida con los suyos. Con don Esteban Utrera Lucho (1920-2012) formó una dinastía de grandes músicos cuyo número llega al centenar, sumando las familias Vega y Utrera.

No es comparación con Bach, es sólo una metáfora

Cuando uno escucha una y otra vez el disco Laguna Prieta, de don Andrés Vega, resulta inevitable pensar en Johann Sebastian Bach y su Clave bien temperado, no por comparar a dos músicos incomparables, sino sencillamente porque la música de ambos produce sensaciones semejantes, estados de ánimo serenos, alegría y asombro. Ambos, Bach y Vega, proporcionan alegría, gozo, salud y tranquilidad de mente y alma al escucha.

El disco, construido en una decena de tracks, es en realidad, como El Clave Bien Temperado de Bach, una sola obra de larga duración, largo aliento, hondura de mente y pensamiento.

Don Andrés desliza sus hermosas manos toscas sobre las cuatro cuerdas, el mástil, puente y diapasón y entonces el mundo se vuelve más hermoso: escuchamos, en su serie interminable de invenciones musicales, el vuelo de las aves, el estrépito de una gota de rocío sobre una brizna de zacate, la magia de la neblina cuando se tiende sobre los cafetales, palos de mango, platanares. La música que hace don Andrés Vega es el misterio revelado, el fulgor del paisaje, el pulso de la vida.

La manera como presenta cada tema se parece a los círculos de un solo trazo que en el budismo zen representan la unidad, el vacío y el momento de la iluminación. Dibujos de un solo trazo como los de la última etapa de Picasso. Mejor: como la sonrisa de una mujer en el momento en que apenas mueve los labios, los entreabre: el umbral completo del nacimiento de su sonreír; jamás la carcajada, siempre el mohín, el dulce encanto de la insinuación.

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Andrés Vega y su guitarra de son, el pasado jueves, durante el homenaje que se rindió al músico en el Museo Nacional de Antropología, donde también fue presentado su disco Laguna PrietaFoto Manuel Curiel/ INAH

Los temas musicales que insinúa con trazos briosos don Andrés Vega son en realidad temas muy conocidos: El Balajú, La Bamba, El Pájaro Cú, El Toro Zacamandú, entre ellos. Pero así como Keith Jarrett, Branford Marsalis o cualquier maestro de la improvisación musical, don Andrés pone a sonar esos temas con muy pocas notas, las suficientes, y el resultado es de una belleza rotunda y plena, aquella la más verdadera: la belleza de la sencillez.

Además, con esas cuidadosas, amorosas construcciones musicales que va armando nuestro héroe a lo largo del disco, se demuestran las infinitas posibilidades de un instrumento musical: la guitarra de son.

Y digo guitarra de son (y vuelvo a decir morena) y siento que digo bas de viol: viola da gamba y la asociación de ideas es en realidad acumulación de sonidos, sentimientos, ideas, porque la bas de viol, vocablo que suena tan elegante y musical como el nombre hermoso de guitarra de son, comparte con el instrumento emblema del son jarocho, nobleza y sentido profundo:

La viola da gamba, que tuvo su era de esplendor entre los siglos XV y XVIII, es, al igual que la guitarra de son, un instrumento noble de madera que flota en el mar embravecido de las emociones, los sentimientos, las ideas. Ambos instrumentos armonizan el fluido de la energía que recorre el cuerpo humano. Sanan, curan.

La viola da gamba fue venerada por su capacidad de producir belleza y también por su capacidad de imitar la voz humana porque representa mejor lo natural. Así también la guitarra de son, que en el disco Laguna Prieta canta, siempre canta, merced a la magia de los dedos de campesino de don Andrés Vega.

Ah, y si Bach hizo música catedralicia desde la sencillez aparente y formó una familia muy numerosa de músicos, entonces don Andrés Vega es el Johann Sebastian Bach del son jarocho, porque también hace una música que es maravillosa e hizo una familia numerosa de grandes músicos: Los Vega.

El disco Laguna Prieta Vol. 1 es una joya auténtica, labrada a mano y con el corazón. Se consigue en la librería de La Jornada (avenida Cuauhtémoc 1236, entre Miguel Laurent y San Lorenzo, estaciones del Metro Parque de los Venados, Zapata y División del Norte).

¡Larga vida a don Andrés Vega, el Johann Sebastian Bach del son jarocho!

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