Menudita
e sorprendió ver en el mostrador de la pastelería a un hombre y no a la empleada que siempre me atiende. ¿Y la señora?
, pregunté asentando la charola de canapés junto a la báscula. ¿Cuál?
, me respondió Eloy, según leí en su gafete. La que siempre está aquí. ¿La cambiaron de turno o qué?
A lo mejor, pero no estoy seguro. Más bien creo que haya ido al curso de actualización con las demás compañeras. No las conozco a todas pero si me dice cómo se llama la empleada a la que busca...
Aclaré: No la busco. Lleva tiempo atendiéndome y ya me acostumbré a su estilo: es muy amable
. ¿Y yo no?
, reclamó Eloy en tono agrio. No hice aclaraciones y el hombre malinterpretó mi silencio: En junio cumpliré veinte años en la panificadora. Dígame si no sabré atender a la clientela. ¿Le pongo sus canapés en caja o en charola?
. En caja, por favor
.
Mi fría amabilidad le provocó a Eloy una sonrisa: De modo que no sabe el nombre de la empleada que la ha atendido durante... ¿cuánto tiempo me dijo?
No sé, meses, desde que vengo a aquí. Por cierto, yo nunca lo había visto
. Trabajo en la matriz, que está en Virreyes. Vine como suplente por dos o tres días. La próxima vez que usted venga encontrará al personal de siempre
. Me alegró saber que el vinagrillo iba a esfumarse. Eloy sacó un pliego de papel encerado y, sin mirarme, hizo una reflexión: “ Mi padre decía: la actividad del comerciante es muy noble, pero casi todos los clientes son ingratos: jamás te agradecen nada ni les importas, lo único que les interesa es que los sirvas”.
El injusto comentario, franca indirecta, me disgustó. Necesitaba los canapés para la mañana siguiente, de otro modo habría cedido al impulso de alejarme y así acabar con aquella situación absurda, pero me concreté a decir: Tengo prisa
. ¿Quién no?
, me atajó Eloy y se puso a distribuir los bocadillos en un contenedor de plástico. Al verme dispuesta a levantarlo me hizo una advertencia: Llévelo con cuidado para que no se le revuelvan los canapés
. Ya lo sé, no se preocupe, Eloy.
Mi afirmación lo remitió al principio de nuestro lamentable intercambio: ¿Todavía no recuerda el nombre de la empleada que la atiende siempre?
Negué con la cabeza. Por lo menos dígame cómo es, a lo mejor sí la conozco
. Respondí lo primero que se me vino a la cabeza: Menudita
y me dirigí a la caja.
II
Pude haber aportado otros detalles que le facilitaran a Eloy la identificación de mi empleada favorita, por ejemplo, que usa chongo, le faltan dientes, sus ojos siempre están abotagados, no se pone colorete ni maquillaje, pero en cambio sombrea sus párpados con tonos disco: azul rey, dorado, verde esmeralda, gris plata. Se ve que aplica el cosmético de prisa porque hay veces en que le llega hasta la sien.
Mientras no sepa su nombre llamaré Menudita a la dependienta de la pastelería. La primera vez que me atendió quedé anonadada ante sus párpados teñidos de rojo y cobre. Vi que no era la única sorprendida cuando escuché la burla inocente de su compañera: Amiga, pintada así, pareces conejo
. Pero estoy a la moda
, respondió Menudita, que luego me tomó por su aval: ¿Verdad que una mujer debe estar a la moda
. Le di la razón y le pregunté si no era difícil aplicarse dos sombras. No mucho, y eso que seguido nos falta la luz en su pobre casa.
Con expresión infantil, Menudita empezó a envolver los pastelitos y siguió hablando: No tener luz me atrasa, pero no tanto como la falta de agua. Cuando oigo que cae en el tinaco me levanto, aunque sea de madrugada, para llenar dos o tres cubetas antes de que mis vecinos se la acaben. Con el trajín espanto al sueño y en vez de regresar a la cama me doy mi bañadita y me arreglo para no llegar tarde aquí
.
Le pregunté a qué horas necesitaba presentarse en la pastelería. A las siete. Está bien, lo malo es que de su pobre casa hasta acá hago dos horas, o sea, que a las cuatro y cacho ya estoy en el paradero y abusada para que no vaya a sorprenderme una rata de dos patas
. Imaginar a Menudita arrostrando todas esas dificultades sin renunciar a su interés por los dictados de la moda me provocó admiración y respeto.
III
La siguiente vez que fui a la pastelería encontré a Menudita con un párpado vuelto un arco iris y el otro protegido con un esparadrapo. Antes de que le preguntara qué le había sucedido, me lo dijo: “Me caí. Por tonta, se me ocurrió salir a la azotehuela a oscuras y me tropecé con la tina donde blanqueo la ropa y por allá fui a dar. Con el ruidazo los perros se alborotaron, los vecinos se enfurecieron y cuando entré en la casa Paco me regañó porque, según él, nunca respeto su sueño. Le dije No fue a propósito: me caí. ¿Usté cree que se levantó a ver qué me había pasado? ¡No! Siguió durmiendo como un bebé”.
Menudita se aseguró de que nadie la oía y siguió informándome: Cuando llegué aquí con el ojo moro mis compañeras pensaron que mi viejo me había puesto una chinga. Les dije la verdad pero no me creyeron. Lo que sea de cada quien: Paco tiene su carácter y es flojillo pero no me salió pegalón
.
Me tranquilicé al saber que Menudita había recibido cuidados médicos: “En la farmacia el doctor Ricardo me puso este parche para que no se me infecte la heridita. Sigue hinchada y me duele; pero no me quejo: pudo haberme ido peor. Emma, por ejemplo, también se fue de boca sobre un lavabo. Le quedó una cicatriz bien fea en el mero cachete; en cambio a mí, sólo la hinchazón. Por eso siempre digo: ‘Dios te quiere, chaparrita, ¿qué más puedes pedir?’”
Gracias a nuestras breves conversaciones he ido conociendo la historia de Menudita; sus andanzas como vendedora de moldes, tortera, encargada del guardarropa en un salón de baile, cobradora en unos sanitarios, niñera, hasta que al fin llegó a la pastelería.
La variedad de tonos que usa Menudita en sus párpados cambia al ritmo de la moda y es tan amplia como las dificultades y retos que enfrenta a diario sin perder el optimismo, el amor a la vida y la sonrisa: auténtico milagro.