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Migración y racismo: ojo con la esencialización
E

uropa tuvo un papel central en la historia del capitalismo y por eso existe la tendencia a imaginar que el racismo es un monopolio de los blancos, que sólo ellos se sienten superiores, y que sólo ellos discriminan a los migrantes, oscuritos en su mayoría, de las repúblicas menos afortunadas del planeta. Este prejuicio es un derivado de la doble situación imaginaria de lo blanco: por una parte la asociación de Europa con la punta del desarrollo capitalista hizo de lo blanco moneda universal de la economía del prestigio; por otra parte, lo blanco es imaginado como el espacio del racismo por excelencia. Es desde lo blanco que nos imaginamos la discriminación, desde lo blanco que imaginamos el sometimiento universal y desde lo blanco que imaginamos el racismo.

Una de las consecuencias de este prejuicio –de esta idea de que sólo los blancos discriminan– es que tendemos a minimizar la importancia de otros racismos, y a verlos siempre como derivados de un racismo original, que sería, desde luego, un racismo blanco. Y al consolarnos con esta idea nos engañamos a nosotros mismos, y pensamos que el racismo es cosa de blancos, y que sus víctimas han de ser siempre gente de color. Para comenzar a problematizar esta idea habría que recordar que los irlandeses, cuyos descendientes forman hoy parte de aquella masa que en Estados Unidos se conoce como blanca, fueron discriminados como raza inferior en la Inglaterra de los tiempos de Dickens, justamente por ser migrantes y pobres. Es fácil transformar a cualquier grupo empobrecido de migrantes en una supuesta raza, para luego discriminarlos, perseguirlos o denigrarlos.

Y para los escépticos, para los que piensan que el racismo es una prerrogativa o defecto exclusivo de quienes descienden de Europa, está el ejemplo de Sudáfrica hoy.

Poca gente en el mundo ha sido tan discriminada como los negros en Sudáfrica. El apartheid fue un régimen racista total, íntegro, en que la discriminación se resentía en todas y cada una de las facetas de la vida laboral y residencial. El racismo permeaba las interacciones sociales de la sociedad entera, y estaba inscrito en su estructura jurídica e institucional. Sin embargo, esos padecimientos, todo ese sufrimiento, no han sido obstáculo para que hoy en Sudáfrica veamos verdaderos pogromos, realizados por la población zulú contra migrantes, usualmente también negros.

Es un problema que lleva ya varios años sin ser suficientemente atendido: la discriminación cotidiana contra migrantes de Zimbabue, Malawi, Mozambique y otras naciones vecinas. El mes pasado, el rey zulú Goodwill Zwelithini hizo un discurso en la ciudad de Durbán en que clamó que los extranjeros deben de hacer sus maletas e irse, y comparó a los migrantes con piojos y hormigas.

Encendidos por estas palabras, o al menos aprovechándolas, grupos de zulúes se movilizaron y mataron a siete migrantes, incendiaron negocios de extranjeros y pusieron barricadas en las calles de Durbán y de Johannesburgo. Alrededor de 5 mil migrantes huyeron despavoridos de Sudáfrica. Todo aquello pese a que, según muestra el periódico The Guardian, sólo 4 por ciento de la fuerza de trabajo en Sudáfrica proviene del extranjero (79 por ciento de los cuales son africanos). Por otra parte, la presencia de estos migrantes es perfectamente explicable, ya que Sudáfrica concentra 70 por ciento del producto interno bruto de la región. Además, los migrantes suelen hacer trabajos que la población local encuentra poco deseable, por arduos o mal pagados, como sucede en Estados Unidos, Canadá, Japón o Europa.

Pero nada de aquello obsta para que los nativos amenacen y discriminen cotidianamente a migrantes de Zimbabue, que son la minoría migratoria más importante, así como a los de Somalia, Mozambique, Malawi, Pakistán y Bangladesh, entre otros. El episodio de abril no fue el primer hecho violento y el asunto es ya tan conocido y tan delicado que han comenzado a darse reacciones antisudafricanas en otros países africanos. Luego de los hechos de abril, en Mozambique no faltó quien apedreara vehículos pertenecientes a sudafricanos, mientras que en Nigeria hubo amenazas contra compañías sudafricanas, que incluso cerraron sus instalaciones por unos días. La cuestión también ha pasado a afectar la política interior de Sudáfrica: el gobierno tuvo incluso que mandar el ejército para poner orden a Durbán y Johannesburgo y la cuestión de la discriminación ha sacudido la conciencia nacional y la esfera pública estas semanas.

En fin… sirva este ejemplo de racismo por quienes habían sido hasta hace muy poco tiempo ellos mismos discriminados, para darnos cuenta de que el racismo es un tipo de pensamiento tan insidioso que a veces nos lleva incluso a esencializar al propio racista, e imaginar que siempre y por fuerza ha de ser eurodescendiente. Importa entender que el racismo tiene otras raíces, porque cualquier país que recibe migrantes pobres que buscan trabajo es vulnerable a que haya políticos que capitalicen el rencor social y lo transformen en encono contra el extranjero. Usualmente es fácil deshumanizar al extranjero y compararlo con piojos, chinches u hormigas, como hizo el rey Zwelithini en su discurso. Por eso vale la pena recalcar que el racismo contra el migrante es un recurso político fácil para el político oportunista y que está disponible en toda sociedad que recibe migrantes.

Ahora que se ha transformado en lugar de paso de la gran migración centroamericana, cabe recordar que México es también vulnerable a esta clase de expresión. El hecho de que tantos mexicanos hayan sido víctimas de la discriminación en Estados Unidos no vacuna al país en contra del racismo. El racismo no es monopolio de nadie y es un peligro dondequiera.