l Partido Conservador arrasó en las recientes elecciones en Gran Bretaña. El resultado superó por mucho las expectativas del partido y rebasó ampliamente los márgenes de las encuestas que preveían un cerrado voto con el Partido Laborista. Los comicios redefinen el panorama político de ese país no sólo por la abultada votación para los conservadores, sino por la manera en que adelantó el Partido Nacional Escocés. El perdedor claro fue el laborismo.
Esta elección se inserta de lleno en la gestión de la crisis financiera desde 2008. Los laboristas perdieron el gobierno en 2010, cuando Cameron ganó la elección a Gordon Brown. Desde entonces se aplica una rígida política de ajuste económico, marcada por la austeridad fiscal. Mucho se ha debatido sobre el carácter de esa política en Gran Bretaña y su fuerte impacto negativo en términos sociales en un entorno general en el que ha ido creciendo la desigualdad.
Pero, lejos de castigar a los conservadores, los electores los premiaron, y con creces. En la elección del pasado 7 de mayo les dieron mayoría absoluta para gobernar. Ni ellos lo esperaban. Los escoceses se llevaron 56 de los 59 puestos que le corresponden a ese país en el Parlamento, y literalmente pasaron encima de los candidatos laboristas. Ese partido tuvo su peor resultado electoral en décadas. Los liberales mostraron que son totalmente prescindibles y se acabó la coalición que gobernó hasta ahora. El partido antieuropeo de desfondó y ni siquiera pudo relegir a su líder nacional en su distrito.
Los indicadores oficiales más recientes muestran que hay recuperación de la actividad económica y renovada creación de empleos, aunque aún en un entorno de alta desocupación. Pero la cuestión que parece relevante es cómo se procesan en general, socialmente, las crisis económicas, como la que se extiende ya por más de seis años y con un alto costo por la merma de los servicios públicos. En particular, cómo procesan las crisis los electores. De modo más amplio debe plantearse el asunto de la manera en que se internaliza hoy social y políticamente, aun en términos nacionalistas, el sistema capitalista tal como es, global, concentrador y desigual. Este es un tema del pensamiento político, pero tiene también un sentido eminentemente pragmático.
El mandato que ha recibido Cameron revalida sus políticas públicas y sienta el camino para reforzar la austeridad hasta conseguir el ajuste fiscal planteado desde el lado más convencional por la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI. Es un proceso que, por ahora, no tiene un horizonte previsible de terminación y menos aún se prevé cómo seguirá una vez mermado en papel del Estado. La crítica académica liberal y de izquierdas, aun de ciertos círculos políticos, respecto de la austeridad impuesta en Europa, no tuvo en Gran Bretaña un eco electoral. Es éste un punto sobre el que vale la pena pensar detenidamente.
Cameron tiene el paso abierto para insistir en sus políticas. De manera inmediata confirmó a George Osborne, principal promotor y ejecutor del ajuste y la austeridad, como ministro de Finanzas. Ahora tendrá que gestionar las discrepancias en su partido sin una capacidad efectiva de confrontación por los partidos de la oposición.
Prometió durante la campaña hacer un referendo antes de finales de 2017 sobre la permanencia de su país en la Unión Europa, pero hasta en eso tiene más capacidad de maniobra ante el fracaso del partido independentista (Ukip), que promovía la salida de la unión. En términos de la relación con Escocia, donde logró (junto con los laboristas) evitar la secesión hace unos meses, tendrá que ampliar las medidas de gestión a escala local con la devolución de poderes al gobierno regional. El Partido Nacional Escoces, sin duda, es un ganador neto en estos comicios.
Así que habrá que reflexionar sobre lo que quieren los electores, cómo asimilan los efectos de las políticas públicas en un escenario de austeridad de largo plazo y, en ese mismo sentido, cómo consideran su situación, expectativas económicas y condiciones de su patrimonio. El caso británico es una muestra relevante que repercute en la zona euro y la preminencia alemana.
Esta elección realmente desata muchos cuestionamientos. En España, los populares inmediatamente se asimilaron a la experiencia de Cameron y reivindican sus políticas de ajuste y gestión de la crisis. Piensan que en los comicios de noviembre podrán salir adelante. Para los independentistas catalanes, la experiencia de Gran Bretaña es igualmente significativa.
El cuestionamiento más fuerte es, indudablemente, para la izquierda, que, representada por el caso de los laboristas, muestra gran incapacidad para presentar un frente alternativo de gestión de la economía y de promoción de los intereses y necesidades de aquellos a quienes representa. Es más, no es claro ya a quiénes representa y si su visión de la sociedad tiene algún anclaje político y cierta efectividad. Apenas pasada la elección renunció el secretario Miliband y ahora el partido se plantea abiertamente un regreso a la tercera vía de Tony Blair, que se mantuvo en el poder por una década. Una izquierda cada vez más al centro, donde irremediablemente se parece más a la derecha.