La propuesta para anular los votos
Causales para revocar la elección
sta columneta es la inmediata anterior al domingo 7 de junio, fecha en que habrá elecciones. Por eso, como en los matrimonios, acepto: lo que tengo que decir, o lo digo ahora o me remorderá para siempre.
Como suele suceder en estas fechas, ha surgido con intensidad variable, en diversos rumbos del país, una corriente de opinión que promueve la opción de la abstención absoluta en la emisión del sufragio, o que sugiere llenar ésta con reclamos, exigencias, rechazos e injurias de diversos calibres. La mejor propuesta me pareció la que invita a los ciudadanos votar por sí mismos. Se trata de una buena puntada, pero además de una afortunada estrategia: a todo mundo le atrae la idea de dejar su nombre en una cédula y, con una selfie, presumir su candidatura. Que yo recuerde, hay espacio en la boleta específicamente reservado para candidatos no registrados. Luego entonces, ese renglón, que ya viene impreso, otorga al ciudadano una prerrogativa constitucional que está por encima de cualquier otra reglamentación, la de ser votado. Un sufragio que se emita de tal manera debe ser considerado efectivo. Y ese es el objetivo que debemos buscar: mayor número de votos efectivos, porque entre más alta sea la votación captada más se dificulta a los engendros de partidos que medran a nuestras costillas (y otros rumbos de la personal geografía) conseguir la cuota de 3 por ciento en las elecciones, que les permite mantener viva la patente de corso
que legaliza la expoliación de que hacen víctima a la hacienda pública.
He leído gran número de convocatorias que promueven la abstención o la anulación premeditada. La mayoría de los promotores de ellas son ciudadanos merecedores de mi respeto y positiva consideración. Comparto la mayoría de sus razones y sentimientos: desconfianza, indignación, frustración y justa cólera. Y también su ánimo y decisión de no caer en el importamadrismo. Aun la abstención, si es producto de un razonamiento honesto, por equívoco que sea, y más aún la anulación, que ya implica movimiento y participación, expresan la existencia de conocimientos básicos del proceso electoral y de la importancia que éste tiene en la vida cotidiana de la comunidad. Eso significa que cada uno de esos ciudadanos tiene preocupación, interés y asume una postura protestataria frente a lo que considera indebido, aunque a mí y a muchos (afortunadamente muchísimos) nos parezca la más naif, ingenua y contraproducente de las estrategias: se trata de una tendencia patológica a poner más mejillas de las que se dispone, o como suele decirse más allá del pavimento: a tu burro, darle palos.
No creo que sea ya el momento de intentar debatir sobre las conveniencias de anular, votar o dejar de hacerlo. Pero sí me preocupa que a gente de buena fe y probada honorabilidad, y en algunos casos de innegables entendederas, en esta ocasión le haya ganado la justa indignación y que su hígado haya puesto fuera de servicio sus funciones cerebrales.
Tengo algunas opiniones personales sobre el asunto en comento (así dicen los abogados), pero aterrorizado siempre por el espacio prefiero dejarlas para el final, si es que caben, y hacer ahora una aclaración absolutamente incontrovertible: se trata de lo que la ley establece, determina, ordena.
Por lo que he leído y conversado, dos de los objetivos más reiterados por anulistas y abstencionistas son: expresar su protesta, inconformidad, exigencia de cambio de las condiciones que caracterizan a la sociedad mexicana en los más diversos órdenes. Ellos quieren convertir su silencio en estruendo. Personalmente, hace mucho dejé de creer que los ayes, las quejumbres, el lloro y crujir de dientes
(Lucas 13:28. Mateo 13:50) le hacen un mínimo daño a la trompa de Eustachius de los bellacos, los malandrines o los propios verdugos. Mil quejidos y pataletas valen menos que un mandoble o un trompón bien dirigido, contra quienes corroen el sistema de partidos (no de mafias, famiglias o pandillas de la delincuencia organizada), que fortalece un sistema democrático de gobierno. Hasta yo, que jamás aprendí la tabla del siete, entiendo que 3 por ciento de 100 es más fácil de conseguir que 3 por ciento de mil. Si quienes promueven abatir la emisión del voto consiguen un gran abstencionismo o una cantidad inmensa de votos nulos, ¿en qué se traduce esto en la realpolitik de todos los días? Las decisiones que tomen los ganadores de una elección, aunque sea con repoquitos votos, se impondrá a las opiniones de una inmensa mayoría de enfurruñados que prefirieron descansar una mañana dominical y no levantarse a votar, y la de otros que prefirieron escribir en un papelito, de manera anónima, unas osadas palabras que no conocerán sino 20 ciudadanos en cada casilla. ¿Cuesta trabajo entender que un solo sufragio efectivo mata mil votos voluntariamente o por torpeza invalidados? Las flamígeras ideas que no fueron expuestas a tiempo: garrapateadas en una pared, impresas y repartidas en un volante o gritadas en un mitin relámpago son tan ineficaces como la píldora del día siguiente, pero deglutida tres meses post. Un grafiti ingenioso, mal escrito pero a tiempo, vale más que mil boletas en las que se escriban demoledores pensamientos de Maurice Duverger o Thomas Piketty que, como los mensajes de Misión imposible, se autodestruyen al momento de ser leídos. Además de los miembros de una casilla, ¿quién más se va enterar de las consignas que anularon ese sufragio?
El argumento de la legitimidad es tan hermoso, tierno y candoroso que me conmueve. ¿En qué mundo piensan que viven estas mujeres y hombres de virtud? ¿En sus cabezas cabe, en verdad, que los malos le temen a los maleficios y los hechizos, a las maldiciones y predicciones apocalípticas que les acaecerán por su perverso comportamiento? ¡Qué horror! Durante los años que ejerceremos a nuestro arbitrio todo el poder no vamos a poder dormir porque, ¡oh dioses!, carecemos de legitimidad. Menos mal que a cambio tenemos el control de la administración pública, del erario, el mando de las fuerzas armadas, el control de los medios de comunicación masiva, el reconocimiento internacional, pero… como a Pinochet en Chile, seguramente la ilegitimidad nos ensombrecerá la vida por los próximos 17 años. Me dicen que Sony lanzó un juego para su última consola de Play Station, en la que se enfrentan 100 legitimados perdidosos vs un ilegítimo ganón. El juego fracasó, porque el resultado era siempre el mismo.
A estas alturas, seis días antes de la elección, con dolor de mi rollero corazón, renuncio a entrar en consideraciones morales que, por otra parte, ni green card tienen dentro de este proceso. Dedico los últimos renglones a recordar hechos, datos duros, causales concretas, que de objetivarse producen consecuencias en el mundo real, no en el mágico de los buenos deseos.
Las causales que pueden implicar la nulidad de una casilla están descritas en el artículo 75 de la Ley General del Sistema de Medios e Impugnación en Materia Electoral. Las resumo. Instalar la casilla o realizar escrutinio y cómputo en un lugar indebido (A y C). Entregar los expedientes electorales fuera de los plazos señalados. Recibir la votación en fecha diferente a la de la elección (B y D). Recibir la votación, personas u órganos no facultados para ello (E). Dolo o error, determinantes, en la computación (F). Permitir votar sin la imprescindible acreditación o inscripción en la lista nominal de electores, salvo casos permitidos (G). Impedir acceso a los representantes partidarios o el ejercicio del voto a los ciudadanos (H). Ejercicio de violencia física sobre electores o miembros de la casilla (I). Impedir el derecho de voto (J). Irregularidades graves acreditadas que afecten los resultados de la votación.
¿Y los votos nulos? Pues igual que los no emitidos: son inexistentes. Un sufragio efectivo cuenta más que 100 nulos, o, más bien dicho, el efectivo es el único que cuenta. Es absolutamente falso que determinado número de votos nulos, cualquiera que éste sea, nulifique una casilla, o que una mayoría de casillas con sufragios anulados cancelen la elección de diputados (en un distrito) o de senadores (en un estado). Muchos de los opinantes confunden esta elección con la presidencial y los comprendo: no todos tienen a su Alcocer particular para consultar.
Una última consideración: votar es, por supuesto, un derecho. Pero también, como la patria potestad, una obligación. Ésta, por todo lo que implica para otros seres humanos, los hijos, es intransferible e irrenunciable. La patria potestad no puede ser extinguida por la propia voluntad privada. En ella no existe ni funciona el principio de la autonomía de la voluntad.
Digo: como la patria potestad, la renuncia al sufragio es un desacato constitucional, y me atrevo a agregar: también una absoluta sinrazón.