Los montañistas pocas veces les dan crédito a quienes los guían
Bonilla y López impartirán una clínica en el Iztaccíhuatl para recabar fondos
Viernes 5 de junio de 2015, p. a15
Hace más de medio siglo, el neozelandés Edmund Hillary fue el primer hombre que conquistó la cima del Everest. No llegó solo. Lo acompañaba el sherpa Tenzing Norgay, un porteador sin el cual no habría logrado la hazaña. La gloria de aquella cumbre fue toda para Hillary.
Los porteadores son quienes cargan el equipo de los montañistas que buscan coronar las cimas. El éxito de una expedición se debe en gran parte al apoyo de estos asistentes de montaña, relatan Badía Bonilla y Mauricio López, una pareja de mexicanos que ha conquistado ocho cimas de más de 8 mil metros.
Los sherpas llevan a cuestas cargas de hasta 30 kilos como tiendas, bolsas de dormir, cuerdas, comida, estufas, tanques de oxígeno y equipo de cómputo, entre otros objetos. Ascienden miles de metros por laderas pedregosas, avanzan en fila a paso lento por caminos de nieve y hielo. Sin embargo, la coronación de la cumbre se adjudica al alpinista.
Los montañistas no dan reconocimiento a sus porteadores. En las expediciones de grandes presupuestos uno los ve en fila, cargados como si fueran burros
, reclama Bonilla.
Los sherpas son los ayudantes con con mayor celebridad en la práctica de este deporte. Habitan en las montañas de Nepal, cuyas villas están a más de 2 mil metros de altura, y su familiaridad con las cimas y la disposición de carácter dulce y servicial los ha convertido en los porteadores más solicitados por los expedicionarios, que buscan los llamados ochomiles.
Mejoran sus condiciones de vida
Para ellos, esta práctica se ha convertido en un oficio que les permite reactivar su economía doméstica y mejorar sus condiciones de vida.
Las temporadas de ascenso que comprenden de marzo a mayo y de septiembre a noviembre –narran Badía y Mauricio–, representan la posibilidad de contar con los únicos ingresos de todo el año.
Un porteador puede ganar anualmente mil dólares, si sólo apoyó expediciones modestas, o sumar 7 mil si participó en ascensos más ambiciosos. Esto último significa una percepción importante para una región sumida en la pobreza y cuya principal actividad es la agricultura.
Bonilla y López cuentan que algunos sherpas apenas bajan de la cima, vuelven a tomar sus instrumentos de cultivo, a cuidar a sus animales, gallinas o yaks.
Fura Dorje es un porteador de 48 años a quien el matrimonio mexicano le debe cinco cumbres. Junto a él han alcanzado el Sisha Pangma –en dos ocasiones–, el Everest, Lhotse y Makalu.
Además de conquistar las alturas, Badía y Mauricio pudieron conocer y entablar amistad con los habitantes de las regiones montañosas de los Himalaya.
El sherpa, además de porteador, es un puente entre el montañista y la cultura local, experiencia fundamental en una expedición.
Dorje ya no sube ochomiles, los retos de todo montañista profesional. Bonilla sospecha que se debe a que su familia ya no quiere que corra peligro en las alturas.
Después de una vida dedicada a conquistar cumbres sin cubrirse de gloria, este sherpa montó una pequeña compañía de senderismo, actividad que deja menos ganancias, pero no pone en riesgo la vida.
En los terremotos de abril y mayo pasados el porteador perdió su hogar en las faldas del Himalaya y su casa en Katmandú sufrió daños. La furia de aquellos sismos y la vulnerabilidad de las construcciones, levantadas algunas con piedras y otras con ladrillos reciclados, dejó un paisaje de devastación.
Surendra, otro sherpa que ha apoyado los ascensos de la pareja de montañistas, fue arrollado por una avalancha provocada por uno de esos terremotos y sobrevivió de milagro.
El 20 de junio Bonilla y López impartirán una clínica en el Iztaccíhuatl, dirigida a todos aquellos que quieran vivir la experiencia de la montaña sin necesidad de experiencias previas. El costo del curso será de mil 800 pesos.
El dinero que se reúna será para apoyar a algunos de los sherpas que la pareja ha conocido en las expediciones y que ahora enfrentan momentos difíciles. Es una forma de agradecimiento a esos hombres y mujeres sin los cuales un montañista no tocaría el cielo.