ues sí, parece que sí, como todo va tan bien, sí queremos más de lo mismo. Salvo quizá Nuevo León ( El Bronco), Michoacán (PRD) y tal vez Baja California Sur o San Luis Potosí (PAN), las elecciones de los demás estados y las diputaciones federales parece que favorecerán al PRI.
El hecho es tan contradictorio con la realidad que no conozco a quien se atreva a ofrecer una explicación. Más contradictorio cuando hace una semana Peña Nieto canceló un horizonte promisorio a nuestra niñez y juventud al revocar la evaluación de maestros, el eje de su reforma educativa, y con ello su gobierno entró en liquidación anticipada.
En México no hay persona ni rincón con quien o donde no se hable mal del gobierno, y en especial del presidente Peña. Es una condición general, hay aversión, indignación, frustración, acentuadas con su ataque a la educación, y sin embargo parece que el PRI con sus impúdicos asociados tendrán mayoría en la Cámara de Diputados.
Así se cumpliría aquel anhelo del entonces candidato Peña Nieto que hacía pública su aspiración de que se estableciera por el Congreso una cláusula de gobernabilidad. Esto es, la cláusula propuesta por Peña Nieto suponía que con cierto porcentaje de votación se le diera una sobrerrepresentación al partido ganador, asegurándole artificialmente una conveniente mayoría absoluta en el Congreso (50 por ciento más uno).
De esta forma, apostando a que su partido ganaría la Presidencia y mayoría absoluta en el Congreso, Peña Nieto pretendía liquidar el gobierno dividido y de paso el principio de la mayoría democrática. Hoy parece que se hará realidad tan antidemocrático deseo. Tan absurdo es como fue la inserción en 1986 de la cláusula en el artículo 54 constitucional y su abolición en 1993 ante su evidente carácter autocrático.
Este será tal vez el efecto mayor de querer más de lo mismo por parte de los electores. Si ya hemos visto barbaridades con un Congreso dividido, ¡qué nos esperará! Sobre todo ante la grave conmoción social y un acaloramiento criminal, a un paso de un terrorismo vernáculo, que estamos padeciendo.
Una relativa semejanza histórica nos recuerda que en mayo de 1958 Francia enfrentaba una gran inestabilidad política y la amenaza de una guerra civil que incluía la posibilidad de una rebelión militar, debida a la crisis de gobierno generada por la guerra independentista de Argelia.
Charles de Gaulle, ya en retiro, fue llamado por el presidente René Coty para que como primer ministro integrara un nuevo gobierno. Llamó a De Gaulle el más ilustre de los franceses. La Asamblea Nacional le otorgó el poder de gobernar durante seis meses mediante decretos y para impulsar una nueva Constitución.
La nueva carta que creaba una presidencia muy vigorosa fue aprobada con amplia mayoría de 79 por ciento y en diciembre de ese año De Gaulle fue elegido presidente de la recién creada Quinta República. Una nueva visión de gobierno, fuerte, con nuevas metas y nuevos métodos que hoy son todavía vigentes, pero ese presidente era De Gaulle.
¿Cómo amanecerá México el 8 de junio, a escasos tres días de este viernes? Se habría logrado un cambio sustantivo en la distribución de poderes. El Ejecutivo emergería con tal fuerza política de base que no existía desde 1997, el temor es cómo la utilizará. ¿Cómo enfrentará el odio social que ha avivado?
Se crearía la ocasión de fundar un nuevo gobierno. De manera condicional el adjetivo de nuevo demandaría de una visión democrática, creativa, generosa y honesta del compromiso de gobernar. He ahí la incógnita, pues parece que no iremos por ahí.
La frase Estado fallido
se percibe frecuentemente referida a México. Sus usuarios la emplean dolosamente, sólo como expediente retórico, la creen impactante e ilustrada, útil para alcanzar notoriedad. En todo caso podría hablarse de gobierno fallido
, y eso en los dos años y meses transcurridos, y hoy en particular, ese nominativo está plenamente acreditado.
Con un gobierno ineficaz hemos hipotecado nuestro futuro. Ese sí, el del Estado nacional. Hemos vuelto confuso su presente y oscuro su futuro. Pareciera que el gran acuerdo para existir y progresar está en agonía. Sus proyectos y sus obstáculos, sus pesos y contrapesos, han perdido el equilibrio.
Reina en todo campo la decepción, la frustración, el enojo. Nadie apostaría a nada. El gran acuerdo nacional se ha tornado inmanejable o, peor, se extingue a cada momento. Ese sistema imperfecto que fue el recurso para cohesionar a todas las fuerzas nacionales.
Los factores de su extinción son la quiebra del estado de derecho, el absolutismo, la pérdida del sentido de nosotros
, la rampante corrupción, la impunidad, y de ellos, todas sus adversas consecuencias como una juventud con sólo pobres ilusiones.
Pero quizá amanezcamos el lunes 8 con un país incendiado y un gobierno incapaz de regresarlo a la tranquilidad.