a discusión entre el gobierno griego y los responsables de las políticas de austeridad en Europa resume los dilemas de la humanidad en el nuevo siglo. De un lado de la mesa la defensa en contra de la masacre humanitaria, que ha sido impuesta al pueblo griego –especialmente a sus sectores más frágiles: los más pobres, los ancianos, los niños, las mujeres–, del otro, los que responden por los dictámenes del mercado.
Ya van décadas de que se ha impuesto la centralidad del mercado. Se volvió al culto de que la mano invisible de la ley de la oferta y la demanda debiera decidir los destinos de la humanidad.
Ese genial engendro liberal sirve de pretexto para que las personas renuncien a conducir el destino de la humanidad. Bastaría que cada uno buscara satisfacer sus necesidades individuales para que, como por arte de magia, se generara no sólo progreso, sino también una adecuada y justa distribución de la riqueza.
Ese cuento de hadas, que ya había conducido la humanidad a su peor crisis económica en 1929, volvió como por arte de magia para reordenar un mundo desviado por intervenciones estatales, derechos, soberanía. La lógica de los mercados sobre las necesidades de las personas –esto es lo que está en juego en las negociaciones entre el gobierno griego y los que hablan en nombre de la troika.
¿Puede la humanidad asistir pasivamente a esas negociaciones en que el poder del dinero pretende imponerse sobre lo que el pueblo griego –además de todo lo que ya ha sufrido– necesita? ¿Hasta cuándo algunos gobiernos seguirán pretendiendo hablar en nombre de la humanidad mientras buscan imponer los intereses del capital especulativo sobre 99 por ciento de la gente?
Sin embargo, los medios de comunicación intentan hacerla aparecer como contraposición entre la racionalidad económica y el despilfarro de la gente. Los de la austeridad hablan como si representaran un modelo de éxito, que ha sacado a sus países de la recesión, con menos pobreza, menos exclusión social, con gobiernos que disfrutan de gran apoyo popular.
Sin embargo, no logran sacar una de las regiones más ricas del mundo –Europa– de una crisis profunda y prolongada con sus recetas de austeridad y más austeridad. Mientras gobiernos de América Latina, después de sufrir la crisis de la deuda, dictaduras militares y los más radicales gobiernos neoliberales logran retomar el crecimiento económico, disminuir las desigualdades y conquistar estabilidad política. Es, desde ese punto de vista, que Grecia resiste a las ofensivas depredadoras del capital especulativo.
Lo que Grecia y todos los países en crisis necesitan no es más austeridad, sino un acuerdo nacional para retomar el desarrollo, con generación de empleo y distribución de renta. Para ello no tiene que mirar hacia Berlín, sino hacia América Latina.
Para acabar con el califato del mercado, antes que éste termine con lo que Europa construyó mejor: su Estado de bienestar social.