¿Quién postulará a Mancera para 2018?
La huella priísta
Servicios de taxis, bomba de tiempo
lgo que aún no tenemos claro pasa por la visión futura del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, y levanta una pregunta: ¿quién lo lanzaría como candidato a la Presidencia de la República?
Esto porque el partido que lo postuló a la jefatura de Gobierno no puede ser el mismo que lo lleve a una eventual candidatura a la Presidencia de la República; sería algo así como un suicidio político. El PRD ya no es una fuerza que pueda garantizar una buena contienda en términos electorales, eso está más que visto.
El proyecto, no lo dudamos, en algún momento fue llevar a Mancera a la candidatura a la Presidencia de la República por parte de los amarillos. Mancera cumpliría con los requisitos necesarios para construir una oferta atractiva para mucha gente, pero ahora el PRD significaría un lastre, un punto negativo para quien en estos momentos gobierna el Distrito Federal.
Por eso decimos que algo trae entre manos el jefe de Gobierno. No podemos olvidar que Miguel Ángel Mancera es un político sin apellido; es decir, no pertenece a ninguno de los partidos políticos con registro. Que lo postulara el PRD no significó, en ningún momento, al parecer, que se uniera a la organización partidista, y no se puede decir que se haya ladeado hacia los amarillos, porque entonces, en plena justicia, tendríamos que decir que son más constantes y contundentes sus apariciones en el entorno del priísmo de Peña Nieto, y resulta muy difícil pensar en un Mancera priísta.
Sería absurdo, y me parece que ya lo hemos expresado aquí, porque no parece práctico, ni político tampoco, que se pretenda seguir el camino fallido de la presidencia priísta, que cada vez resulta menos exitosa, según dicen las encuestas. No obstante, parecería que Mancera sigue las huellas de Peña Nieto, aunque el trazo de esa camino no le resulte una fórmula para conseguir adeptos políticos, cuando menos en la capital.
Pero tampoco se puede decir que Mancera busque afinidades con el PRI, o con cualquier otro organismo partidista. Su lugar, fuera del cobijo de las organizaciones políticas, de cualquier color, lo convierte, eso sí, en un prospecto de alguno de los partidos, o de varios, que contenderán por la Presidencia de la República, porque le debe quedar claro que con el sol azteca nada más no va a ningún lado.
Entonces seguramente alguien se acercó a Mancera para endulzarle el oído, y sin hacerle mirar en serio la debacle perredista, le ha puesto flores a su horizonte, para evitar que la realidad le estropee los deseos, pero el camino de su triunfo ha sido por la izquierda, mientras sus tropiezos se pueden señalar en las acciones calificadas de derecha, que sólo le han servido para restarle puntos de aprobación de la gente, aunque el discurso oficial diga que se hace lo que la gente quiere y necesita. Las elecciones nos dijeron que esa píldora ya no pasa por la garganta del los citadinos, como tampoco eso de que los cambios son para mejorar.
Por eso decimos que algo trae entre manos el jefe de Gobierno. Si el camino del PRD es el camino del fracaso, ¿qué opción le queda a Mancera? ¿Qué nos ha tratado de decir?
De pasadita
Otra bomba que no tarda en estallar es la del servicio de taxis. Por lo pronto los taxistas comunes, los del auto con taxímetro, están lejos de ponerse de acuerdo con el gobierno de la ciudad y al grito de ¡Todos somos Uber! dejar de pagar impuestos y construir sus propias empresas. Nada mal para ellos si ponen limpios sus autos, si sus conductores son amables, y si ajustan, en realidad, todos los problemas que tiene ese servicio.
Es necesario ponerlo en perspectiva. Hoy en la ciudad hay 130 mil taxis, y de 15 mil a 17 ilegales o piratas. Los taxis legales, por decirles de algún modo, dan empleo a 325 mil personas que realizan dos millones de viajes por día, y lo que pagan en impuestos, y lo que generan para la industria automotriz, es de mayor importancia. Si el gobierno de Miguel Ángel Mancera está dispuesto a perder, además de los impuestos que genera el servicio de taxis, el control político que se tiene sobre los llamados trabajadores del volante, pues sí, que todos sean Uber. Ni modo.