onstruir un castillo de naipes rumbo a la sucesión ha sido regla ineludible para cada presidente de la República. Cada uno ha querido retrasar la especulación, y más la nominación del candidato, atinadamente llamada destape. Ha sido el máximo signo de autoritarismo de aquella dictadura perfecta desde la nominación de Elías Calles por Obregón en 1924.
Significa el último canto del cisne, el suyo. La cultura popular sostiene que, justo antes de morir, este animal emite un canto melodioso como anuncio de su propia muerte; irremediablemente así lo sufren los presidentes mexicanos.
El castillo de naipes se integra con tantas cartas como fuera posible, aun sabiendo que muchas de ellas son simuladas, sólo relleno, y algunas hasta grotescas. Desde el primer momento, en lo íntimo del presidente hay una inclinación por alguno de los miembros del castillo, pero sabe bien que eventualmente, dados los acaloramientos de fin de sexenio, podría no tener suficiente fortaleza para dominar su sucesión tan bien como quisiera, o su predilecto súbitamente incapacitarse. El caso Colosio es ejemplar: el método falló, no estaba calculada la necesidad de su remplazo.
De los desvelos presidenciales de esos meses brotan dos condicionantes egoístas, aunque legítimas, del gran elector: que el elegido continúe la línea de gobierno seguida hasta el momento y que no signifique una amenaza para su seguridad personal y la de algunos de sus colaboradores preferidos.
López Portillo alardeaba cínicamente de su disyuntiva: Sería Miguel de la Madrid si hubiera problemas económicos o García Paniagua si lo fueran políticos
. ¡Así de simple era su solución monárquica al problema! ¡La dictadura perfecta en su cumbre! ¡Yo heredo el país a quien quiera!
De la Madrid, más elaborado, placeó a seis distinguidos priístas, según él. Llegó al desenfado de presentar uno por uno ante la tribuna del Congreso para exponer sus respectivos proyectos de gobierno. Eran Aguirre, Bartlett, Del Mazo, García Ramírez, González Avelar y Salinas de Gortari.
Aun así, un presidente no maneja libremente los tiempos; se pueden interponer las circunstancias, las presiones políticas y las travesuras encubiertas de los precandidatos, que se les supone muy disciplinados pero hacen su tarea. Algunos esperan que un grave imprevisto o resbalón presidencial los lance de manera natural a la arena.
El presidente manda mensajes perturbadores a sus delfines: los privilegia abiertamente en el trato, los zarandea públicamente, los aplaca, simula preferirlos, les da comisiones especiales, cambia sus focos de aparente predilección, lanza cortinas de humo.
Ejemplo: un mensaje del presidente Echeverría transmitido en vivo desde Alejandría, Egipto, a un congreso internacional de maestros en Acapulco, ¡presidido por el secretario de la Presidencia, Hugo Cervantes del Río!
A Peña Nieto se le adelantó la cigüeña al menos por cuatro razones: 1) el país se le fue de las manos haciendo difícil y peligroso el proceso sucesorio; 2) una de sus cartas más fuertes, casi evidente, Videgaray, se inmoló él mismo, por lo tanto hubo que mandarlo a mantenimiento correctivo; 3) su grupo íntimo, gabinete o no, es alarmantemente mediocre, y 4) la ciudadanía independiente ha surgido como vigoroso actor comicial. Las cuatro razones actúan contra el tiempo.
No puede jugar con él ni tampoco puede dejar de inventar nuevos precandidatos. ¿Calzada Rovirosa, Luis Miranda, Aurelio Nuño, algún súper tapado? Y si hubiera lugar a bromas serían César Camacho, Chuayffet, Velasco Coello (el bienamado) o Videgaray reciclado.
Hubo razones previas que precipitaron el desvanecimiento del poder soñado. Lamentables conductas personales que hubieran sido cargas de demolición para cualquier imperio: corrupción, impunidad, ineficacia. Nadie las podría resistir. Para más, los efectos de este adelanto al reloj prelectoral expandirán el desorden de gobierno que es evidente.
El debilitamiento presidencial, clásico e indiscutible de los últimos meses, en el caso de Peña Nieto es ya imparable: vive frente a un alud de descrédito. Algunos pre-precandidatos trabajan abiertamente hoy: AMLO, Eruviel, Madero, ¿Margarita?, Moreno Valle, Velasco Coello. Otros se mueven con sigilo, están agazapados pero igualmente anhelantes como Osorio Chong. Mancera se anuncia como candidato ciudadano, ¡sin ciudadanía!
Por todo ello los procesos pre electorales de la sucesión de 2018 no serán fáciles para el Presidente. Ante la pérdida real del poder, su rebaño puede desbandarse, y hay que agregar que no serán pocos los participantes de la oposición y de la ciudadanía en el procedimiento. La novedad de candidatos ciudadanos alentará a verdaderos líderes y también a embaucadores que ya hoy están sacando la nariz.
El narcisismo del Presidente opacó a su gabinete. Produjo un entorno íntimo mediocre. Ni lo enriqueció ni lo dejó crecer. En su egoísmo decidió jugar sin cartas. Después del plebiscito, ¿con qué montará su inevitable castillo de naipes? ¿Dónde y cómo encontrará a su delfín?