l tiempo vuela en esta ciudad de México, apresurada, apretujada; cruzada por cicatrices de obras en proceso; creciendo, agobiada por amenazas de más cargas económicas para sus habitantes, pero también con otra cara, ya limpia de la basura electoral; pletórica de celebraciones, con museos llenos, conciertos, áreas culturales y joyas arquitectónicas en los más inesperados rincones de los barrios; reuniones políticas; conferencias; presentación de libros; todo, incluidos marchas y plantones. La Plaza de la República parecía, hace unos días, un mosaico multicolor formado por las carpas de los maestros que luchando, también están educando.
Ya no va, como la describía López Velarde, ojerosa y pintada en carretela
, ni se parece tampoco a la tortuga que Gutiérrez Nájera describe en La novela del tranvía, que extendía perezosa sus patas sobre el lodo de las orillas del lago hacia donde se iba extendiendo.
Hoy, lo que resta de los lagos está lejos de la inmensa mancha urbana que no deja de crecer, y la lentitud por calles y avenidas continúa, sólo que por la multiplicación de los vehículos de motor que ya no caben en las calles. Pensaba para esta colaboración, hablar de la urbe sin referencias políticas, pero no es posible. Los acontecimientos más recientes en los que he estado inmerso tienen todos connotaciones partidistas o mayor o menor cercanía con la actividades de gobierno.
Me inquietó la suspensión del proceso para reformar la Constitución, encaminado a dotar al Distrito Federal de la suya propia. Coincido con la opinión del senador Alejandro Encinas; se puede tratar de una venganza de Carlos Salinas, por que los capitalinos ni votaron por él, ni han apoyado después a políticos de su equipo ni proyectos de su simpatía. Seguiremos indefinidamente sin Constitución Política de la ciudad de México, y por tanto el nombre de nuestra entidad continuará siendo el burocrático pero entrañable Distrito Federal.
Otro tema, una sacudida política, memorable y necesaria, fue el relampagueante éxito de Morena, especialmente en la capital y su sorpresiva decisión de destinar la mitad de sus prerrogativas y 50 por ciento de los salarios de sus funcionarios a la educación. La noticia confirma que este partido no es igual a los demás, que como dice su principal dirigente, no nos metan en el mismo costal
. Importante también es el acuerdo de talleres de capacitación para sus futuros y flamantes diputados federales y locales.
Finalmente, ya concluida la campaña electoral, pude darme el gusto de asistir en el ITAM, al recinto donde se encuentra la biblioteca de don Manuel Gómez Morín, a una presentación, a la que me invitaron con insistencia, de un libro que desde luego atrajo mi atención. Se trata de El poder del militante, biografía del arquitecto Ignacio Limón Maurer, presidente del PAN por sólo cinco meses, pero intensos y turbulentos. La obra fue escrita por Mauricio Limón Aguirre y la historiadora Leticia Fuentes. Es el justo homenaje a un militante anterior al neopanismo y de cuando este partido se mantenía limpio y esforzado. Encontré ahí a viejos correligionarios. Rememoramos aquella organización de ciudadanos voluntarios que perseguían ideales políticos sin pensar –como hacen los de hoy– en moches, altos sueldos y poder para perseguir el bien particular y no el común, como era la motivación de entonces. Entre aquellos panistas esforzados ocupó un lugar digno de ser recordado, sin duda alguna, precisamente el severo, cordial, íntegro político que fue el arquitecto Limón Maurer.
Un comentario adicional: la última vez que estuve en esa biblioteca, verdaderamente impresionante, siendo todavía dirigente de aquel partido, me pidieron que saliera del recinto porque estaban otros participantes al acto al que también había sido invitados que se negaban a hablar si yo también lo hacía. El regreso a esa biblioteca, por ello, tuvo para mí un doble significado.