Recuperado tras el accidente con un dron, ofreció el primero de tres shows en el Auditorio
Domingo 5 de julio de 2015, p. 8
En el Auditorio Nacional, la noche del pasado viernes, Enrique Iglesias ofreció el primero de tres conciertos consecutivos ante un público en su mayoría menor a 30 años, entregado, rendido, fiel ante la experiencia religiosa, la actitud ante el totém, el mito colectivo ante el poder sobrenatural de la voz caprina.
Alrededor de las siete de la noche, los revendedores ofrecían boletos en Campos Eliseos, lejos del foro. Ríos de gente se dirigían hacia el recinto, a su encuentro con el hijo de Julio Iglesias y novio de una campeona de tenis.
Juan Magán, diyéi que ha ayudado al éxito de Enrique Iglesias y de Paulina Rubio, abría la fiesta con el poder de su equipo de sonido computarizado. Los neones refulgieron y el ambiente fue de un antro en el que los corazones se cimbran por los decibeles.
Gritería desaforada
Magán es un maestro del reventón y un mago nocturno. Los asistentes saben de su capacidad y su toque es de autoridad. Mueve cuerpos, lleva la mente a terrenos de desear destramparse. Cumplió su misión de telonero y anunció a Enrique. Pero el muchacho español no comienza. Media hora… una hora.
A las nueve y media, por fin, aparece ante una gritería desaforada. Tonight marca el ritmo de la noche, al modo dejado por Magán. Los decibeles aumentan y eso gusta a la gente. La voz no sale diáfana, sino con efectos de computadora, metálica, con ecos, en el fondo, en las pantallas lo multicolor parpadea. Las luces robóticas rodean a Enrique y las cámaras hacen paneos sobre su cuerpo, lo cual es un goce esperado, deseado.
En su mano derecha, el cantante lleva una especie de guante, parte de su curación tras lesionarse por agarrar un dron en un concierto.
Sigue cantando en inglés. Ahora con I Like How It Feels, que ha interpretado infinidad de veces dentro de su actual gira Sex and Love.
En la lengua de Cervantes canta No me digas. Parejas se abrazan y un joven de nombre Nacho tiene su fiesta propia. “No me digas que no…”, y un coro le responde. Sobreviene el hit Bailando, que está de moda. Se acerca al borde del escenario y decenas de manos tratan de tocarlo. Se da a desear, pero a unas afortunadas les roza las yemas de los dedos. Es la noche de las manos anhelantes. Un romanticismo. ¡México, perdonen la demora
. Pregunta quiénes están solteros o casados. Les canta una rola del Buki, su ídolo y con quien se ha dado el lujo de cantar a dúo. Soy malo con las palabras, pero cuando escribo es otra cosa
.
Be With You, Tired of Being Sorry y Escape. Insta a levantar las manos, apuntarlas al cielo.
Sobreviene el primer encore. Regresa para su comunión, el amor inusitado que quita el hambre, el sueño y provoca cambios de temperatura corporal. Enrique levanta su iglesia y los sentmientos se exacerban para ser una Experiencia religiosa. Todo cambia cuando ella lo toca.
Recoge un brassiere, lo sacude. Es de una dama agraciada.
Canta su trancazo Héroe, pero en medio del foro, a un lado de la mesa de sonido. Lo rodean y lo abrazan. El héroe está a unos pasos, a un metro de distancia.
Se va con Perdón. Confe- ti para despedirse. Varios corren para evitar las filas en los camiones. Miles se van y ya están en la entrada del Metro. Un rumor crece y cientos corren de nuevo hacia el interior. Enrique vuelve para cantar otras. Los que fueron avisados entraron a la zona preferente. El cantante está de nuevo entre el público, rodeado de sus músicos. Complace con las que le piden. Está agradecido por la respuesta de sus seguidores. Invita a un caballero a cantar con él. Nadie se decide, hasta que aparece Nacho. Enrique lo invita a cantar con él, pero Nacho está borracho y con trabajo se acuerda de la letra. ¿Cuántos llevas con ella?
Responde que nueve. ¿Te obligó ella a que vinieras?
Le repite tres veces ese planteamiento. A las quinientas, Nacho acepta que sí fue porque lo obligaron, lo cual desanima a Enrique, quien hace la finta de que se va. Y se va. Enrique hubiera seguido si Nacho no la hubiera regado.
En el Metro Auditorio, una muchacha le dice alegremente a sus amigos: ¿Quién iba a pensar que por 400 pesos iba a tener cerca a Enrique? Su piel raspa.