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A la mitad del foro

Apología y triunfo del delito

L

a fuga de El Chapo a primera plana. Desde luego. Inevitable, ineludible: noticia de primera plana. Y cerró el círculo vicioso de la nota roja que desplazó a la política en los medios mexicanos, mucho antes del predominio de la inmediatez insensata de las redes sociales. Se impone la cultura criminal. Los ingenuos enterradores del sistema político mexicano en coma repetían por doquier lo que sus propios y personales herederos decían entre carcajadas: ¡el que no transa, no avanza!

La segunda evasión de Joaquín Guzmán Loera se forjó en Badiraguato, en el serrano encuentro de Sinaloa con Chihuahua y Durango; en los territorios de los viejos gomeros que prosperaron con el impulso del dólar, que detonó el cultivo de la amapola para hacerse de la morfina que demandaba un ejército empeñado en el combate de la Segunda Guerra Mundial: elegante giro. El auge de nuestros gomeros no tuvo la mácula del opio cultivado y distribuido por las potencias imperiales para hacerse del espíritu y de la dignidad china, para crear el mercado y luego invadir materialmente a la gran nación oriental. Mercado de proporciones colosales que hoy vuelve a la escena del ficticio mercado libre. De Badiraguato salieron los que se adueñaron de la goma del opio, de la heroína y de la mariguana.

La mota, vicio de soldados y del lumpen con o sin empleo. De los de abajo, hasta que el mundo supo de los estallidos sociales simultáneos, o casi, que se daban en todo el mundo conocido, en 1968, en el que ya prácticamente era el de la globalidad, sin que los jóvenes actores y sus respectivos represores encontraran génesis común a la violencia de Kent, en los Estados Unidos de América; la imponente rebelión estudiantil del mayo parisino; la primavera de Praga puesta en hielo por los tanques soviéticos; la grande y noble protesta estudiantil ahogada en sangre en la noche de Tlatelolco. Son los comunistas, decía la estulticia de los políticos mexicanos cegados por la visión provinciana y la prepotencia reaccionaria que volvía por sus fueros.

En París hubo un par de muertos, pero con ellos murió el Partido Comunista al que François Mitterrand daría política sepultura, así como los grandes sindicatos obreros que dieron la espalda a los que demandaban exigir lo imposible. Alexander Dubcek vio desaparecer la visión libertaria del comunismo con rostro humano; preservó el poder institucional en Checoslovaquia, consciente de que es la esperanza lo que muere al último. Al disolverse la Unión Soviética se dividió la esperanza entre Eslovaquia y la República Checa. El 68 fue el aviso. Vinieron los años cruentos de la guerrilla y la represión armada, mano de hierro con guante de fina piel que llevaría, con los años, al peruano Vargas Llosa a acuñar la fantasía de la dictadura perfecta.

En la sierra de Chihuahua, en la de Guerrero, empezó la matanza enloquecida por la esperanza libertaria en el choque frontal con el poder constituido, con los pretorianos a cargo de cuidar a los oligarcas en plena gestación, en el nido de la serpiente. En Sinaloa hubo luchas sangrientas encabezadas por estudiantes a los que llamaban locos. Pero los combates no alteraron el progreso de los cultivos en la sierra, en el Triángulo Dorado de la amapola y la mariguana, convertida esta última en droga para consumo de las élites en auge, embriagadas por el sonido y la imagen de la otra revolución social, los hippies y su música. Y llegaría a México el tráfico de cocaína, de la mano de los colombianos primero. Luego Washington impediría el paso de la coca por la vía marítima del Caribe y por la aérea. El cuerno de la abundancia se hizo embudo, vía libre a la frontera porosa entre México y el mayor mercado de drogas del mundo.

Bill Clinton abrió las puertas del infierno y a la intervención directa de la DEA y otras agencias del orden imperial que compiten entre sí por sus tajadas del presupuesto de la nación más rica del mundo. Los de Badiraguato cosecharon en tierra fértil el fruto envenenado de la corrupción endémica; lo que aquí fuera el unto de Indias, nos fue devuelto por el plata o plomo colombiano. Y los que ya hacían política para hacer dinero, prosperaron y se adueñaron de la quinta y los mangos, de la plata y del plomo. Pusieron el Coco y ahora se asustan de él. Enemigos del Estado, cuyo poder constituido quedó en sus manos con el vuelco de la transición, la derecha mocha dio la espalda a su rancio hispanismo y Felipe Calderón decidió declarar la guerra al crimen organizado, bajo la férula y el control estratégico del imperio vecino del norte.

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“En la fuga de Joaquín El Chapo Guzmán Loera, ni enojo ni reducir el gobierno de la República a la función de policía de punto. Hay que hacer uso de la inteligencia o rehacer la que alguna vez hubo en materia de seguridad pública y seguridad nacional”Foto Víctor Camacho

Y la nave va. Revivió el cadáver del PRI y pudo todavía ganar batallas. Se adaptó a la pluralidad impuesta por las reformas que instauraron el sistema plural de partidos; retomó el curso neoconservador, neoliberal dicen los que dicen que saben, para consolidar la austeridad patológica del cero déficit y la estabilidad inamovible. Dio marcha atrás al proceso histórico y desmanteló la propiedad soberana, la exploración, explotación y venta del petróleo y derivados: acto de lesa patria, llamó Cuauhtémoc Cárdenas a la primera licitación de la ronda uno. Y le pintaron otra raya al tigre con la relación expuesta de Hipólito Gerard y de Juan Armando Hinojosa, afamados contratistas del tren bala que se cebó y de la Casa Blanca que expuso al presidente Enrique Peña al escarnio y repudio de sus mandantes.

El Chapo en las primeras planas de todos los diarios, en los canales de la televisión abierta y pagada. Es, sobre todo, pretexto e instrumento para hacer del quehacer de ocuparse de la cosa pública, lo republicano, una sucia exhibición de la política como nota roja; penosa visión de políticos y funcionarios entregados a las delicias de enlodarse y enlodarnos con la pretensión visible de llevar agua a su molino: hacer de la fuga de un criminal pieza clave de la sucesión presidencial; exigir el despido de uno, la renuncia de otro y su conversión en oráculos de la Profesa o en voz que pide se levante y ande el PRD.

Que era un agravio para el Estado mexicano, diría –desde París– Enrique Peña Nieto. ¿Quién habrá insertado esa frase, como si Napoleón hablara a las tropas al pie de las pirámides de Egipto? Aterrizó en el altiplano del país el Presidente de la República. Y recordó quién es, el mandato de quiénes debe obedecer, lo que significa ser jefe de Estado y jefe de gobierno: aplicar la ley, reaprehender al fugitivo y no dejarse marear por agravios de lesa majestad que no lo son. Menos mal que casi al pie del avión reconocería la indignación, la frustración que predomina en la comunidad mexicana, en el pueblo. Y que como Presidente no puede caer en la trampa del enojo presidencial que para nada sirve. Salvo para equivocarse o adoptar poses heroicas.

Ya se han acumulado demasiados agravios del poder mismo a los ciudadanos; la parálisis ante los actos criminales de Iguala; la ausencia ante acusaciones directas, o la soberbia que movió a no responder personalmente al escándalo de la llamada “ Casa Blanca de Las Lomas”. Haber designado un jefe político porfiriano en Michoacán.

Ni enojo ni reducir el gobierno de la República a la función de policía de punto. Hay que hacer uso de la inteligencia o rehacer la que alguna vez hubo en materia de seguridad pública y seguridad nacional. Un presidente no puede escudarse en miedos como el que exhibió Gabino Cué, gobernador de Oaxaca: tenemos ocho mil policías y los de la CNTE son ochenta y tantos mil...

El poder se ejerce o desaparece.